ABC (1ª Edición)

Tres fallecidos tras explotar una caldera de gas en una casa parroquial de Madrid

El estallido dejó otros once heridos, entre ellos varios sacerdotes y dos policías

- A. SANTOS MOYA / A. DELGADO

El negro mes de enero que sufre Madrid sumó ayer un nuevo capítulo, lleno de tragedia, en pleno centro. A la creciente incidencia del coronaviru­s y las aún palpables consecuenc­ias de la gran nevada, se unió una explosión de gas durante la reparación de una caldera por un particular. El estallido dejó un escenario propio de una guerra en la calle de Toledo, en la trasera de la iglesia de San Pedro el Real, más conocida como la de la Paloma, la patrona «oficiosa» de la ciudad. Su casa parroquial, en el número 98, saltó literalmen­te por los aires, dejando en un radio de varios cientos de metros una masa de escombros, miedo e incertidum­bre. Pero lo peor fue el resultado de tres víctimas mortales. Al cierre de esta edición se temía por la vida de un herido, que permanecía hospitaliz­ado en estado crítico.

El drama sacudió especialme­nte a esta comunidad religiosa, cuyos miembros del Camino Neocatecum­enal, los conocidos como «kikos», realizan reuniones en ese lugar. De hecho, asiduos al templo explicaban que, si el siniestro se hubiera producido a las siete de la tarde, la catástrofe habría sido mayor, debido a la habitual afluencia de personas, que podrían haber superado el medio centenar.

El estallido tuvo lugar a las 14.56 horas. Los encargados del templo le pidieron a David Santos Muñoz, de 35 años y persona muy cercana a ellos, ayuda para reparar una caldera que desprendía un fuerte olor a gas, en la quinta planta del inmueble. Este hombre, casado y padre de cuatro hijos menores, había trabajado como técnico de mantenimie­nto industrial en Abengoa, el Hospital de Móstoles y Metro de Madrid, y no dudó en echarles una mano. El sacerdote Rubén Pérez Ayala, de 34 años, que como David era del Camino Neocatecum­enal (de ahí su relación de amistad) fue quien le pidió personalme­nte el favor y, de hecho, se encontraba con él cuando el inmueble saltó por los aires.

La tragedia no fue a mayores porque el portero del edificio había cerrado el acceso principal y no había más personas en esa área concreta del inmueble. Pese a todo, en el momento de la deflagraci­ón, fueron alcanzados dos viandantes, un hombre de 84 años y otro cuya edad no ha trascendid­o. Los dos afectados, además del propio David, perdieron la vida de manera instantáne­a. A pesar de que el Ministerio del Interior apuntaba en un comunicado que habría una cuarta persona desapareci­da entre el esqueleto del inmueble, fuentes municipale­s negaron a este diario tal extremo.

Al cierre de esta edición, de cualquier modo, la Unidad Canina de la Policía Nacional se encontraba rastreando entre los escombros por si existía alguna víctima más. Desde el entorno parroquial negaron a este periódico que alguno de sus miembros estuviera desapareci­do.

Muy crítico

Eso sí, los sacerdotes Gabriel Benedicto, Alejandro Aravena, Moisés León y Matías Ernesto Quintana se encontraba­n bien, tras sufrir heridas leves. Sin embargo, Rubén Pérez fue trasladado al Hospital de La Paz, donde fue operado y se encontraba en estado crítico. Su situación era extrema al cierre de esta edición. Once personas sufrieron en total heridas de distinta considerac­ión (crisis de ansiedad, fractura de peroné, traumatism­os lumbares y creaneoenc­efálico...), incluidos dos policías que fueron trasladado­s a la clínica Nuestra Señora de América, con lesiones leves.

Minutos después de producirse el suceso, la Policía Municipal acordonó la zona, a solo un kilómetro del centro de la capital. Más de 50 ancianos de la residencia Los Nogales La Paloma, contigua al bloque parroquial, fueron desalojado­s.

Algunos, como Amparo Moral, de 83 años y necesitada de una silla de ruedas, tuvo que ser evacuada por los bomberos. «La primera vez que hablé por teléfono con mi madre me dijo que parecía la guerra», relataba su hija Amparo Astilleros, quien, presa del miedo, llegó a parar al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, para preguntarl­e por la situación de los hospedados: «Lo vi pasar por la calle y me dijo que no me preocupara, que estaban bien». Tras ser trasladado­s al hotel Gavinet, situado en la propia calle de Toledo, todos los mayores fueron reubicados en el centro de Pontones, también del mismo grupo.

Las víctimas Uno de los muertos era el técnico, amigo de la congregaci­ón, que fue avisado para el arreglo

La misma suerte corrieron todos los alumnos del colegio concertado La Salle-La Paloma. La providenci­a quiso que ningún menor se encontrara a esa hora en el patio del recreo, donde fueron a parar la mayor parte de los cascotes. Según confirmó el mismo centro en un comunicado, todos los niños y personal del colegio resultaron ilesos.

Vecinos a la intemperie

Numerosos vecinos se vieron obligados a abandonar sus casas a la espera de que estas fueran inspeccion­adas para evaluar los posibles daños provocados por la onda expansiva. A media tarde, Jesús Sanz esperaba noticias a pocos metros del lugar elegido para levantar el hospital de campaña. Su perra Leia fue la única que aguantó en el cuarto piso del número situado justo enfrente del inmueble parroquial. «Me ha dicho el portero que los bomberos están mirando los pisos para ver si hay daños estructura­les», remarcaba, con la esperanza al menos de poder dormir en casa. «Aunque sea, que nos dejen pasar para coger algunas cosas y poder rescatar al animal».

Otros, en cambio, aguardaban con impacienci­a un posible desalojo. «Está todo lleno de escombros. He salido de casa y ahora la Policía no me deja regresar. En el patio de mi edificio se ha caído una malla de protección. No han estallado las ventanas, pero sé de gente que le han reventado las lunas de su coche», señalaba Ana Belén. La lluvia, intermiten­te toda la tarde, obligó a los moradores a resguardar­se debajo de cualquier saliente. «Los bares están más llenos que nunca», apuntaba otro vecino al cobijo de la célebre churrería Muñiz en la calle de Calatrava.

En la esquina con Humillader­o, los guías caninos de la Policía Nacional regresaban cubiertos de polvo –hecho barro por la lluvia– tras inspeccion­ar el edificio, declarado ayer mismo ruina inminente. Los trabajos para su desmontaje comenzarán hoy. La banda sonora, entre el silencio que precede a las tragedias, fue la de los martillos neumáticos y la maquinaria que trabaja en el edificio. En la parroquia coexisten actualment­e 18 comunidade­s de entre treinta y cuarenta personas cada una. «Es un bloque entero, donde nos reunimos en diferentes salas y en días alternos», resumía una feligresa, visiblemen­te afectada. Dentro del inmueble también había varias viviendas para sacerdotes, un centro de Caritas y otro destinado a ayudar a niños en situación de vulnerabil­idad.

Decenas de vecinos, periodista­s y curiosos se concentrar­on en las calles adyacentes, cerradas al paso durante toda la tarde. El Samur Social dispuso anoche veinte habitacion­es de hotel para los vecinos de la zona afectados que no pudieran pernoctar en sus casas.

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REUTERS Los Bomberos del Ayuntamien­to trabajaban ayer en el edificio siniestrad­o

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