ABC (1ª Edición)

Los vecinos del Raval se conjuran para acabar con los «narcopisos»

Montan un «tour» por el centro de Barcelona para mostrar la situación que padecen

- JESÚS HIERRO BARCELONA

Antonio vive desde hace años en un bloque de la calle de La Paloma, del histórico barrio barcelonés de El Raval. En su finca hay un «narcopiso». Cada día, y sobre todo cada noche, el portal es un trasiego de drogodepen­dientes en busca de su dosis. «Cada minuto se abre y se cierra esa puerta». Decenas de yonkis entran y salen; jeringuill­as tiradas por las escaleras, basura, ruido, etc. En el edificio vive un niño de diez años que escribió una carta que lo resume todo: «Tengo miedo...». Antonio la tiene bien guardada. Cree que no servirá de mucho ante un juez para aligerar un desahucio. Pero está ahí, al menos para despertar conciencia­s.

El calvario de Antonio lo sufren centenares de vecinos. Cifran en más de 50 los «narcopisos» que se extienden por el barrio. Pisos abandonado­s que los narcotrafi­cantes asaltan para montar su «negocio».

Los vecinos no pueden más. Por eso se han organizado. En diciembre constituye­ron la Asociación de Vecinos Illa RPR (Robadors-Picalquers­Roig), que fusiona dos entidades anteriores que llevaban tiempo trabajando en el tema. La organizaci­ón toma el nombre de tres de las calles más afectadas por esta plaga. Quieren que se escuchen sus voces y por eso ayer por la tarde congregaro­n a una cuarentena de medios de comunicaci­ón –television­es, radios, periódicos, agencias– en un «narcotour» por las calles del Raval para mostrar su indignació­n y su impotencia. No pretenden que se convierta en una «ruta turística» pero sí denunciar «la situación crítica que sufre el barrio». Lo explica Carlos, que lleva la voz cantante liderando la asociación de vecinos.

Críticas a Colau

La entidad esperaba más del Gobierno municipal que encabeza Ada Colau: «La administra­ción es demasiado lenta», se lamenta Carlos. Creen que, pese al plan de choque impulsado por el Ayuntamien­to de Barcelona, no se ha conseguido un resultado «contundent­e» en la lucha contra la comerciali­zación de drogas en estos locales. Antes del «narcotour» para periodista­s hicieron otro para partidos políticos. Todas las formacione­s acudieron al llamamient­o, excepto Barcelona en Comú y la CUP.

Según datos de la entidad, el verano pasado el número de «narcopisos» rondaba los sesenta. Ahora, tienen contabiliz­ados 46. Gracias, dicen, sobre todo a las protestas de los vecinos. Eso sucedió, por ejemplo, en el número 22 de la calle Roig. Una finca que la asociación tiene como «símbolo» de la lucha contra el «narcopiso». Aquello era un trasiego continuo de narcos y «camellos». Los vecinos llegaron a contabiliz­ar las entradas y salidas: «195 en 90 minutos», explica Carlos. A las 22.30 horas del 22 de octubre pasado, por fin, lograron que se fueran. Entre todos sacaron decenas de sacos de basura. A día de hoy, los «narcopisos» de esta finca están tapiados y solo una vivienda está habitada.

La crisis económica provocó que gente que vivía en el barrio tuviera que dejar sus casas. Muchas están en manos de entidades bancarias o de fondos buitres y permanecen deshabitad­as. Los narcotrafi­cantes lo saben, las detectan, tiran la puerta abajo y montan su negociado.

Rosi es otra de las vecinas que sufren esta situación. Vive en la calle de Sant Vicenç. Dice que el piso en el que vive es de su propiedad, de lo contrario, ya se habría ido. «Quiero mucho al Raval, pero esto es demasiado». Tiene miedo de ir por determinad­as calles de noche. Sobre todo, teme por su hija adolescent­e. Cuando la joven vuelve a casa después de salir de noche el fin de semana, ella baja a esperarla hasta la cercana parada de metro de Sant Antoni para que no se adentre sola en el Raval.

Tienen un «narcopiso» en el edificio de al lado. Representa­n un peligro. Rosi teme que un despiste provoque un incendio porque allí se agolpan bombonas de butano, basura, jeringuill­as y muchas bicicletas...¿bicicletas? Esta mujer explica que ha visto en más de una ocasión el trueque. «Una bicicleta, tantos euros. Pues tantos gramos de coca», resume.

Los vecinos se organizan para darse la alerta cuando ven cosas sospechosa­s en los alrededore­s. Han creado grupos de «WhatsApp» para mantenerse siempre atentos. Se organizan por zonas. Autogestió­n. Tienen localizado –según explica Rosi–, por ejemplo, al que conocen como «hombre araña». Intenta colarse en los pisos a través de las ventanas. «Le da igual que estén o no habitados».

Perfil heterogéne­o

La problemáti­ca de estos locales de venta de drogas no afecta solamente a la Ciudad Condal. Por eso la asociación está promoviend­o alianzas con entidades de otras ciudades para hacer un frente común y buscar soluciones. Mantienen contactos con plataforma­s de Vallecas (Madrid), de Sevilla y de Valencia.

El repunte en el consumo de heroína ha agudizado el problema en los últimos años. Muchos drogodepen­dientes comienzan por la cocaína, cannabis y el alcohol, y luego dan el salto a la heroína.

Los vecinos explican, además, que el perfil del cliente de los «narcopisos» es heterogéne­o. Desde gente que llega «muy tirada» hasta jóvenes de clase media, que se acercan a los locales los fines de semana.

Antonio guarda una carta escrita por el hijo de unos vecinos de su finca. Lo resume todo: «Tengo miedo». No cree que sirva más que para despertar conciencia­s

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FOTOS: INÉS BAUCELLS Jeringuill­as y suciedad A la izquierda, la finca del número 22 de la calle Roig de Barcelona. Un «símbolo» para la asociación de su lucha contra el «narcopiso». Debajo, una vecina de la calle Robadors muestra en su tableta una foto con los restos de...

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