MÁS ALLÁ DE SIBERIA NO TE VAN A ENVIAR
La gigantesca región rusa, que fue cruel destierro en la época de los zares y del dominio comunista, sigue siendo hoy icono de la disidencia contra Putin y codiciada fuente de materias primas
Siberia es una inmensa extensión de territorio, en gran parte virgen, muy despoblada y con muchas zonas remotas, situada entre los montes Urales y el océano Pacífico, entre el océano Glacial Ártico y las fronteras de Kazasjstán, Mongolia, China y Corea del Norte. Tiene una extensión de algo más de trece millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale a casi 26 veces España y cerca de tres veces la Unión Europea.
El líder opositor a Putin (en la imagen, detenido el pasado día 18) fue envenenado mientras hacía campaña electoral en Siberia
El vuelo entre Moscú y Vladivostok, la capital del Extremo Oriente ruso, es de nueve horas mientras que el trayecto en avión entre la capital rusa y Madrid dura la mitad. El ferrocarril Transiberiano cubre la distancia entre la capital rusa y Vladivostok en una semana y lo hace a través de ocho husos horarios de los once que tiene Rusia en su conjunto. Siberia es conocida en el mundo entero por su clima exageradamente glacial en invierno. La región de Yakutia es la más fría del planeta y en ella se encuentran localidades cuyas temperaturas mínimas no se han alcanzado todavía en ninguna otra parte.
Pero, al mismo tiempo, Siberia es la zona más rica del mundo en recursos naturales, fértil, surcada por caudalosos ríos y con la masa boscosa de coníferas (taiga) más extensa e impenetrable del globo. Siempre fue considerada tierra de promisión y esperanza, pero también de destierro y castigo en sus terribles cárceles y campos de concentración. Siberia, pese a todo, siempre ejerció un gran poder de atracción sobre los rusos. La consideran una región mítica, enigmática, brutalmente extrema e incluso mágica.
Los chamanes de tribus autóctonas como los janty, evenki, chukchi o nénets continúan elaborando pociones alucinógenas que emplean en sus rituales y que muchos creen que abren la puerta a mundos paralelos. Algo así como la «zona» que describe el director de cine, ya fallecido, Andréi Tarkovski, en su magnífica película «Stalker» (1979). Él nunca dijo que el «área de exclusión» a donde acceden clandestinamente los protagonistas del filme y en donde suceden cosas extrañas sea Siberia. De hecho el rodaje tuvo lugar fundamentalmente en Estonia, pero sí sugirió que quiso evocar la provincia siberiana cercana a Jabárovsk por donde fluye el río Tunguska, devastada en 1908 por la caída de un meteorito.
En cualquier caso, la sensación de abandono que transmite Tarkovski en «Stalker», mediante praderas embarradas, bosques interminables, infraestructuras abandonadas y terrenos encharcados es la misma que se percibe en una extensión tan inabarcable e inhóspita como la taiga siberiana, en verano, porque en invierno la nieve y el hielo la hacen más inhóspita todavía, pese a la paralizante belleza que irradia.
Lo más parecido a los paisajes siberianos está en Canadá, Alaska o en el norte de la península escandinava, pero, según la escritora rusa Elena Chizhova, no son lo mismo. A su juicio, «a diferencia de otros territorios equiparables, Siberia es sobre todo un mito o, más exactamente, un compendio de mitos de carácter histórico y cultural, que son diferentes según quienes la contemplen sean personas de nacionalidad rusa o extranjera. Pero confluyen ambos cuando se pronuncia la palabra gulag» , los letales campos de trabajo creados por el dictador comunista Iósif Stalin. No obstante, en la época zarista Siberia ya alojaba numerosas prisiones y colonias de trabajos forzados. Chizhova cree que en el imaginario popular «Siberia es la quintaesencia del gulag».
