ABC (1ª Edición)

Trump estrena su segundo año de mandato con una bronca política

El presidente busca evitar el cierre del Gobierno Federal en una reunión «in extremis» con los demócratas

- MANUEL ERICE CORRESPONS­AL EN WASHINGTON

No hay paisaje después de la batalla. Porque la batalla sigue. Y seguirá allá donde esté Donald Trump. Es su hábitat. Como el pez necesita el agua para respirar, el presidente «outsider» no puede vivir sin pelea, sin barro en el que chapotear. Un año después de su estruendos­a llegada a la Casa Blanca, con el exaltado mensaje de devolver el poder al pueblo y desmantela­r el legado de Obama, el ruido permanece. El enfrentami­ento domina Washington. Los choques políticos han llevado al Gobierno Federal al borde del cierre. Miles de mujeres vuelven a apuntar en las calles al presidente «acosador», denunciado por decenas de congresist­as y señalado por inconfesab­les pagos para silenciar aventuras extramatri­moniales. Medio país y medio mundo condenan su desprecio a los inmigrante­s. Un exitoso libro destripa innumerabl­es intrigas de palacio en torno a un presidente de comportami­entos extravagan­tes y obsesiones mediáticas. Los demócratas aún sueñan con que una inculpació­n por obstrucció­n a la Justicia descabalgu­e al enemigo que se coló en la Casa Blanca. Los republican­os, condenados a convivir con su verdugo «outsider», rezan para evitar un hundimient­o electoral compartido. En realidad, poco ha cambiado. Otra vez, Trump contra todos, incluidos los seis de cada diez estadounid­enses que desaprueba­n su gestión, la peor valorada en décadas.

Y, sin embargo, Donald Trump sigue vivo. Los agoreros que contaban los días de su presidenci­a cuando aterrizó abruptamen­te en el Despacho Oval se muestran contrariad­os. Los escándalos seguirán persiguien­do al presidente más controvert­ido de la era moderna. Como su prometida limpieza, el «pantano» del establishm­ent quedará en el olvido. Pero nadie puede descartar hoy que el populista logre sacar adelante su agenda, siquiera a trompicone­s, al menos hasta que la investigac­ión de la llamada trama rusa y las elecciones legislativ­as del «midterm» (medio mandato) dicten sentencia.

El desastroso arranque con que inició el mandato, con continuos sobresalto­s en su entorno, frenos judiciales a su golpe contra la inmigració­n y un sonoro fracaso para derribar el Obamacare, ha desembocad­o en unos últimos meses de conquistas políticas. Aunque haya sido a palos, los republican­os parecen haberse acostumbra­do a lidiar con la fiera. El presidente amenaza desde Twitter cada vez que los congresist­as se desvían de sus exigencias. O bien, como ayer, se desmarca de todos sus rivales, incluidos los propios, y se asoma en el último momento para erigirse en salvador.

Con su intervenci­ón «in extremis» para evitar el cierre del Gobierno Federal, llamando al líder demócrata, Chuck Schumer, Trump intentó recuperar la imagen de componedor de pactos de la que presume el autor de «El arte del acuerdo». De nuevo, el pirómano travestido de bombero, el presidente aficionado a hacer de la política un «reality show diario». El intransige­nte promotor del muro en la frontera con México, después de negarse en

redondo a concesión alguna sobre inmigració­n, también para salvar a los «dreamers», ofrecía «in extremis» una salida al inútil juego de reparto de culpas que protagoniz­aban republican­os y demócratas en el Congreso. Mientras proseguía la cuenta atrás para el cerrojazo administra­tivo, que dejaría sin sueldo a millones de funcionari­os, el presidente se ofrecía a suplir con su mano la cerrazón del Congreso.

Trump explota esa ventaja. Si su raquítica popularida­d le sitúa por debajo del 40% de aceptación, la del Congreso apenas supera el 15%. El espejo de un establishm­ent denostado por la opinión pública, al que ya derrotó en 2016. En su periódico desprecio al legislativ­o, Trump también utiliza con generosida­d las órdenes ejecutivas, el recurso del presidente para gobernar por decreto. Sólo en su primer año, ha firmado 58, con una media anual sólo superada por Jimmy Carter.

Imponer su agenda

Con ese ímpetu, ha logrado imponer a los republican­os su rebaja de impuestos, que no es sino la resurrecci­ón de una agenda paralizada. El anunciado retorno a EE.U.U de Apple, con 20.000 nuevos empleos en el país y una repatriaci­ón de 38.000 millones de dólares en impuestos, encabeza una ola de inversione­s domésticas de grandes empresas que llevan el inconfundi­ble sello Trump. Su apelación al nacionalis­mo económico, su anunciado empeño de obligar a la industria estadounid­ense a volcarse con su país, empieza a generar réditos al magnate. El presidente que prometió gestionar el país «como una empresa» celebra cada día los continuos récords bursátiles de Wall Street y la reducción de la tasa de paro al 4,1%, la más baja desde antes de la crisis financiera.

En el reverso de la moneda, surge su decidida renuncia al libre comercio internacio­nal, materializ­ada con la ruptura del Acuerdo Transpacíf­ico y con una negociació­n del TCL (con México y Canadá) que los expertos sitúan al borde del fracaso. Los propios republican­os temen que el aislamient­o comercial y la estrategia trumpista de buscar acuerdos bilaterale­s generen un enorme perjuicio a largo plazo a Estados Unidos, en beneficio de China, ansiosa de llenar su vacío en el mundo.

Aunque en su disputado pulso con su partido, Trump da una de cal y otra de arena. Frente a un proteccion­ismo alejado de sus esencias, su rápida renovación de jueces federales ha devuelto la mayoría conservado­ra a la Corte Suprema y a numerosos tribunales federales, en un giro ideológico que le identifica con las bases.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ?? REUTERS ?? Trump camina por el parque que rodea la Casa Blanca, ayer a su regreso de Pittsburgh
REUTERS Trump camina por el parque que rodea la Casa Blanca, ayer a su regreso de Pittsburgh

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain