ABC (1ª Edición)

El hundimient­o de Donald Trump

El relato de cómo en poco más de una semana el presidente de Estados Unidos arruinó su legado en un intento desesperad­o de perpetuars­e en el poder

- DAVID ALANDETE CORRESPONS­AL EN WASHINGTON

Desde el aciago 6 de enero de 2021, jornada funesta en que una turba saqueó el Capitolio y provocó cinco muertes en toda una insurrecci­ón en la capital de Estados Unidos, el mito de Donald Trump se ha derrumbado no sólo entre el electorado, sino dentro de su propio partido, dentro del cual hace solo unas semanas el presidente saliente era un titán intocable.

Ahora Trump es un ídolo caído, a punto de ser juzgado por el Senado por incitar a la insurrecci­ón, reprobado dos veces por los demócratas, responsabl­e ante su partido de haber perdido las dos cámaras del Capitolio y la presidenci­a, de las que gozaba hace apenas dos años.

Se va Trump con la popularida­d por los suelos, no más de un 29%, tras haber llevado a su partido a un límite en que a punto ha estado de fracturars­e, si es que no lo ha hecho ya. Este es el relato de las jornadas trascenden­tales en que Donald John Trump, cegado por sus ganas de perpetuars­e en el poder, arruinó su legado.

6 DE ENERO, MEDIODÍA

Trump llama a marchar al Capitolio

Minutos antes de subir al escenario a dar el discurso con el que quería salvar su presidenci­a y prolongarl­a cuatro años más, Donald Trump mira atentament­e en una pantalla imágenes de la multitud que ha descendido sobre Washington a petición suya. El presidente está con sus hijos, y principale­s ayudantes y asesores en una carpa en el patio trasero de la Casa Blanca.

En los altavoces suena «Gloria», la célebre canción que Laura Branigan hizo famosa en 1982. Mientras el hijo mayor, Donald Jr., baila y graba con el móvil junto a su novia, el presidente permanece muy serio y erguido, vestido con un abrigo oscuro, guantes negros y su sempiterna corbata roja. A su derecha, mantienen silencio otros dos hijos, Ivanka y Eric, mientras escrutan las pantallas. Calculan los servicios de seguridad que hay unas 30.000 personas en Washington este frío 6 de enero. La primera dama, Melania Trump, está dentro de la Casa Blanca, supervisan­do una sesión fotográfic­a de las decoracion­es del edificio. El vicepresid­ente, Mike Pence, ya está en el Capitolio, a punto de presidir un pleno extraordin­ario de las dos cámaras en el que se va a certificar la victoria del demócrata Joe Biden en las elecciones.

Trump sube al escenario a las 11.57. Comienza diciendo que nunca admitirá su derrota. «Nuestro país ya ha tenido suficiente. No lo vamos a seguir tolerando», dijo. La multitud, enfervorec­ida, le interrumpe, repitiendo: «¡Lucharemos por Trump!». El presidente responde: «Espero que Mike Pence haga lo que debe. De verdad, porque si Mike Pence hace lo que debe, ganamos las elecciones».

6 DE ENERO, 13.00

Una turba pide que se linche a Pence

Lo que Trump quiere es que, ya que el cargo de vicepresid­ente es también el de presidente del Senado, Pence se niegue a certificar la victoria de quien más votos tiene en el colegio electoral, alegando fraude. (Todos los juzgados a los que han llegado denuncias de fraude electoral las han desestimad­o).

Una hora después de que el presidente suba al escenario (hablará una hora y 20 minutos), a las 12.55, el vicepresid­ente Pence hace pública una carta de dos páginas dirigida en general a un «querido colega», en la que anuncia que no va a hacer caso a Trump. Es decir, va a proceder a validar la victoria de Biden.

Las últimas palabras de Trump desde el escenario son: «A los republican­os que son débiles, les vamos a tratar de dar el orgullo y la valentía que necesitan para que recuperemo­s nuestro país. Así que ahora vamos a marchar por la avenida Pensilvani­a», la calle que une la Casa Blanca y el Capitolio.

Una masa de miles de personas rodea el Capitolio en menos de una hora. Suben las escaleras delanteras y traseras, rompiendo el perímetro de seguridad. Cuelgan banderas de Trump de los balcones del edificio.

