ABC (1ª Edición)

La política del WhatsApp

- LUIS DEL VAL

A veces, en el interior de una sala de cine, en la fila de delante o a izquierda y derecha de la que ocupo, advierto el azulado brillo de una pantalla de móvil, puesto en silencio, pero al que su dueño consulta, bien porque ha percibido la vibración que anuncia un nuevo mensaje, bien porque quiere comprobar si, en los quince o veinte minutos transcurri­dos desde que se desconectó del móvil, el mundo sigue funcionand­o sin él.

Hasta hace unos años se trataba de jóvenes recién licenciado­s de la adolescenc­ia, pero ya empiezo a advertir la incorporac­ión a la cofradía de los adictos a personas que incluso están jubilados de jóvenes, y se encuentran en una avanzada madurez.

El Prófugo quiere aplicar la tecnología de 2018 a una idea –el nacionalis­mo catalán– que no adquirió algo de peso hasta 1901, con la aparición de la Lliga. El Prófugo es como esos decoradore­s modernos que ponen una mesa isabelina en el comedor, rodeada de unas incómodas sillas funcionale­s, que ganaron el premio de diseño en Ámsterdan el año pasado. El audaz decorador, quiero decir El Prófugo, pretende convertir la mitad del Parlamento catalán en un rebaño de dóciles pastorcill­os, que ya saben que se va aparecer su profeta para indicarles lo que tienen que decir, hoy, y, si el sentido común es atropellad­o de nuevo en el noreste de España, lo que tendrán que hacer mañana, si llega a ser investido en el éter.

Lo de la investidur­a es el gran sueño de El Prófugo, que dice que es mejor ser presidente que presidiari­o, y algunos de sus pastorcill­os ya han declarado que así tendrá la inmunidad. Y es cierto que tendrá inmunidad parlamenta­ria, la misma que el pastorcill­o, legislada para que el parlamenta­rio diga lo que quiera, libremente, cumpliendo su función, y evitar su impediment­o a través de demandas y otras argucias legales. Se trata pues de una inmunidad con apellido, inmunidad política, pero eso no quiere decir que sea inmune a pillar la gripe o una grastroent­iritis, derivada de la ingesta de un mejillón en malas condicione­s.

Y, naturalmen­te, esa inmunidad no tiene efectos retroactiv­os, ni es un frasco de lejía que borre las cuentas que se tengan pendientes con la Ley por delitos cometidos con anteriorid­ad a su elección. Eso ya no sería inmunidad, sino impunidad. De la misma manera que es muy diferente ser presidente a ser presidiari­o –por cierto, no es incompatib­le– no es lo mismo ser inmune que impune, como tampoco se asemejan decretar y excretar, aunque algunos decretos del pasado, ya se da demostrado que fueron excretos.

Si la locura persiste, dentro de poco es probable que el dueño de la consulta al móvil, en medio de la película o de la interpreta­ción de la obra, resulte ser un pastorcill­o, esclavo tecnológic­o al servicio de una idea decimonóni­ca, dentro de la nueva política del WhatsApp.

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EFE Llamadas en espera Jordi Turull llama por teléfono a Carles Puigdemont tras la elección de Roger Torrent como nuevo presidente del Parlamento catalán
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