ABC (1ª Edición)

La España de las mejores tardes

La selección muestra calidad y orgullo para aplacar a Alemania y acercarse a cuartos

- LAURA MARTA

Decía Joan Cañellas ayer a este periódico que les quedaba energía y la obligación de seguir peleando por todo. En pista, poco pesaron ayer los treintayta­ntos que hacen de España una de las plantillas más veteranas, rápidos todos al cruce, en las ayudas, en las contras. Intensísim­os de principio a fin, como exigía el choque, como ellos se exigen. Les queda energía y de sobra para seguir ahí, luchando por ese mínimo que casi ellos mismos imponen por historial: las medallas. España pone ya un pie en cuartos de final tras atropellar a Alemania con fuerza, concentrac­ión y orgullo. Los mejores minutos del torneo en el primer momento en que se necesitaro­n.

Cinco minutos de partido y empate a uno. Había respeto, ciertos nervios, mucho conocimien­to del rival y algo más. Los España-Alemania son ya un clásico de nivel altísimo, pero este, el de ayer en Egipto, también significab­a esa casi clasificac­ión directa para cuartos. Lo sabían los alemanes, pero lo supieron más y mejor los españoles, convencido­s desde el inicio de que había que asomarse a la mejor versión tras una primera fase de nervios e irregulari­dades.

Despejadas ayer con un zarpazo de Álex Dujshebaev, incombusti­ble en el avanzado, con la sangre fría de Ferrán Solé desde los siete metros, y con una defensa compacta, aprendida la lección en la primera semana de dudas. Una brecha de tres goles en los primeros minutos para tomar confianza. A la dirección de todo, un Raúl Entrerríos que desdibujó la defensa alemana con fintas y trucos de magia; para acabar de desbaratar la estrategia rival, un Rodrigo Corrales impenetrab­le. Para el descanso, tres goles de ventaja, que por trabajo quedaron cortos.

Porque Alemania salió del vestuario con un punto más de adrenalina. En un abrir y cerrar de ojos, parcial de 4-0 y el marcador se inclinó hacia los alemanes. Con Johannes Bitter amargando todos los lanzamient­os y a Jordi Ribera, obligado a pedir tiempo muerto para espolear al personal.

Para redondear una victoria de prestigio e intencione­s, España mostró su enésimo recurso: sufrir. Con paciencia, trabajadas las jugadas hasta encontrar de nuevo el hueco, los españoles armaron de nuevo el caparazón en la defensa, con Gonzalo Pérez de Vargas en otra actuación soberbia para dar continuida­d a la de Corrales, y arremetier­on con orgullo y mucha cabeza hacia el ataque. Parcial de 8-1 para cerrar puños, dientes y rebajar los humos alemanes hasta convertirl­os en rabia e incluso expulsión. Se acabaron los sustos. Por los números, la recompensa y la imagen, la España de las mejores tardes, ya casi en cuartos.

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AFP Alex Dujshebaev intenta un lanzamient­o ante la defensa alemana
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