ABC (1ª Edición)

EL PAPA Y «LOS ZURDOS»

La visita a Chile ha sido muy difícil, pero el Pontífice no ha querido ceder a los pulsos populistas que le han echado

- SANTIAGO MARTÍN

El Papa se encuentra ya en Perú, donde ha condenado enseguida la corrupción, que afecta a las élites políticas de éste y de casi todos los países iberoameri­canos. Pero lo más destacado de esta gira por el sur del continente ha sido su estancia en Chile. Una visita muy difícil, en la que el Pontífice no ha querido ceder a los pulsos populistas que le han echado, y eso que han sido duros.

En la cuestión de la pederastia por parte del clero, la condenó sin paliativos. Sin embargo, no quiso retirar al obispo de Osorno, monseñor Barros, muy próximo al condenado sacerdote pederasta Karadima. La presión que sufrió el Papa fue enorme, pero no cedió. «No hay una sola prueba contra él», dijo. Y sin pruebas no se puede condenar a nadie, aunque lo exijan todos los medios de comunicaci­ón del mundo.

Después vino lo de los mapuches. Viajó hasta el profundo sur chileno y allí les dio la razón al apoyar sus reivindica­ciones para recuperar las tierras usurpadas –por el Chile independie­nte, por cierto, no por España–. Pero les dijo claramente que no se podían defender derechos usando la violencia. Y esto vale para los que están quemando iglesias, por ejemplo, pero también para todos los adictos a la teología de la liberación de corte marxista, que justifica el uso de la violencia para lograr la justicia social. Terminó el viaje en el norte –desoyendo la petición de Evo Morales, que lo reclama para Bolivia– y no dudó en defender con toda fuerza la vida del no nacido, lo cual tiene mayor importanci­a en un país como Chile, que acaba de aprobar el aborto. Por cierto, también Evo Morales ha aprobado el aborto en su país y es mucho más permisivo que el de Chile.

Es verdad que el apoyo popular ha sido menor que el esperado, sobre todo en Temuco y en Iquique, en parte debido a la campaña de los medios contra la Iglesia, utilizando el «caso Karadima». Precisamen­te por eso ha tenido más valor el hecho de que el Santo Padre no haya querido ceder a la demagogia de los que él ha llamado «los zurdos», que pedían la cabeza de un obispo o la justificac­ión del aborto y de la violencia.

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