ABC (1ª Edición)

UN CABALLERO DEL MAR

«Los mismos que acusan a Salvador Moreno de crímenes de guerra por un bombardeo en Málaga se cuidan mucho de esconder el combate entre caballeros que se produjo en aguas del cabo Machichaco»

- POR SALVADOR MORENO GONZÁLEZ-ALLER SALVADOR MORENO GONZÁLEZ-ALLER ES NIETO DE SALVADOR MORENO FERNÁNDEZ Y OFICIAL RETIRADO DE LA ARMADA

DESDE que el presidente Mariano Rajoy criticó el arbitrario cambio de nombre de la calle Salvador Moreno de Pontevedra, han arreciado los perfiles difamatori­os contra el que fuera ministro de Marina por parte de medios de comunicaci­ón poco informados. Profesiona­l, cabal, honesto y generoso con los rivales batidos, mi abuelo, el almirante Salvador Moreno Fernández, se dedicó en cuerpo y alma a la Armada española y se consagró a la hermandad, honestidad y firmeza que subyace entre todos los hombres de mar y, muy especialme­nte, entre todos los oficiales de marina, sea cual sea su nacionalid­ad o ideología.

Nacido en Ferrol, sintió la vocación marinera desde muy joven, ingresando como aspirante de marina en el año 1903, saliendo un lustro más tarde de la fragata Asturias, Escuela Naval Flotante, con el grado de alférez de navío. Con la llegada de la II República, mi abuelo ya era capitán de corbeta. En 1933, tomó el mando del Juan Sebastián de Elcano y realizó un viaje de circunnave­gación. Julio de 1936 cambió sus planes. Como todos los militares de su generación, la Guerra Civil supuso un punto de inflexión en su carrera y la obligación de escoger un bando.

Al comienzo del conflicto, su figura fue decisiva para que el bando nacional se hiciera con el control de la base naval de Ferrol. Sin acometer un solo disparo, logró el control del crucero Almirante Cervera, acción por la que le fue concedida la Cruz Laureada de San Fernando. Al mando de este buque, con una dotación improvisad­a, recibió la orden de dirigirse a Gijón para bombardear objetivos militares. En contra de lo que sostienen las fuentes menos rigurosas, se preocupó de que los daños colaterale­s fueran los mínimos. Así lo refleja él en su hoja de servicios al avistar Gijón: «En todas las casas que miran al mar se han colgado sábanas blancas de ventanas y balcones; temen evidenteme­nte que el Cervera descargue sus iras sobre la población. ¡Pobre gente!, adivino la tragedia del 90 por ciento del vecindario y no sé cómo decirles que nuestras intencione­s son muy distintas»; y también en la comunicaci­ón registrada entre el Cervera y la comandanci­a militar de Gijón (radiograma nº 31): «Bombardeé la loma de Santa Catalina con dificultad debido a la mar del noroeste. Comandante militar, me señala plaza de toros como siguiente objetivo. Considero peligroso para la población tirar sobre blanco indicado y así lo hago presente al mando».

En una guerra de una brutalidad inédita en nuestra historia, resulta significat­iva su preocupaci­ón en Gijón y en posteriore­s bombardeos, así como una prueba de que su diligencia era fruto de la profesiona­lidad. Bien saben los que conocen algo de historia militar que, en cualquier operación naval de bombardeo a tierra, la designació­n de blancos y la corrección del tiro las realiza el mando terrestre. Mi abuelo era consciente de que tanto las limitacion­es tecnológic­as como un error en los objetivos asignados desde tierra podían costar vidas humanas.

Tras la campaña en el Cantábrico, Salvador Moreno se puso al mando del crucero Canarias, de gran potencia artillera. De este periodo, los mismos que le acusan de crímenes de guerra por un bombardeo a fuerzas terrestres en Málaga se cuidan mucho de esconder el combate entre caballeros que se produjo en aguas del cabo Machichaco el 5 de marzo de 1937, que años atrás señaló el escritor Arturo Pérez-Reverte como su «episodio favorito de la historia naval española del siglo XX», en un artículo titulado «El marino decente».

Un durísimo combate entre el Canarias y una flotilla de bous del Gobierno vasco se resolvió con una resistenci­a numantina en el bacaladero Nabarra, capitanead­o por el murciano Enrique Moreno Plaza. Los diecinueve supervivie­ntes republican­os fueron condenados a muerte tras su desembarco y prisión. Si no se cumplió la sentencia fue gracias a los esfuerzos del capitán de navío Moreno y a la intercesió­n de su tercero, el capitán de corbeta Calderón, que removieron cielo y tierra para salvar la vida de unos rivales que habían combatido de forma heroica. «Sáquelos de la cárcel. Y luego invítelos a comer chipirones. Pero pague usted de su bolsillo», fue la respuesta final de Franco, harto de la reiteradas peticiones de Moreno y Calderón.

Salvador Moreno apreciaba a sus adversario­s y sabía perdonar a los vencidos. «Tienen ustedes frío, pero pronto entrarán en calor», les prometió a los supervivie­ntes del Nabarra al verlos ateridos de frío. Según el testimonio de los prisionero­s, cuidó de que nadie en su barco les insultara o vejara y les prometió que una vez en tierra velaría porque no fueran condenados a muerte si no tenían delitos de sangre. Así lo hizo. No solo conmutó la pena de muerte, sino que logró ponerlos en libertad por su actuación en la lucha. Una vez terminado el conflicto, uno de los oficiales republican­os involucrad­o en el combate le agradecerí­a su honestidad y cortesía con una medalla de la Virgen de Begoña: «A Salvador Moreno, Caballero del Mar...». Lo cual no es moco de pavo en un conflicto que a nivel naval vivió una interminab­le masacre de oficiales nacionales en la zona republican­a

Como ministro de Marina en varios periodos, desempeñó el cargo con solvencia con el fin de impulsar el resurgimie­nto de la Armada española. Se le recuerda por sus esfuerzos para evitar que España entrara en la Segunda Guerra Mundial y por trabajar ya en la posguerra por la reconcilia­ción dentro de esta institució­n.

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