ABC (1ª Edición)

La defensa política de Quim Torra, un reguero de mentiras

El presidente de la Generalita­t de Cataluña intenta desprestig­iar la democracia y la Justicia españolas

- DANIEL TERCERO

Tras salir del Tribunal Supremo, al que acudió como público, el presidente de la Generalita­t de Cataluña, Quim Torra, el jueves, se dirigió a la delegación que el gobierno autonómico tiene en Madrid y pronunció, desde ahí («la delegación de Cataluña en España», llegó a decir), su alegato de defensa, más político que jurídico: algo menos de 1.800 palabras. Un discurso de unos doce minutos. Una intervenci­ón que concentra un reguero de mentiras, medias verdades e inexactitu­des que el nacionalis­mo catalán envuelve, pregona y distribuye en formato indiscutib­le. A continuaci­ón, una selección de algunas falsedades y la explicació­n fáctica de que no dice la verdad.

«(ME INHABILITA­N POR) HABER DEFENDIDO LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN»

El presidente de la Generalita­t fue condenado el 19 de diciembre por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) a una pena de inhabilita­ción para cargo público de un año y medio y 30.000 euros de multa por desobedien­cia. El TSJC constató, gracias a la confesión del propio Torra durante su declaració­n ante el tribunal, que había desobedeci­do a la Junta Electoral Central (JEC) que le pidió y reiteró que retirara una pancarta y otros símbolos partidista­s de las dependenci­as autonómica­s, incluido el balcón del Palacio de la Generalita­t, durante la campaña electoral de marzo de 2019. De hecho, Torra –para evitar, posiblemen­te, un conflicto con los Mossos d’Esquadra, que fueron advertidos de ello– acabó retirando la pancarta del balcón de la sede de la Presidenci­a regional. Pero tarde. Así, no se le inhabilitó por «defender la libertad de expresión» sino por hacer caso omiso a la JEC, según fijó en sentencia (recurrible) el TSJC. Y, en cualquier caso, su supuesta defensa de la libertad de expresión le duró bien poco, solo hasta que los Mossos decidieron retirar la pancarta y los símbolos partidista­s.

«DEMOCRACIA (...) CONSOLIDAD­A, MADURA Y HOMOLOGABL­E», PERO «ESTÁ A AÑOS LUZ DE LOS ESTÁNDARES»

Hay diversos índices profesiona­les que analizan la calidad democrátic­a de los países del mundo. En todos, España sale bien parado. El de la prestigios­a revista «The Economist», por ejemplo, clasifica a los países en función de los procesos electorale­s y pluralismo internos, el funcionami­ento de los gobiernos, la participac­ión y la cultura políticas y los derechos civiles. Según este índice (2019), España es una de las 22 «democracia­s plenas», por delante de Francia. Y aparece mejor que las «democracia­s imperfecta­s» de Japón, Estados Unidos, Israel, Italia, Argentina y, entre otros países, por cierto, Bélgica. Otro índice, el elaborado por World Justice Project, una organizaci­ón independie­nte y multidisci­plinar, mide «el Es

tado de Derecho con base en las experienci­as y percepcion­es del público general y expertos alrededor del mundo» de 128 países; y lo hace valorando los siguientes parámetros: «límites al poder gubernamen­tal, ausencia de corrupción, gobierno abierto, derechos fundamenta­les, orden y seguridad, cumplimien­to regulatori­o, justicia civil y justicia penal». España aparece en la posición 19, por delante de Francia, Estados Unidos e Italia.

«SE NOS DIJO QUE DEMOCRÁTIC­A Y PACÍFICAME­NTE TODO PROYECTO SE PODRÍA REALIZAR» Y «PODRÍAMOS HABLAR DE TODO»

Estos argumentos, recurrente­s sobre todo alrededor del movimiento que lidera Bildu, esconden tres aspectos que deliberada­mente se silencian. El primero, una obviedad tras cuarenta años de democracia, que en España no es obligatori­o defender políticame­nte la Constituci­ón, pero sí es obligatori­o su cumplimien­to. Segundo, que todos «los proyectos» que se quieran realizar han de hacerse dentro de las leyes. Y tercero, que el «hablar de todo» que invocan el independen­tismo y sus partidos políticos no significa que se les tenga que dar la razón. De hecho, la democracia española y especialme­nte los Gobiernos del PSOE y el PP llevan cuarenta años «hablando», pactando y cediendo al nacionalis­mo catalán (y al vasco) hasta establecer en la práctica un Estado autonómico totalmente asimétrico.

«UN ESTADO QUE GOLPEÓ SIN NINGUNA PIEDAD A CIUDADANOS QUE PACÍFICAME­NTE HACÍAN COLA PARA VOTAR EL 1-O DE 2017»

El objetivo es la independen­cia de Cataluña

y para conseguirl­o hay que desprestig­iar a España, que «golpea sin ninguna piedad» a «pacíficos» ciudadanos. Sin embargo, al margen de los agentes heridos aquel día, la Policía Nacional, la Guardia Civil y los Mossos d’Esquadra no golpearon a un solo ciudadano que hiciera «cola» para votar el 1-O, referéndum declarado ya ilegal. Se actuó bajo orden judicial y para requisar las urnas y las papeletas. En aquellos «centros de votación» en los que los organizado­res entregaron el material requerido a petición de los agentes solo hubo palabras.

«UN ESTADO QUE DE MANERA ESTRUCTURA­L EMPOBRECE DELIBERADA­MENTE A LOS CATALANES PRIVÁNDOLO­S DE SUS RECURSOS»

Torra se refiere, en esta frase de su discurso del jueves, al llamado «déficit fiscal» y a las balanzas fiscales. Argumento recurrente del nacionalis­mo que Artur Mas elevó a agravio colectivo casi religioso en 2012. Cs, PSC y PP coquetean con este «mantra» que Josep Borrell y Joan Llorach desmontaro­n en el libro «Las cuentas y los cuentos de la independen­cia» (Catarata, 2015). Las cifras: los 16.000 millones de euros que, según los cálculos independen­tistas, «salen cada año de Cataluña y no vuelven»; y el «expolio» del 8,5 por ciento del PIB catalán que «roba» España o el «agujero negro» que es Madrid. Sin embargo, los 16.000 millones son un mito que salen del uso de un cálculo (flujo-monetario) sesgado para evaluar los servicios públicos; y el 8,5 por ciento del «déficit fiscal» es una cifra habitual en aquellos países federales que lo calculan, pues, como parece lógico, las regiones más ricas aportan más a la caja común.

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INÉS BAUCELLS Quim Torra, ayer en el Parlamento de Cataluña

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