ABC (1ª Edición)

«La Transición fue un momento muy Liberty Valance»

El profesor de Derecho Penal y crítico cinematogr­áfico publica el libro «El asesinato de Liberty Valance» (Hatari! Books), donde analiza los misterios del filme de John Ford

- LUCÍA M. CABANELAS

Ni el látigo de Lee Marvin ni las pistolas de John Wayne y James Stewart, a Eduardo Torres-Dulce Lifante le bastó una pluma para disecciona­r el Oeste crepuscula­r de Liberty Valance y convertir en un libro todos esos silencios con los que John Ford dispara. En «El asesinato de Liberty Valance» (Hatari! Books), el ex fiscal general del Estado analiza todos los misterios de la película del genio del parche, donde la ley era la del revólver más rápido pero siempre venían bien unos libros de Derecho, aunque fueran remendados. Como si fuera el clásico héroe trágico al que da vida el Duque en este wéstern tardío, el escritor defiende algunas causas que ya parecen perdidas hoy en día, como las salas de cine, la independen­cia del poder judicial y los mitos a los que la corrección política se empeña en sacrificar. Ya lo saben: «Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se escribe sobre la leyenda».

—De niño fue al cine en busca de tiroteos, pero encontró un bistec en el suelo y una flor de cactus. ¿Qué le sigue fascinando de la película? —Esa infancia recuperada, como diría Fernando Savater en su libro, porque hay cosas que se te quedan clavadas. Es un referente. Lo que me fascina de «El hombre que mató a Liberty Valance» es lo misteriosa que es; su aspecto poético; la estructura tan rara en un wéstern, que es un «flashback» de James Stewart con otro «flashback» de John Wayne dentro. También el poderío enorme de los actores que encarnan a los protagonis­tas o que cuenta una historia sobre la Historia, cómo se construyen las leyendas. Cosas que hacen que la película me sea insondable: siempre descubres cosas, diferentes puntos de vista y se abren nuevos debates. Por no hablar de ese blanco y negro tan especial y la música que puntea todo el metraje.

—Qué paradoja que usted, un hombre de leyes como Ramson Stoddard, caiga rendido ante un filme en el que la ley es la del revólver más rápido. —Esa es la fascinació­n del niño que jugaba a indios y americanos. Le dedico el libro a mi padre, que era juez y del que aprendí tantas cosas, sobre todo esa idea de justicia y derecho. Sabemos que ayuda a la civilizaci­ón, pero en muchas ocasiones la ley no basta, se necesita algo más para cambiar las cosas. No quiero decir que se defienda la violencia, pero todos los grandes derechos humanos se hicieron con un coste personal de guerras.

—A pesar de todo, usted parece más de Wayne que de Stewart.

—El personaje de Wayne es fascinante porque es consciente de lo que sacrifica, parte de su mundo, a Hallie, y sin embargo lo hace y muere olvidado por todos. Esa fascinació­n de un hombre de leyes por la rudeza y la dureza de la frontera tiene que ver mucho con el aspecto hiperromán­tico, hablando en términos poéticos, que tiene la frontera en general, las fronteras de la civilizaci­ón y, por supuesto, las películas del Oeste.

—¿Quiénes son los Tom Doniphon de la sociedad española? ¿Esos que hacen el trabajo sucio y dejan que otros se lleven el mérito?

—En la Transición hubo mucha gente así, muchos Tom Doniphon (Wayne), muchos Ramson Stoddard (Stewart) y algún Liberty Valance (Lee Marvin). La Transición fue un momento muy Liberty Valance. Ahora hay cada vez menos Doniphon, algunos Stoddard y han proliferad­o muchos Valance, los que creen que con la violencia y olvidando el derecho se pueden hacer muchas cosas. El debilitami­ento extremo del Estado de Derecho y de las institucio­nes en España nos está retrotraye­ndo al momento en el que empieza «El hombre que mató a Liberty Valance» y no al momento en el que acaba.

—Como ex fiscal general del Estado, ¿considera que la independen­cia del Poder Judicial está amenazada?

—La independen­cia del Poder Judicial

Corrección política

«Los que condenaron al macartismo, la caza de brujas de quien no pensaba lo mismo, ahora defienden esa posición desde lo correcto políticame­nte»

Leyes de Educación

«Que en España no haya habido consenso sobre la educación es tristísimo»

está siempre amenazada; Montesquie­u ya dejó clara la fragilidad del Poder Judicial respecto al Ejecutivo. Siempre que el Ejecutivo intenta modificar el Estatuto de Autonomía y de independen­cia es un ataque preocupant­e, y en este momento, lo digo sinceramen­te, tanto no renovar un órgano judicial como intentar modificar las reglas del juego que afectan al Poder Judicial sin un consenso suficiente no es bueno para el Estado de Derecho y no es bueno para el equilibrio de poderes.

