Dar guerra o no molestar, los dos caminos para el «guardián» de la Transparencia
El organismo ha tenido oficialmente dos presidentes, con una cosa en común: ambos fueron elegidos por políticos
No tiene que ser fácil sentarse en la silla del presidente del Consejo de Transparencia. El organismo es independiente, pero el Gobierno elige quién lo lidera. De esta forma, la persona que cada Ejecutivo coloca al frente debe ingeniárselas para cumplir con la ley, muy incómoda para la Administración, mientras no enfada demasiado a aquellos que le han dado la oportunidad de asumir la presidencia.
Hasta el momento, el organismo sólo ha tenido dos presidentes designados con todas las de la ley, al margen de la dirección interina que ha asumido en los últimos tres años Javier Amorós. En 2014 llegó Esther Arizmendi, que permaneció en el puesto hasta su fallecimiento en el 2017; y el año pasado el Congreso dio luz verde a José Luis Rodríguez, el actual presidente. Se trata de dos perfiles muy distintos para el mismo cargo. Dos altos cargos con muchas diferencias y una cosa en común: fueron elegidos por políticos. Arizmendi fue escogida por el PP y Rodríguez por el PSOE.
José Luis Ayllón, el último jefe de gabinete de Mariano Rajoy, se encargó, tras la llegada del PP al Gobierno en 2011, del proyecto para dotar a España de una ley de Transparencia. Esta encomienda llevaba de la mano la puesta en funcionamiento del Portal y también del Consejo de Transparencia. Ahora, en conversación con ABC, recuerda cómo se gestó la norma y también los motivos que llevaron al Ejecutivo a optar por Arizmendi como presidenta del Consejo. «No queríamos un perfil político ni ideológico y se buscó a un funcionario», explica Ayllón, quien recuerda que, también durante el inicio de su mandato, la presidenta estuvo en la diana: «Fue criticada porque antes formaba parte del gabinete del secretario de Estado Antonio Beteta».
«Se la encontraron»
No obstante, Ayllón aclara que Arizmendi ya estaba en la Administración, como funcionaria de carrera que era, antes de que el PP tomara el mando: «Me dijeron que se la encontraron en el gabinete, que no era una persona incorporada por nosotros». Y esa es una de las diferencias principales con Rodríguez, profesor universitario, que desembarcó en la Administración, como él mismo apuntó en el «examen» de idoneidad que superó en el Congreso, gracias a un partido político, el PSOE. Entre los años 2008 y 2009 desarrolló un cargo de claro perfil político cuando fue el jefe de gabinete del ministro Francisco Caamaño (PSOE) en el Ministerio de Justicia. Pero su relación con este político venía de lejos. Anteriormente, en 2004, ya había sido jefe de gabinete del secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, que fue el propio Caamaño.
Años después, en 2011 y antes de que la etapa de Rodríguez Zapatero finalizara, fue el escogido para dirigir la Agencia Española de Protección de Datos, un cargo de alto nivel pero con una menor ascendencia ideológica. Y allí permaneció hasta 2015, ya que el gobierno de Mariano Rajoy no prescindió de sus servicios. Ayllón lo recuerda y guarda buenas palabras para la labor que realizó: «Lo heredó el Gobierno del PP y era buen tipo, buena persona y buen profesional».
Durante los tres años en los que el Consejo de Transparencia ha sido dirigido de manera interina, la institución ha formulado un buen número de resoluciones contra los intereses del Gobierno. No obstante, los dictámenes que están por venir serán una buena vara de medir para evaluar la independencia o no del nuevo presidente. Prescindir de Esperanza Zambrano a las primeras de cambio, aunque se trata de una de las mayores expertas en Transparencia del país, no es precisamente una buena señal, pero Rodríguez todavía tiene mucho camino por delante.
«A partir del momento en el que Esther asumió la presidencia del Consejo de Transparencia, nos dio mucha guerra, pero en el Gobierno entendíamos que estaba para eso», evoca Ayllón, quien también se acuerda de Esperanza Zambrano y Javier Amorós: «Quienes se incorporaron al Consejo, como Esther, Zambrano o Amorós, creían en la Transparencia, estaban convencidas de que era un elemento de escrutinio ciudadano».