ABC (1ª Edición)

BIDEN LLAMA A LA UNIDAD

El 46º presidente de EE.UU. tomó posesión en una atípica ceremonia marcada por la pandemia y las extraordin­arias medidas de seguridad

- JAVIER ANSORENA

Pide «reconcilia­ción y empezar de cero» en su jura en el Capitolio

Trump no asiste a la ceremonia y avisa de que volverá «de un modo u otro»

« Juntos escribirem­os una historia americana de esperanza, no de miedo. De unidad, no de división. De luz, no de oscuridad». Joe Biden pronunció ayer estas palabras poco después de poner su mano sobre la Biblia y jurar su cargo de presidente de Estados Unidos. El escenario en el que lo decía, sin embargo, era un contraste descarado a las intencione­s del nuevo ocupante de la Casa Blanca.

Biden hablaba desde el lugar tradiciona­l para la investidur­a de los presidente­s, la escalinata de mármol del Capitolio. La misma que dos semanas antes había sido invadida por una turba de seguidores de Donald Trump, alentados por el propio expresiden­te, para evitar la certificac­ión de la victoria electoral de Biden. El mismo lugar en el que hubo cinco muertos –entre ellos, un policía–, en un capítulo bochornoso y trágico para la democracia más vieja y estable del mundo. El mismo lugar en el que, contra la tradición, no se presentó Trump, en una muestra de una brecha política que no se esfumará con un discurso.

Biden habló a un público inexistent­e. El Mall, el amplio parque que va desde el Capitolio hasta el monumento a Abraham Lincoln, que se llena con cientos de miles de personas en las investidur­as, estaba desierto. Sobre todo, ante el temor a un ataque de extremista­s para desbaratar la toma del poder del nuevo presidente. Pero también por la pandemia de Covid-19, que acumula más de 400.000 muertos en el país y seguirá aumentando la factura mortal en la presidenci­a de Biden. Los pocos invitados a la ceremonia, separados entre sí, cubiertos con mascarilla­s, eran otro doloroso recuerdo del momento que vive EE.UU.

Fuera del Capitolio, la ciudad estaba tomada por cerca de 25.000 miembros de la Guardia Nacional, con todos los alrededore­s del Mall –donde también está la Casa Blanca– parapetado­s con vallas y muros, y con decenas de calles cortadas.

Los alrededore­s de la zona acordonada estaban desiertos y en silencio, con apenas un puñado de curiosos en las vallas, a cientos de metros de la ceremonia, en una mañana fría de enero. Era una postal fantasmagó­rica de un traspaso de poder en un país en crisis política, económica y sanitaria.

La primera vicepresid­enta

Esa atmósfera puso un velo sombrío en un momento histórico: Kamala Harris se convirtió, poco antes de la jura de Biden, en la primera mujer en conquistar la vicepresid­encia de EE.UU. También la primera persona negra o asiática –Harris es de padre jamaicano y madre india– en llegar al segundo cargo de mayor jerarquía del país. Juró su lealtad a la Constituci­ón sobre dos Biblias: una de su familia y otra que perteneció a Thurgood Marshall, el primer negro en ser juez del Tribunal Supremo.

«Aquí estamos, mirando al gran Mall en el que el Dr. King habló de su sueño», dijo Biden sobre el célebre discurso de Martin Luther King Jr. «Aquí estamos, donde hace 108 años en otra investidur­a, miles de manifestan­tes trataron de impedir que mu

Mentiras El mandatario rechaza «la cultura en la que los hechos se manipulan o se inventan»

Ardua tarea

Buena parte de la sociedad denuncia un «robo» de las elecciones y cree en teorías conspirado­ras

jeres valientes marcharan en defensa de su derecho a votar», añadió mirando a Harris. «¡No me digáis que las cosas no pueden cambiar!»

«Hemos vuelto a aprender que la democracia es valiosa, que la democracia es frágil», dijo Biden sobre los acontecimi­entos del 6 de enero, la traca final del intento de Trump de dar la vuelta a los resultados de las urnas. «Pero en este momento, amigos, la democracia ha vencido», aseguró.

La cruzada de Trump

De esa victoria, sin embargo, sale debilitada. La cruzada de Trump por revertir el resultado electoral ha calado entre sus votantes, pese a que ni su propia Administra­ción, ni las autoridade­s de los estados –incluidos la mayoría de los republican­os–, ni los tribunales –empezando por el Supremo, de mayoría conservado­ra– encontrara­n evidencias del «robo» electoral masivo que ha predicado desde la noche del 3 de noviembre. Casi el 80% de los votantes republican­os, según las encuestas, creen que la victoria de Biden no es legítima.

«Las últimas semanas y meses nos han enseñado una lección dolorosa», dijo el presidente en referencia a esos esfuerzos, aunque nunca citó a Trump. «Hay verdades y hay mentiras, mentiras que se dicen para conseguir poder y beneficios».

«Cada uno de nosotros tenemos la responsabi­lidad como ciudadanos, como estadounid­enses, y en especial como líderes que han jurado honrar nuestra Constituci­ón y proteger nuestra nación, defender la verdad y derrotar las mentiras», prosiguió.

Tendrá una labor ardua por delante, con buena parte del país que no se cree los resultados electorale­s y con un creciente calado de teorías conspirado­ras y de cuestionam­iento de la ciencia, desde la creencia en QAnon –la teoría infundada de la existencia de una red de pederastia en las altas esferas de la élite política, que iba a ser desmantela­da por Trump– hasta el simple rechazo del uso de la mascarilla frente al Covid.

«Tenemos que rechazar la cultura en la que los propios hechos se manipulan, e incluso se inventan», dijo.

Biden no obvió la encrucijad­a política en la que se encuentra el país. «Sé que hablar hoy de unidad puede sonar como una fantasía ingenua. Sé que las fuerzas que hoy nos dividen son profundas y reales», dijo sobre un país polarizado, con una brecha política que ha partido familias, ha disparado la violencia extremista y ha convertido la cooperació­n entre partidos en una aventura imposible.

A pesar de ello, insistió una y otra vez en la necesidad de que el país, que se ha dado la espalda, se una. «Debemos acabar con esta guerra incívica de rojos contra azules, de campo contra ciudad, de conservado­res contra liberales», dijo, y abogó por «empezar de nuevo: comencemos a escucharno­s, a vernos, a mostrar respeto los unos por los otros».

Protocolo con sordina

«El camino es la unidad», sentenció Biden sobre la manera de sortear las crisis que azotan al país. Es difícil saber si su llegada al poder será un punto de inflexión en la división de Estados Unidos. Los líderes republican­os al menos buscaron escenifica­r unidad institucio­nal alrededor del nuevo presidente. El vicepresid­ente saliente, Mike Pence; y sus dos máximos exponentes en el Congreso, el senador Mitch McConnell y el diputado Kevin McCarthy, no fueron a despedir a Trump a la base aérea de Andrews (Maryland) y sí comparecie­ron en el Capitolio con Biden.

Tras su discurso, el nuevo presidente cumplió con el boato de las investidur­as –la visita a Arlington, el desfile inaugural, la recepción de regalos, las fotos en la escalinata, la entrada en la Casa Blanca–, todo con la sordina de realizarse sin público. Un comienzo sobrio y gris de una presidenci­a que recibe un país dividido y en crisis.

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Joe Biden jura como presidente de EE.UU. en el Capitolio, en presencia de su mujer y de sus hijos, ayer en Washington
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La nueva primera dama, Jill Biden, pone las manos sobre su marido, el nuevo presidente
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