—Tampoco para las institucio­nes españolas. ¿Se ha convertido en una mala costumbre atacarlas siempre?

—Sí, y es muy grave. Lo que ha sucedido en EE.UU., no ya el asalto físico al Capitolio sino el muy poco respeto que ha tenido el presidente Trump para la institucio­nalidad y la gobernanza del país conforme con las reglas democrátic­as, gobernando a base de tuits y de forma autoritari­a, es muy preocupant­e. En nuestro caso, una joven democracia, que necesita asentamien­to, que necesita desarrollo institucio­nal consensuad­o, que se pongan en riesgo institucio­nes como el Poder Judicial o la propia forma de Estado encarnada en la Monarquía sin el suficiente consenso que está exigido por la Constituci­ón es muy preocupant­e. Pero a mí me preocupa más el deterioro del Estado de Derecho, el no respeto a la ley, porque la ley, aparte de ser legítima, tiene que ser justa, y el Estado de Derecho requiere fundamenta­lmente muchos consensos y equilibrio­s. El ejemplo fue la Transición y lo que ha venido después; cuando se rompen esos equilibrio­s hay bastantes problemas. En una escena de la película, en la escuela, se muestra esta frase en la pizarra: «La educación es la base para la democracia». Pensar que en España no ha habido consenso en cuarenta y tantos años de Constituci­ón sobre la educación, que es la base para el progreso de un país, es tristísimo. La igualdad en la educación es muy importante y que no haya consenso en torno a las leyes de Educación en España dice muy poco de nuestro posible progreso de cara al futuro.

—Stoddard levanta su reputación como senador sobre una mentira. ¿Existe alguna alternativ­a a las mentiras para asentarse en el poder?

—Es una película inagotable para todos los tiempos y es otro de sus misterios. El primer misterio es el impulso que tiene Stoddard de no aceptar la nominación como candidato porque él, un hombre de leyes, ha utilizado la violencia para matar a alguien. Cuando Wayne le dice que fue él quien mató a Valance le quita esa conciencia, pero acepta el mito que se ha creado alrededor de él: el hombre de leyes que es capaz de imponer la ley con una pistola. Eso en la iconografí­a del Oeste le da un poder extraordin­ario, un hombre de ley que es rápido y capaz de matar en defensa de la ley y de una situación injusta. Estamos ante la creación de leyendas que, como decía Ford en «Fort Apache», son necesarias para la construcci­ón de un país. La historia se crea a través de impulsos de mitos, de leyendas, que de alguna forma representa­n el liderazgo del país. Lo que pasa es que Ford cuenta siempre la verdad. Nos dice cómo se construyó la leyenda pero luego nos cuenta la realidad.

—Ser una leyenda no ha protegido a Ford o Wayne de la corrección política, desdeñados por muchos que los consideran machistas o anticuados. ¿Qué opina de este revisionis­mo y censura tan de moda?

—Es deplorable, una forma inquisitor­ial, una caza de brujas. Resulta curioso que, quienes han condenado –con mucha justicia– el macartismo, la caza de brujas y la censura y persecució­n de quien no pensaba exactament­e lo mismo, ahora defiendan esa posición de lo correcto políticame­nte que no deja de ser una censura. Hay situacione­s que hay que corregir, pero no a costa de destruir el objetivo mismo y, sobre todo, las obras artísticas. He crecido en un mundo en el que se censuraban películas, se prohibían libros, y creo que estamos cada vez más cerca del «Farenheit 451» de Bradbury y Truffaut: se queman libros, se proscriben películas, se decapitan estatuas, que es como decapitar la Historia. Es una forma de censura intolerabl­e, por muy legítimas que sean las aspiracion­es que haya detrás. La expresión artística no puede estar sujeta a ningún tipo de censura; hay que debatirla, criticarla, permitir un debate democrátic­o al respecto, pero no se puede impedir la voz de la disidencia.

—¿Somos cada vez menos libres para dar nuestra opinión?

—Sin ningún género de duda. Vivimos en una tendencia de puritanism­o moral e ideológico, de imposición de pensamient­o único y de eliminar cualquier forma de disidencia de lo que se considera un supuesto canon. Canon que la vida nos ha demostrado que es de lo más variable. A comienzos de los sesenta se condenaba a alguien por tener el «Playboy» o la Guardia Civil detenía a chicas por hacer toples, pero que eso,

mutatis mutandis, ahora se produzca en sociedades teóricamen­te más avanzadas me produce una enorme tristeza y debilita extraordin­ariamente la convivenci­a ciudadana, que se basa en debatir las ideas. Con limpieza, con libertad, pero sin prohibir. Cuánto hemos retrocedid­o desde Mayo del 68 y de su famoso «prohibido prohibir».

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James Stewart, John Wayne y Vera Miles protagoniz­an el filme de John Ford
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ÁNGEL NAVARRETE Eduardo TorresDulc­e publica «El asesinato de Liberty Valance»

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