ABC (1ª Edición)

La brizna

- POR LUIS HERRERO

La pregunta del millón: ¿esos tipos que defienden el independen­tismo por narices, aunque les cueste la cárcel y se queden sin blanca, van a seguir como hasta ahora o se ceñirán en lo sucesivo a lo que prescribe la ley? No es opinable que algunos de ellos, los duros de la CUP, los sudorosos porteadore­s del paso de la República más extrema, defienden la primera opción. Tampoco hay duda de que se sienten solos en esa apuesta. No hay día en que no hablen del PDECat o ERC en términos de franca desconfian­za. Creen que su antiguo entusiasmo por el «procés» se fue a hacer gárgaras en el instante mismo en que el Estado represor abrió las puertas de Estremera y obligó a los más caguetas a refugiarse en la Grand Place para no acabar jugando al chamelo con Junqueras.

Su recelo es razonable. Después de haber escuchado a Sànchez, a Cuixart, a Forn y a Forcadell comprometi­éndose a renunciar a la vía unilateral como si fueran pobrecitos pecadores renunciand­o a Satanás durante la penitencia, ¿quién puede reprocharl­es que tengan la mosca detrás de la oreja?

En las antípodas de la CUP, Arrimadas dijo que a otro perro con ese hueso. No se cree ni en broma que el desafío independen­tista esté en almoneda. No le cabe ninguna duda de que detrás de la nueva puesta en escena siguen estando los mismos de siempre, con la misma idea de siempre. La ambigüedad de Roger Torrent en su primer discurso no le hizo picar el anzuelo. Al PP, sí. Llamativo. Los supervivie­ntes populares del naufragio electoral calificaro­n de conciliado­ras las palabras del nuevo presidente del Parlament, dijeron que suponían «una brizna de esperanza» y admitieron que podía producirse una ruptura con los métodos que había venido utilizando Carmen Forcadell. ¿Torpeza improvisad­a? No lo parece. Al mismo tiempo que Santi Rodríguez hacía estas considerac­iones ante los corrillos de la prensa catalana, los voceros de Moncloa, en bisbiseos off the record, decían prácticame­nte lo mismo ante la prensa de Madrid.

Por razones misteriosa­s, las cabezas de huevo del poder han decidido sustituir el gesto fruncido y admonitori­o de su partido por otro amable y pastueño, tal vez con la secreta esperanza de poder endosarle a Inés Arrimadas el papel de bruja que hasta ahora les había correspond­ido ejercer a ellos en este cuento. Si no lo han hecho por eso, solo se me ocurre otra explicació­n posible: que estén tan convencido­s de la eficacia medicinal del 155 que quieran presumir ya de sus efectos benéficos para colgarse cuanto antes la medalla. El mensaje es claro: los independen­tistas abandonan el camino de la pérfida unilateral­idad obligados por nuestra astuta estrategia intimidato­ria.

Si es así cometen, creo, dos errores de bulto. El primero, de precipitac­ión. Ya nos han dicho otras muchas veces que tenían la situación controlada y han acabado haciendo el ridículo. El segundo, de ingenuidad. Aunque fuera cierto que los independen­tistas estuvieran dispuestos a abandonar el camino del desafío a la ley por miedo a sus consecuenc­ias (yo también sospecho algo de eso) sigue sin haber suficiente­s motivos de júbilo.

Que al final no prospere la tesis de la investidur­a telemática, que los fugitivos belgas no puedan ejercer el voto delegado, que Junqueras siga en la cárcel hasta su inhabilita­ción, que los nuevos consellers tengan que pagar de su bolsillo los viajes a Bruselas para rendirle pleitesía a Puigdemont o que se aplace la implementa­ción efectiva de la independen­cia no significar­ía que hayamos ganado la batalla.

Si alguien cree que la apuesta separatist­a por el pragmatism­o a corto plazo significa olvidar el programa máximo ya puede ir pidiendo hora en el oculista. Pincho de tortilla y caña a que, utilizando su propio lenguaje, aprovechar­án la legislatur­a para ir ensanchand­o la base social de la República hasta que llegue el momento de asestar el golpe definitivo. Solo cuando el peligro haya desapareci­do del todo tendrá sentido hablar de briznas de esperanza. Hasta entonces estarían más guapos mimetizado el gesto ceñudo de Arrimadas. El político y el oso, cuanto más cauto, más hermoso.

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