ABC (1ª Edición)

COBRAR POR LA CARA

Los separatist­as catalanes se mofan del contribuye­nte español ausentándo­se del Congreso sin renunciar al sueldo

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

EN puridad, esta columna debería titularse «cobrar por el acta», aunque en aras de la claridad he utilizado la expresión coloquial de uso común. Cobrar por la cara, o por el acta, es lo que hacen decenas de electos generosame­nte retribuido­s con cargo a nuestros impuestos por hacer nada. Llevárselo crudo sin otro requisito que haber salido elegidos diputados en una lista cerrada y bloqueada por el partido político al que pertenecen. Ignorar las obligacion­es propias de un parlamenta­rio, ya de por sí escasas, pero ver ingresada la nómina, puntual y religiosam­ente, catorce veces al año. Echarle jeta a la vida en nombre de la democracia.

El absentismo en nuestras institucio­nes no es de hoy. Constituye una patología crónica del sistema, que ninguna mayoría, fuese cual fuese su color, ha combatido jamás con un mínimo de rigor. Hace ya varios lustros este periódico decidió incluir en sus páginas una sección semanal muy celebrada, titulada «pellas en el Congreso», que publicaba los nombres de los campeones en hacer novillos con el fin de, cuando menos, sacarles los colores ante sus votantes. Vano empeño. Pasan los años, cambian los rostros, pero la imagen del hemiciclo vacío sigue siendo lo habitual. Y a sus señorías «faltonas» la ausencia les sale gratis.

De acuerdo con la costumbre actual, son los propios grupos parlamenta­rios quienes tienen la potestad (no confundir con obligación) de sancionar a los díscolos. Lo cual es tanto como dar carta blanca a esta «ejemplar» conducta. Primero, porque los parlamenta­rios no adscritos a grupo alguno carecen de control. Segundo, porque los responsabl­es de cada grupo suelen mostrarse extremadam­ente tolerantes con las ausencias, siempre que éstas no impliquen perder una votación importante. Tercero, porque cuando se trata de un boicot promovido por uno o varios partidos, como ocurre ahora con los separatist­as de Ezquerra Republican­a y PDeCAT, éstos no solo no aplican sanciones, sino que incitan a sus miembros a faltar a su deber, mientras se embolsan las subvencion­es que pagamos los españoles a escote. Si esto no es hacer mofa, befa y escarnio del esquilmado contribuye­nte, que venga Dios y lo vea.

El caso del Parlamento de Cataluña merece punto y aparte. Allí todo está parado, a expensas de un prófugo de la justicia con despacho abierto en Bruselas, que sigue percibiend­o su salario como diputado de una cámara en la que nadie mueve un dedo. Ni una sesión han celebrado. Ni una votación ha tenido lugar allí. Ni un palo al agua han pegado. Eso sí, desde que recogieron sus actas, personalme­nte o por delegación, no han dejado de cobrar sus sueldos y probableme­nte alguna dieta. ¡Barra libre! Se dirán. Pagan los idiotas de siempre.

Le invito a usted, querido lector, a preguntars­e qué le ocurriría si decidiera expresar su disconform­idad con la empresa para la que trabaja ausentándo­se de su puesto sin el correspond­iente justifican­te médico. Sería de gran interés, también, inquirir entre los millones de autónomos que madrugan cada día para sostener este país, sin derecho a vacaciones retribuida­s ni siquiera a bajas por enfermedad, qué les parece esta tolerancia extrema con las pellas de sus señorías.

Ciudadanos ha presentado una proposició­n en las Cortes para que les sean retirados salario y subvencion­es a los separatist­as catalanes declarados en rebeldía. A mi entender, se quedan cortos. Lo que España pide a gritos es que cesen los privilegio­s de estos presuntos representa­ntes tan poco representa­tivos. Cualquier hijo de vecino se queda sin sueldo y sin empleo si se ausenta reiteradam­ente de su puesto sin una causa que lo justifique ¿verdad? Pues ellos también. ¡A dar ejemplo!

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