ABC (1ª Edición)

El último defensor vivo del Alcázar

∑ Con 17 años entró voluntario en el baluarte durante el asedio y llegó a general

- Federico Fuentes Gómez de Salazar nació el 21 de septiembre de 1918 en Toledo, ciudad en donde falleció el 17 de enero de 2018. Era de la misma promoción de la Academia Militar que el general Francisco Franco y llegó al rango de general de Brigada, cargo

La casualidad quiso que el mismo día en que las cenizas de Federico Fuentes quedaban despositad­as en la cripta del Alcázar de Toledo el 18 de enero pasado, un «niño del asedio», muerto a los 87 años, también fuera enterrado en el histórico baluarte, ese que fue escenario de la llamada «gesta del Alcázar».

El general de Brigada Federico Fuentes Gómez de Salazar ha muerto a los 99 años de edad rodeado del cariño de sus nueve hijos y en posesión de plenas facultades mentales. Su prodigiosa memoria trasladaba a todo aquel que quisiera escucharle a aquellos días oscuros de 1936 en que varios centenares de personas quedaron encerradas durante 72 días en el interior del Alcázar toledano.

El general, de exquisita educación, era el único combatient­e que quedaba con vida de los sucesos que tuvieron lugar entre el 21 de julio y el 27 de septiembre de 1936. Tenía 17 años cuando los avatares de aquella contienda lo llevaron al Alcázar, donde se presentó voluntario para luchar por su bando, el de su familia, el de varias generacion­es de militares… «y yo, claro, quería ser militar, era mi vocación». Poco podía imaginar aquel jovenzuelo enjuto, fibroso y con unos ojos azules que atraían las miradas femeninas, que el día que entró en el recinto militar iba a ser el primero de un encierro de 72 días.

Al mando del Alcázar sitiado estaba el coronel José Moscardó, «un hombre alto y fuerte, un poco nervioso pero muy decidido». La experienci­a fue dura y su audacia, patente. Vestido de paisano, con sólo una pistola, era de los pocos que se atrevían a salir a las calles internándo­se en campo enemigo para volver con algo de comida ante la enorme escasez de los alimentos más básicos. «Organizába­mos salidas nocturnas, faltaban muchos víveres; íbamos con mucho cuidado, porque al menor ruido disparaban». El hambre llevó a los asediados a comerse algún caballo o algún mulo que eran sacrificad­os para luego repartirse la carne entre tantos: «Estaba riquísimo, pero tocábamos a poco». En su modestia, decía: «Yo no fui un héroe sino un voluntario que me apuntaba a todo. ¿Valiente? Pues sí. Tenía 18 años, lo mejor de mi vida. Pero tengo un recuerdo agridulce por haber cumplido con un deber de patriota y triste por lo que ocurrió en uno y otro bando, porque también ellos me daban pena», decía.

Cuando el 27 de septiembre de 1936 las tropas nacionales liberaron el Alcázar «me fumé 18 cigarros de los gordos». Y es que a los dos días de iniciarse el asedio se agotó el tabaco dentro y Federico y sus amigos se fumaban las hojas secas de los árboles.

Fuentes salió ese día del Alcázar y se hizo militar, luchó con la División Azul y en un momento de su vida profesiona­l ocupó el cargo de director del Museo del Alcázar. Le gustaba leer unas palabras de Moscardó: «Cada fortaleza tiene una leyenda y un fantasma. El Alcázar de Toledo, cargado de mitos, cuenta en cada piedra la legendaria Historia de nuestra Infantería».

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