ABC (1ª Edición)

EL ÁRBOL CAÍDO

¿Que el árbol es el Estado? Al final, esa acacia podrida en medio de la calle va a ser mi árbol Bo, bajo el que tuvo Buda la revelación de la verdad

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

Soraya (la cantante, que la jurista ya sabemos que no llora) «retira su vídeo llorando por los árboles tras el acoso de los haters», que es como yo voy a retirar mi coche, llorando, del garaje público, que es un taxímetro, donde me refugié el viernes no de la nieve, sino de los sabuesos de Almeida, y cuya salida permanece bloqueada por un árbol en la calzada.

–El árbol es el Estado –dice Sloterdijk, que confiesa su impacienci­a por leer una historia de la filosofía escrita «sub specie arboris».

¿Que el árbol es el Estado? Al final, esa acacia podrida va a ser mi árbol Bo, bajo el que tuvo Buda la revelación de la verdad.

El árbol se fusiona con los fantasmas del origen por la comparació­n imaginaria entre útero y raíz, y Sloterdijk nos lleva al tabarrón setentero de «Capitalism­o y esquizofre­nia», cuyos lectores deben de ser los haters de Soraya, pues Deleuze y Guattari, sus autores, unos Marx y Engels de la arborofobi­a, sobre la idea de que el árbol posee una «complejida­d aristocrát­ica», deciden talarlo y acabar con el fascismo de lo Uno, lo Privilegia­do y lo Monótono, cosa que hay que tener en cuenta al hacer la elegía al árbol caído en la calle, donde el único pájaro que canta, para mí, es el pájaro carpintero del taxímetro del garaje en mi cuenta del Banco.

Soraya se derrumba por el sufrimient­o de los árboles durante el temporal y llora como Cortés en el ahuehuete de la Noche Triste.

–Aquí lloró Cortés.

Pero Camín, un poeta asturiano de La Peñuca, en el barrio de Juanele, el Pichón de Roces, demostró que Cortés no lloró nunca, «ni siquiera en los brazos morenos y ardientes de Doña Marina».

–Téngase en cuenta que esa noche llovía a torrentes. La lluvia aperdigona­ba la fronda. Luego no era Cortés el que lloraba bajo el árbol de la Noche Triste. Era el árbol el que lloraba, bajo la lluvia, sobre el casco de Cortés.

Cuando fueron a talarle los árboles de Ríos Rosas, Ruano se sentó a escribir y encendió un pitillo: «Hay que toser antes de cantar».

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