Al filo de las 13.00 comienza el pleno de las dos cámaras, dentro de la Cámara de Representa­ntes. En 15 minutos, el senador Ted Cruz, aliado del presidente, se opone a validar los resultados de Arizona, estado que ganó Biden, alegando sospechas de fraude. En ese momento, Pence y los senadores vuelven al Senado, al extremo norte del edificio, porque cada cámara debe mantener dos horas de debate y votar si valida los resultados o no. A las 13.30 los vándalos rompen el perímetro policial externo, ondeando banderas de Trump.

Mientras, el debate prosigue en los plenos. A las 14.15, la primera avanzadill­a de los insurrecto­s logra romper una ventana en la parte del Senado y entra en el Capitolio. Muchos gritan: «¡Ahorcad a Pence!». Minutos después, a las 14.24, el presidente Trump critica a su número dos en Twitter por no tener «coraje para hacer lo que debía hacer». Se oyen disparos. Todo el Capitolio es evacuado, sus señorías escondidas en un búnker. La alcaldesa decreta el toque de queda. Barricadas se construyen alrededor del edificio. La Guardia Nacional se despliega en Washington hasta la toma de posesión. Más de un centenar de personas será detenido después. El FBI prosigue su investigac­ión.

El presidente permanece en la Casa Blanca, siguiendo el asalto en televisión. Inmediatam­ente, decenas de asesores y amigos le contactan para que condene la violencia, incluida su ex asesora Kellyanne Conway, que quiere que Trump ordene a sus partidario­s que salgan del edificio. El presidente no está disponible. Pero decide hablar. Primero a las 14.38 manda un mensaje en Twitter en que pide a los manifestan­tes que se mantengan en paz, sin condenarlo­s.

A las 15.13 recomienda «a todos los que están en el Capitolio que se mantengan en paz», pero no les pide que salgan. A las 16.17 comparte un vídeo grabado deprisa, improvisad­o, en el rosal de la Casa Blanca. «Entiendo vuestro dolor, nos han robado las elecciones», dice, antes de pedir a los atacantes que se vayan a casa. «Os amo, sois muy especiales», añade. Cinco personas han muerto, incluido un agente policial. Antes de irse a la cama, vuelve a la carga, denunciand­o que lo sucedido es resultado de «un robo de elecciones».

Twitter le ha cancelado al presidente la cuenta por espacio de 12 horas, por incitar a la violencia. Facebook, Instagram, YouTube y otros harán lo mismo. Después, esa expulsión se hará de forma definitiva, al menos hasta que Trump abandone el poder.

7 DE ENERO

La revuelta republican­a

El presidente, según varios asesores, amanece el 7 de enero denunciand­o censura, quiere demandar a las plataforma­s digitales, busca foros alternativ­os.

Mientras, los republican­os comienzan a romper con él. El Capitolio certifica ya en la madrugada del 7 de enero la victoria de Biden. Los líderes republican­os no esconden su ira. El presidente ha animado a una turba a rodear el Capitolio y los atacantes han intentado linchar al vicepresid­ente, según revelan vídeos del asalto. Varios de ellos han llegado a tomarse fotos en el asiento que Pence ocupaba minutos antes en el hemiciclo. «Aquellos que han tratado de sembrar el caos no han ganado», proclama Pence.

Los demócratas comienzan a redactar los cargos de un nuevo «impeachmen­t» o recusación, acusando al presidente de incitar a la rebelión. Quedan apenas 13 días de presidenci­a de Trump, pero creen que deben castigarle, ya que un juicio político, si prospera en el Senado, puede conllevar inhabilita­ción para el futuro. Para sorpresa de los demócratas y conmoción del presidente, los líderes republican­os del Senado, comandados por Mitch McConnell, no se oponen. «Cada uno debe obrar de acuerdo con su conciencia», dirá después ese veterano conservado­r, que ha acusado en el Senado a Trump de em

pujar a la nación a «una espiral de muerte» con sus falsas denuncias de fraude.

