PASIÓN MASOQUISTA
Los dos mayores problemas inmediatos de España son una creación artificial de sus políticos
MANUEL Fraga pasaba el verano en su chalé al pie de la playa de Perbes, grato recodo de la esplendorosa Ría de Betanzos. Cada agosto condecía allí entrevistas en modo amable. La sesión incluía una visita guiada por el chalé y su jardín. Al final te regalaba una botella de licor café o de guindas: «Elija usted, mi querido amigo», te instaba con su tono impetuoso. Conozco a un periodista al que con los nervios se le cayó la botella al suelo: «¡Veo, mi querido amigo, que es usted tonto de baba!». Todo un carácter. Cuando me tocó la sesión, en un momento dado se lanzó a perorar sobre un árbol del jardín: «Esto que ve usted aquí es una secuoya, y es fuente de polémica familiar, porque hay que quien dice que acabará tirando la casa. Pero para entonces ni usted ni yo estaremos aquí, ja, ja, ja».
Los dos grandes problemas de fondo de España se dejarán sentir en toda su crudeza a largo plazo, como la secuoya de Fraga. Y no son el clima y la igualdad de género, como se empecina Sánchez, sino el aterrador panorama demográfico y la losa de la deuda. Las consecuencias de nuestros actos de hoy se las comerán con patatas los que están en el cole. La tasa de fecundidad necesaria para el reemplazo poblacional es de 2,1 hijos por mujer. En España estamos en 1,23, cuando en 1975 era de 2,8. Nacen menos españoles que en plena Guerra Civil y ya solo cuatro comunidades cubren sus pensiones con las cotizaciones de los activos. El estado del bienestar acabará reventando. En lo referente al enorme puro de la deuda pública, en 2007, antes de la crisis, solo suponía el 35,8% del PIB, pero ha despegado hasta el 114%. España vive de prestado.
Sin embargo, al margen de esos problemas endémicos se han hecho muchas cosas extraordinariamente bien. El mecano institucional que armaron Juan Carlos I, Fernández-Miranda y Suárez ha funcionado. El país ha dado un estirón asombroso en todos los órdenes bajo ese marco. Han nacido las multinacionales españolas, las ciudades nunca estuvieron tan cuidadas, la sanidad pública es de las mejores. Los españoles, aunque pecamos de pícaros –véanse las golfadas con las vacunas–, somos en general currantes, creativos y bienhumorados. Además, nuestra red de lazos familiares es algo único, una suerte de estado del bienestar privado que siempre está ahí. En resumen, un país maravilloso, que podría remontar con brío de la crisis de la pandemia, pues del mismo modo que el colapso del turismo nos ha machacado, su retorno supondrá un gran chute estimulante. Tenemos capacidad para bordarlo en 2022. Por eso resulta lastimoso constatar que nuestras dos mayores amenazas inmediatas son en realidad autoinducidas, sendos problemas creados de manera artificial por una parte de la clase política: los desafíos a la unidad de España y el cuestionamiento de las propias instituciones de la democracia. El barco podría reflotarse rápido. Pero se vuelve complicadísimo cuando el capitán y su grumete son precisamente quienes están abriendo las vías de agua en el casco.