El escritor Alexánder Solzhenitsin contribuyó a difundir tal idea en su obra «Archipiélago gulag», en la que narra las peculiaridades del terrible sistema penitenciario estalinista con testimonios de 257 prisioneros que cumplieron condena en distintos campos de toda la URSS, Siberia incluida, aunque él estuvo confinado en Kazajstán. Pero Chizhova cree que al mito trágico del gulag se contrapone otro mito, el de que Siberia fue siempre el lugar en donde los rusos podían disfrutar de un poco más de libertad, hecho que, a su juicio, se refleja en la frase popular generalizada de que «no te preocupes, más allá de Siberia no te van a enviar». La escritora sostiene que «Siberia ha sido durante mucho tiempo, desde los tiempos de los zares, un refugio para los siervos rusos que escapaban de la tiranía de los terratenientes. También para los cismáticos en desacuerdo con las reformas de la Iglesia Ortodoxa». «A ese grupo de «amantes de la libertad» pertenecen también quienes sufrieron los gulag y decidieron, tras su liberación, quedarse a vivir y asentarse en Siberia. De ahí también la creencia general de que los siberianos son gente recia y resistente. Aunque tal vez se haya exagerado la idea de que los siberianos, al menos los actuales, son personas aventureras, de espíritu inquieto, ansiosas de traspasar cualquier límite y vivir de la forma más independiente posible, sí es cierto que en algunas de sus regiones han osado desafiar al Kremlin y al monopolio político que ejerce con su omnipotente partido que todo lo penetra, la formación Rusia Unida.
Ola de indignación
Por ejemplo, en Jabárovsk, en donde Serguéi Furgal tuvo la desfachatez de vencer en las elecciones locales de 2018 al candidato oficialista, Viacheslav Shport, que ya venía ocupando el cargo de gobernador y que era el hombre designado por el presidente Vladímir Putin para seguir dirigiendo la región. En julio del año pasado, Furgal, perteneciente al Partido Liberal Democrático de Rusia (ultranacionalistas) fue detenido, acusado de ordenar asesinatos en su época de empresario, y encarcelado en prisión preventiva, en donde todavía continúa a la espera del juicio. Su arresto provocó una ola de indignación popular y de protestas que terminaron sofocándose a base de arrestos y gracias a que llegó el invierno.
En un intento de contribuir a que se extienda en Siberia la disidencia y de arrebatar influencia al partido de Putin, su principal detractor y adversario, Alexéi Navalni, hizo el pasado verano campaña a favor de su llamado «voto inteligente», que consiste en promover el apoyo en las elecciones a favor de cualquier candidato, da lo mismo cuál, con tal de que no sea el oficial. Navalni visitó varias provincias siberianas con la vista puesta en los comicios locales del 13 de septiembre, Tomsk entre ellas, y allí, el 20 de agosto, fue envenenado. Tuvo que ser enviado a Alemania para recibir tratamiento y, tras su regreso a Rusia, el pasado día 17 de enero, fue detenido y enviado a prisión.
Al mismo tiempo que destierro, Siberia fue en la época soviética el lugar donde huir para encontrar más libertad
La presencia de Navalni propició que en Tomsk, una bella localidad con enormes casas de madera de hasta cuatro pisos, y en Novosibirsk, la principal ciudad de Siberia y la tercera de Rusia tras Moscú y San Petersburgo, fueran elegidos concejales de su organización, uno en cada una de ellas. Pero tales victorias fueron meramente simbólicas y a él casi le cuestan la vida.
Por su parte, la coalición «Demócratas Unidos», impulsada por el antiguo patrón de Yukos, Mijaíl Jodorkovski, a través de su ONG «Rusia Abierta», obtuvo más de 60 mandatos en cuatro regiones, pese a las numerosas irregularidades habidas durante el proceso electoral y a las zancadillas de los poderes locales. Jodorkovski sufrió directamente las calamidades de las prisiones siberianas. Estuvo casi la mitad de sus 10 años de condena en el penal de Chitá, al este del lago Baikal, en donde fue agredido con arma blanca por uno de los reclusos.
Una de las peculiaridades negativas de Siberia, como subraya Chizhova, es que «a cambio de la ilusoria estabilidad que proporciona el Estado (Putin), la población local paga sufriendo problemas ecológicos de diverso orden. La mayor parte de la ciudades más contaminadas de Rusia, incluyendo Norilsk, la población de mayor peligro para la salud de sus habitantes –por las emisiones de su industria extractora de metales semipreciosos– se encuentran en Siberia». Norilsk está considerado uno de los rincones más sucios del planeta.
Eso sin contar las numerosas catástrofes ecológicas provocadas por vertidos o incendios. El año pasado, en junio, 20.000 toneladas de combustible diésel pertenecientes a una central térmica situada cerca de Norilsk se derramaron tras la rotura de un deposito. El carburante llegó a los ríos Ambárnaya y Daldikán, ya fuertemente contaminados por otros vertidos anteriores de la industria del níquel y cuyas aguas quedaron teñidas de color púrpura. La gélida y excesivamente septentrional Norilsk, ciudad con más de 200.000 habitantes vinculados en su mayoría al gigante Norilski-Níkel, fue fundada en la época estalinista por los prisioneros de los gulag. Decenas de miles de ellos se dejaron allí la vida. En el llamado norilag estuvo Nikolái Kózirev, cuyo testimonio utilizó Solzhenitsin.