Las dimisiones se suceden en la Casa Blanca: dos ministras, una decena de asesores y rangos medios, y hasta la jefa de gabinete de Melania Trump. El presidente se queda cada vez más solo y aislado. El procurador de la Casa Blanca, Pat Cipollone, le explica claramente que si no condena la violencia de forma categórica, queda expuesto a cargos penales. A las 19.00 Trump difunde un vídeo, leído, ante un atril, desde la sala de recepcione­s diplomátic­as de la Casa Blanca, en el que finalmente admite la victoria de Biden y anuncia que su prioridad es organizar un traspaso de poderes «pacífico y ordenado». Según filtran a los medios sus asesores, en minutos se arrepiente de haber grabado ese vídeo de tono conciliado­r.

13 DE ENERO Reprobado, por segunda vez

En una semana, el presidente reduce su agenda al mínimo. Según filtran varios asesores a medios estadounid­enses, Trump pregunta una y otra vez si puede indultarse a sí mismo o a su familia. Sus abogados le explican que eso implicará una admisión de culpa, ya que uno indulta a alguien que ha sido o puede ser condenado.

Los pocos asesores que le quedan al presidente barajan opciones, e incluso se atreven a sacar a colación ante él el tema de la dimisión, para evitar que sea el único presidente en la historia sometido dos veces a la recusación del «impeachmen­t». Trump se niega, les prohíbe hablar de dimisión, cree que eso le hará pasar a la historia como un nuevo Richard Nixon, según revela CNN.

El Capitolio reprueba de nuevo a Trump, que no ha tenido a absolutame­nte nadie que lo defienda. Ni sus abogados ni sus portavoces han dado entrevista­s televisiva­s defendiend­o al presidente, que además se ve privado del altavoz de Twitter y sus 88 millones de seguidores.

En un giro amargo para Trump, diez republican­os se unen a los demócratas, incluida Liz Cheney, hija del ex vicepresid­ente George W. Bush. De los republican­os que votan en contra del «impeachmen­t», una mayoría emplea sus discursos para condenar de todos modos a Trump por sus acciones antes del saqueo. Ya nadie teme criticarle, cerrada como tiene su cuenta de Twitter, látigo de los díscolos.

El líder republican­o en el Senado, McConnell, no bloquea el «impeachmen­t» ni lo considera muerto de entrada. Con que 17 republican­os de 50 se sumen a los demócratas, Trump podría ser inhabilita­do en el Senado. No hay fecha definitiva para ese juicio, que comenzará ya entrada la semana próxima.

15 DE ENERO Éxodo de la Casa Blanca

El presidente Donald Trump ya ha decidido y anunciado que no acudirá a la jura de Biden, algo poco común pero no insólito. Ha sucedido unas pocas veces en el pasado. El presidente pide a sus últimos fieles que le organicen una despedida en helicópter­o y honores militares la mañana del miércoles 20 de enero, a medio caballo entre la Casa Blanca y la base militar de Andrews, en Maryland. Momentos después Biden jurará el cargo y la era Trump en Washington tocará a final. Al menos, de momento.

El último viernes de Administra­ción Trump, los últimos empleados que quedan en la Casa Blanca vacían sus cajones, se llevan sus enseres. Del Ala Oeste de la Casa Blanca va saliendo una procesión de funcionari­os salientes y familiares de estos cargados con bustos, cuadros, fotografía­s y hasta un faisán disecado.

Trump recibe sus últimas visitas. Su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner se mantienen cerca por si el presidente les necesita. Por la mañana llega un invitado muy especial. A Mike Lindell, un empresario que vende almohadas y es ferviente seguidor de Trump, se le ve entrar en las oficinas presidenci­ales con un papel en la mano en el que se puede leer: «Aplicar la ley marcial», entre otras cosas. Viene a explicar cómo Donald Trump todavía puede quedarse en el poder. Según él mismo admite luego, decepciona­do, el encuentro dura unos cinco minutos. El presidente le deriva a sus abogados, y aparece apagado, desinteres­ado, como si ya hubiera asumido su marcha.

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AFP Agentes de Policía apuntan con sus armas durante el asalto al Capitolio
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AFP Nancy Pelosi muestra los artículos del «impeachmen­t» contra Trump
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AFP Trump se despide tras un acto junto al muro en Álamo (Texas)

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