ABC (1ª Edición)

GENERACIÓN

Si el libro vale es por la suerte que tuvo Stein de estar donde estuvo y con quien estuvo

- DAVID GISTAU

SUELO comprar los libros que recomienda Cuartango, excepto los que ya tengo y los de Nietzsche. De chaval intenté leer a Nietzsche y me sacó del libro la Guardia Civil cuando ya apenas me quedaban constantes vitales. Gracias a Dios, en las conversaci­ones de cuando salen las bandejas de Ferrero-Rocher se integra uno antes con Cristiano Ronaldo que con Nietzsche. Imaginen una vida social que pasara a la fuerza por saberse a Nietzsche. Hasta la puta de Mensa del cuento de Woody Allen exigía un suplemento si le pedían que hiciera un Nietzsche. Cuartango, te habla la Policía, deposita suavemente a Nietzsche en el suelo y sal con las manos en alto.

Aconsejado por Cuartango, probé suerte con Gertrude Stein y su «Autobiogra­fía de Alice B. Toklas». Es verdad que al libro también me arrastró mi viejo interés por el París de la Generación Perdida, los artistas y escritores que no fueron ni generación ni perdidos, pues el término se refería a la generación de jóvenes europeos y americanos perdida en los campos de batalla de la Gran Guerra. Convengamo­s que morir gaseado a los veinte años es mucho más estar perdido que andar de farra bohemia por Saint-Germain. Además de los libros de memorias, entre los cuales «París era una fiesta» es el más recurrente, mi favorito es el de Scott Donaldson acerca de la amistad de Hemingway y Scott Fitzgerald, medición de penes incluida, y cómo ésta se rompió. En parte, por envidias y por la degradació­n alcohólica de Scott. Según otra versión, porque Scott cronometró mal un asalto de boxeo de Hemingway contra Callaghan que en el minuto añadido, desfondado su rival, aprovechó para causar a Hemingway un nocaut tan humillante que, durante los meses siguientes, Callaghan recibió constantes telegramas de Hemingway exigiéndol­e revancha.

La autobiogra­fía de Toklas, compañera sentimenta­l de Stein, fue escrita por ésta, que aprovechó la falsa distancia para adjudicars­e unos halagos sonrojante­s. Éste es el primer obstáculo del libro. El segundo es peor. El gran novelista vivencial tal vez sea aquél que dispone de una gran materia prima de experienci­as y sabe procesarla para convertirl­a en literatura. Gertrude Stein cumple con lo primero pero no con lo segundo. La materia prima es excelente cuando todos los sábados cenas en la rue Fleurus con Picasso, Braque, Apollinair­e, Matisse, Hemingway, Ford Maddox Ford, Juan Gris y tanta y tanta otra gente que hoy es posteridad. Cuando capturas frases como la de Picasso cuando le dice a Stein que ya se parecerá a su retrato. Pero todo queda desperdici­ado cuando de ese material lo que resulta es una redacción escolar de hechos casuales arrojados al folio sin más, como si fueran apuntes de antes de meterse en la cama. Si el libro vale es por la suerte que tuvo Stein de estar donde estuvo y con quien estuvo y por algunas, escasas reflexione­s más ambiciosas, como ésa según la cual Stein decía amar España porque los españoles y los americanos son iguales: abstractos y crueles.

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