Por otro lado, los incendios, causados por el cambio climático, llevan ya varios años arrasando la vegetación siberiana porque no hay medios suficientes para extinguirlos. Además, según los expertos, el hollín y las cenizas aceleran el deshielo del Ártico y del permafrost, la capa de hielo permanente, liberando gases que refuerzan el calentamiento global.
Los cosacos comenzaron a colonizar Siberia en 1581. Cinco años después, Tiumén fue la primera ciudad rusa allí fundada. Después aparecieron Tobolsk, Beriózov, Surgut, Tara y Obdorsk, actual Salejard. A Tobolsk fueron deportados el último Zar ruso, Nicolás II y su familia, en agosto de 1917, tras su abdicación y arresto. Más adelante, en abril de 1918, el monarca y los suyos fueron enviados a Ekaterimburgo, en donde fueron atrozmente fusilados tres meses más tarde. Durante el reinado de Mijaíl Fiódorovich, el primer Zar de la dinastía Románov, los cosacos y los colonos extendieron su presencia a la parte oriental de Siberia. A lo largo de los 18 primeros años del siglo XVII, los rusos llegaron más allá del río Yeniséi. Se fundaron las ciudades de Tomsk, Kuznetsk, Yeniseisk y Krasnoyarsk. Los primeros pioneros aventureros rusos penetran en la península de Taimir, la porción de territorio más septentrional del continente euroasiático, ubicada entre los golfos que forman los mares de Kara y Láptev en las desembocaduras de los ríos Yeniséi y Jatanga.
Uno de los primeros escritores que puso estas tierras en el mapa literario del mundo fue Daniel Defoe, en la segunda parte de «Robinson Crusoe». Relata las andanzas del protagonista a través de Siberia en su viaje de regreso a Europa. Tras atravesarla de este a oeste, Crusoe llega a la ciudad portuaria de Arjánguelsk, en el mar Blanco, en donde se embarca en un navío que lo lleva a Hamburgo y después a La Haya. Su regreso a Londres se produjo el 10 de enero de 1705, tras casi once años fuera de Inglaterra.
Más popular y conocida fue la obra de Julio Verne «Miguel Strogoff, el correo del Zar», que terminó de escribir en 1875. Alejandro II ordena a Strogoff dirigirse Irkutsk, ciudad considera la «perla» de Siberia, situada a pocos kilómetros del lago Baikal, para advertir a su gobernador, hermano del monarca, de la preparación de una conspiración contra él orquestada por el traidor Iván Ogariov.
Por cierto, Irkutsk también fue lugar de destierro y deportación. Allí fueron a parar gran parte de los jóvenes oficiales «decembristas», llamado así porque fue en diciembre, de 1825, cuando organizaron un levantamiento contra la autocracia zarista, contra Nicolás I, en demanda de reformas que permitieran superar el secular anquilosamiento de Rusia. Sus mujeres, todas ellas nobles, siguieron a sus maridos y crearon un poblado muchas de cuyas casas de madera siguen hoy día en pie.
El castigo a Dostoyevski
De Siberia también escribió Fiódor Dostoyevski, pero en un tono distinto al de Defoe o Verne. En realidad fue el precursor de Solzhenitsin porque en sus memorias «Notas de la casa de los muertos» describe las penalidades que padeció él mismo en un presidio de Omsk. El insigne escritor fue detenido el 23 de abril de 1849 por sus lazos con el Círculo Petrashevski, un grupo de revolucionarios próximos a las ideas de los socialistas utópicos, herederos del legado de los decembristas.
Fue condenado a muerte, pero la pena le fue conmutada por la de trabajos forzados y enviado a Omsk, en donde pasó cuatro años. Una amnistía decretada por el Zar Alejandro II le permitió volver a San Petersburgo en 1854, pero su concepción del ser humano y del mundo cambió para siempre. Siberia le dejó una huella imborrable y un conocimiento aún más profundo del alma humana. Todo ello se reflejaría en su producción literaria posterior y, sobre todo, en su obra maestra, «Crimen y Castigo» (1866).