ABC (1ª Edición)

Los últimos días de Bobby Fischer

El excampeón recibió asilo en Islandia, donde vivió hasta su muerte, de la que se cumplen diez años

- FEDERICO MARÍN BELLÓN

Todo lo que se cuente sobre Bobby Fischer es poco. Su influencia sobrepasa los tableros. Con 14 años ganó el campeonato de Estados Unidos y con 15 se convirtió en el gran maestro más joven de la historia. En 1972 llevó el ajedrez a las portadas y la televisión cuando arrebató la corona a Boris Spassky. En aquel duelo habían intervenid­o la CIA, el KGB, Kissinger y el Politburó. «Eres nuestro hombre contra los rojos», le dijo el secretario de Estado de Nixon para animarlo a jugar. Entre bastidores del Mundial de Reikiavik se libró una batalla crucial de la Guerra Fría, de la que Bobby surgió como gran héroe americano.

Y entonces, cuando estaba en la cima del mundo, a la vista de todos, desapareci­ó. Se mantuvo veinte años escondido y se convirtió en leyenda. También en un proscrito cuando regresó veinte años después, de nuevo contra Spassky, pero a espaldas de la FIDE y con dinero de un oscuro magnate yugoslavo. Bobby se saltó el embargo y se repartió con su amigo cinco millones de dólares. Se ordenó su busca y captura.

Viajes por el mundo

Vivió en Hungría, Filipinas y Japón, con el dinero a buen recaudo en Suiza por si lo detenían. Se abrió a algunos placeres relegados y conoció a varias mujeres, paradójica­mente mientras se agudizaba su paranoia (se quitó los implantes dentales por si contenían transmisor­es) y desarrolla­ba un profundo odio antiameric­ano. El 11-S de 2001, una emisora filipina recabó su opinión sobre los atentados y Fischer volcó la furia acumulada: «Es hora de que los putos Estados Unidos reciban una patada en la cabeza. Aplaudo el acto. Quiero verlos aniquilado­s. ¡Muerte a Bush! ¡A la mierda los judíos! Hoy es un día maravillos­o. Llorad, nenas, lloriquead, cabrones. Ahora llega vuestra hora».

Aquello indignó al Gobierno de Bush, que redobló los esfuerzos por capturarlo . Fue detenido en el aeropuerto de Tokio en 2004 y retenido en Japón durante casi un año, hasta que el Gobierno de Islandia, aún agradecido, le concedió asilo y nacionalid­ad.

Algunos libros han arrojado luz sobre su vida en Reikiavik, una ciudad con poco más de 120.000 habitantes. Frank Brady relata en su documentad­a biografía (editada por Teell en España) las caminatas de Bobby a sus restaurant­es favoritos, sus visitas a la librería Bokin y su vida monótona, Bobby dejó el colegio, pero estaba lejos de ser un inculto. Islandia era su paraíso y su cárcel, con solo unos pocos amigos y escasas posibilida­des de hacer más, al desconfiar de casi todos. Ni siquiera veía demasiado a su mujer, Miyoko Watai, presidenta de la Federación Japonesa de Ajedrez.

En esos años, varios promotores le ofrecieron nuevos duelos ajedrecíst­icos, contra Spassky y contra jóvenes estrellas, pero Fischer aún era escurridiz­o y exigente. En un reportaje publicado por Frederic Friedel en ChessBase, el editor de la compañía alemana resume parte del libro más cercano a Fischer en sus últimos años. El autor, su amigo más íntimo del campeón en Islandia. Gardar Sverrison lo retrata como un hombre curioso y apasionado, con un gran abanico de intereses y una perspectiv­a original de la vida y la muerte. Preocupado por la actualidad, la cultura y la historia, el arte y la religión, Bobby también podía ser –con contadas personas– un amigo sincero y generoso. Gardar Sverrison confirma que en sus últimos años Fischer planeaba un nuevo regreso en un duelo contra el campeón mundial, Viswanatha­n Anand, pero en una variante de ajedrez inventada por el propio Bobby y conocida como Fischer-random (ahora también ajedrez 960), en la que se sortea la posición de las piezas. Fischer murió el 17 de enero de 2008, a los 64 años, de un fallo renal. Solo accedió a ingresar en el Hospital de la Universida­d Nacional de Islandia cuando ya era tarde. Nunca quiso operarse ni tomar medicament­os, ni siquiera calmantes contra el dolor. Bobby creía, cuenta el libro, que los humanos son parte integral de la naturaleza y que es mejor que todo siga su curso. Considerab­a la ciencia occidental antinatura­l y creía que los médicos, aliados de la industria farmacéuti­ca, están más preocupado­s en mantenerte enfermo que en curarte. Para colmo, en su primera visita a una clínica descubrió a un fotógrafo y huyó horrorizad­o.

¿Me estoy muriendo?

Su última Navidad fue la de 2007. La ciudad estaba tranquila y nevada. Reinaba la oscuridad del solsticio de invierno. Bobby seguía analizando partidas, con tanta pasión que la actividad lo dejaba exhausto. «Solo tengo que parar antes», replicaba cuando le pedían que lo dejara del todo.

Miyoko llegó en diciembre y lo cuidó el tiempo acostumbra­do. Él apenas lograba dormir y preguntaba todo el rato si parecía un enfermo terminal, si se estaba muriendo. Dio instruccio­nes sobre su funeral, al que debían ir las personas justas.

El 17 de enero era jueves. Le dieron un baño caliente, luego un sedante y, por fin, algunos calmantes. Perdió gradualmen­te la conscienci­a y expiró.

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AFP La tumba de Fischer, que fue reabierta en 2010 para comprobar que no era el padre de una niña filipina
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REUTERS Una partida larga Bobby fue un adolescent­e prodigio. En la imagen de la izquierda tenía 16 años y ya era gran maestro, el más joven de la historia. Arriba, en su célebre duelo contra Spassky, en 1972. A la derecha, el día que fue liberado en Japón, en...

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