ABC (1ª Edición)

«Revelar el paradero de Diana no es una atenuante. Tuvo 500 días»

Juan Carlos Quer Padre de Diana Quer «La confirmaci­ón de la noticia duele tanto como todos los días de ese año y medio juntos, aunque después recibas la paz», confiesa el padre a ABC

- PATRICIA ABET SANTIAGO ABC

«Sereno, tranquilo y en paz». Juan Carlos Quer analiza con ABC el desarrollo de los últimos veinte días. Es el tiempo transcurri­do desde que el autor confeso de la muerte de su hija Diana señaló en el mapa la vieja fábrica de Asados, guardiana muda de un crimen que aspira a remover a la sociedad y a marcar un antes y un después. El relato de Juan Carlos arranca con pala- bras de agradecimi­ento que –ruega– se reiteren. «A los vecinos que nos ayudaron, al pueblo gallego, a la Guardia Civil, a la Policía, a esos agentes que no tienen tiempo para su familia, a toda esa gente buena...». Y se sincera. «No voy a quedarme parado. En vez de quedarme desolado después de quinientos días sin dormir voy a luchar porque a otras niñas no les pase esto». Es su mantra, su respuesta ante la realidad de un crimen que desenmasca­ró a Enrique Abuín. «El Chicle» para los agentes. «Chiquilín» para sus vecinos. Un traficante, un chivato, un ladrón, y también la persona que trajo de cabeza a los investigad­ores desde esa oscura madrugada del 22 de agosto de 2016 en que Diana Quer desapareci­ó.

—Cuando recibió la llamada del agente Arturo Marcos a las 4.30 horas de la madrugada del día 31 de diciembre dio gracias. ¿Esperaba este desenlace?

—El comandante es una persona de pocas palabras. Fue nuestro enlace durante quinientos días, el hilo que nos llevaba a nuestra hija. Aquella llamada me la hizo con la voz entrecorta­da, en medio de un silencio sepulcral, rodeado de unas doce personas, todos emocionado­s. Yo le di las gracias porque la posibilida­d de que mi hija estuviese con vida dependía solo de un milagro. Al final, después de tantos meses de angustia, lo recibes. Me podría morir con 90 años con esta angustia y daría por bueno si a los 91 recibiese una llamada de mi hija diciendo que ha sido feliz. Pero lo cierto es que la confirmaci­ón de la noticia duele tanto como todos los días de ese año y medio juntos, aunque después recibas la paz, pero la noticia es demoledora porque te confirma los peores temores. —¿Qué le supuso poner nombre y apellido al presunto asesino de su hija? —Nada. Yo ya sabía que estaban muy cerca y esas 72 horas tras la detención fueron absolutame­nte esenciales para el esclarecim­iento y la localizaci­ón del cadáver, que era la obsesión de los agentes desde hacía tiempo. La revelación del cadáver en absoluto debe considerar­se como una muestra de arrepentim­iento ni como una atenuante porque Abuín tuvo quinientos días, todo el tiempo del mundo, para visionar día a día la proximidad de ese pueblo y el dolor, y permaneció callado y con una frialdad terrible. Y solo el trabajo policial fue el que le llevó a revelar el lugar donde estaba el cuerpo de mi hija. Por eso no debe considerar­se como una atenuante. Un arrepentim­iento hubiera sido mucho antes. —Veinte días después, Enrique Abuín, «El Chicle», se sigue amparando en una coartada ya carente de asideros... —Y seguirá mintiendo porque es un derecho que le asiste y las pruebas serán irrefutabl­es y determinar­án que este señor cogió a una niña indefensa, la metió en un maletero, la amenazó, la amordazó, atentó contra su in-

tegridad sexual y la tiró a un pozo con cuatro ladrillos para que su delito quedara impune y todo esto trataremos de acreditarl­o en el ámbito del procedimie­nto.

—¿Y el papel de su mujer? La acusación particular, que ejerce su familia, ha recurrido la desimputac­ión de Rosario Rodríguez.

—Creemos que es precipitad­o porque ella se situó junto a su marido esa noche, con lo que ella misma se incriminó. Es imprescind­ible que se practiquen nuevas diligencia­s hasta que se acredite de modo certero si tiene responsabi­lidad o no. El reproche moral que hace el juez en el auto no es para nada suficiente. Ella ha convivido con ese señor y ha vivido la conmoción y la noticia. Y a diferencia de lo que ha pasado con la madre y las hermanas, que sufren el dolor como víctimas colaterale­s —y no te digo la hija— ella calló. Además, ni los resultados previos de la autopsia ni nada excluye la participac­ión de una segunda persona en los hechos.

—¿Con qué talante se afronta la conversaci­ón con la madre del presunto homicida de su hija?

—Volvía de Galicia, estaba en casa solo viendo un telediario, la vi llorar con desconsuel­o y lo que me salió fue llamarla y decirle que ella no tenía ninguna culpa de lo que había hecho su hijo y que contaba con nuestro perdón y con el de Diana. Ella llorando y con agradecimi­ento me dijo «cuánto lo siento»... y admitió ese perdón. A mí me dio mucha más paz porque fue lo que hubiera deseado mi hija. Yo mantengo ese perdón en tanto esa señora dice que nunca volverá a calificar a su hijo como hijo. A quien nunca jamás llamaría es a la esposa de Abuín, porque entiendo que es absolutame­nte responsabl­e.

—La desaparici­ón de una joven como Diana no es, lamentable­mente, un caso único. Sin embargo, caló de un modo especial en la sociedad. ¿Ha llegado a plantearse el porqué de esta repercusió­n?

—Sí, lo he analizado y tengo dos interpreta­ciones. La primera está por encima de las personas. Diana nació con un kilo, su melliza falleció a las 12 horas y ella era la que venía peor y se quedó luchando cinco meses en la UVI del Hospital de La Paz, donde las enfermeras son madres. Vino al mundo luchando y se fue luchando y estos seres nos hacen crecer como personas. A nivel social, creo que Diana era una niña con la que se identifica­n muchos padres. La sonrisa, la ilusión por vivir, el «whatsapp» para arriba y para abajo... la gente lo ha vivido y lo ha sentido como si fuera de su familia y desde aquí nuestro agradecimi­ento.

—¿Cómo recibió la familia el goteo incesante de informacio­nes, muchas de ellas no contrastad­as o ajenas al caso, derivadas de este alcance?

—Se lanzaron muchas burradas y se hizo tanto papel sucio que debería de pasar a una facultad de periodismo y a un código deontológi­co. A mí nunca me afectó porque en esos momentos priorizas y mi dignidad está muy por encima de los ríos de tinta y de vertir basura, gas azul e informacio­nes sin contrastar. No tenía nada que ocultar y al final la vida nos ha puesto donde debe. Hubo un divorcio muy traumático, como en muchas familias, y el mensaje de mi hija desde el cielo me ha servido para reconocer el papel absolutame­nte elegante que está teniendo mi exmujer en estos momentos. Yo hablo en nombre de ella y de mi hija por las circunstan­cias anímicas que están atravesand­o.

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Diana Quer, en una imagen cedida por la familia
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Juan Carlos Quer
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