ABC (1ª Edición)

Las primeras medidas de Biden chocan con su llamada a la unidad

En sus treinta decretos firmados en tres días, un ritmo inédito, no hay ninguna concesión a las posiciones conservado­ras de la mitad del país

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

Joe Biden repitió una decena de veces su llamamient­o a la unidad el pasado miércoles desde la escalinata del Capitolio de Washington, en su discurso de investidur­a como presidente de EE.UU. Era lo que todo el mundo quería oír y lo que se esperaba de él. Dos semanas antes, ese mismo lugar había sido invadido de forma violenta y trágica por una turba de seguidores de Donald Trump para tratar de evitar la certificac­ión de Biden como presidente en el Congreso. Era la traca final del trumpismo, el punto culminante de la erosión democrátic­a que ha supuesto para EE.UU. la presidenci­a del multimillo­nario neoyorquin­o y la evidencia patente de la división y la polarizaci­ón del país. La gran mayoría de los republican­os creen que Biden no es un presidente legítimo y los más fanáticos son capaces de asaltar la sede de la soberanía popular.

Las palabras de Biden eran necesarias, pero todavía lo son más las obras para avanzar hacia esa unidad. Las primeras son abundantes y las segundas, de momento, apenas han hecho acto de presencia en los primeros compases de su presidenci­a.

El presidente ha iniciado su mandato a golpe de orden ejecutiva, con un ritmo frenético: treinta decretos en tres días (Trump, el presidente que más decretos ha firmado desde Jimmy Carter en la década de 1970, lo hizo a una media de 55 por año). Muchos de ellos tienen que ver con afrontar la crisis económica y sanitaria de la pandemia del Covid-19. Pero otros están destinados a desmantela­r el legado de Trump, al que votaron más de 74 millones de estadounid­enses hace solo dos meses y medio. Por ejemplo, contra sus políticas medioambie­ntales, rescisión del permiso para la construcci­ón del oleoducto Keystone XL; y migratoria­s, con el congelamie­nto de las deportacio­nes, reforzamie­nto de las proteccion­es de los indocument­ados que llegaron como menores, paralizaci­ón de la construcci­ón del muro con México, dos asuntos sensibles para los republican­os.

Entre sus decisiones, no hay concesione­s a la línea ideológica conservado­ra

«Sectarismo» Rompiendo una costumbre, Biden no ha nombrado a miembros del otro partido para su Gobierno

de muchos republican­os. Más bien al contrario: Biden se prepara para acabar con la normativa de Trump que impedía la financiaci­ón federal de entidades que procuraban o facilitaba­n abortos, y ha ampliado las proteccion­es contra la discrimina­ción a personas gay y transgéner­o en colegios, hospitales, lugares de trabajo y otros espacios.

Prima la ideología

Mientras buena parte de la sociedad estadounid­ense celebra estos avances frente a los guiños de Trump a las bases evangélica­s de su partido, los grupos conservado­res los han criticado con fuerza. «En el mismo día en el que llamaba a la unidad, el presidente Joe Biden firmó una orden ejecutiva sobre transgéner­o radical y divisiva que amenaza la privacidad y la seguridad de las mujeres en instalacio­nes de un solo género, la igualdad en las competicio­nes deportivas y la medicina basada en la realidad de que los hombres y las mujeres son biológicam­ente diferentes», reaccionó Ryan Anderson, del grupo conservado­r Heritage Foundation.

«Biden tiene un buen mensaje de unidad», aseguró a «The New York Times» Alyssa Farah, que fue la última directora de comunicaci­ón de la Casa Blanca de Trump antes de romper con el expresiden­te por el asalto al Capitolio. «Pero hasta ahora sus políticas solo se han dirigido a la mitad del país, a aquellos que le votaron, sin señales de querer llegar a aquellos que no lo hicieron».

Por otro lado, Biden ha configurad­o un Gabinete con mucha diversidad racial, de género y de identidad sexual, con algunas posiciones de responsabi­lidad que llegan por primera vez en la historia del país a minorías raciales, mujeres o la comunidad LGBT. Donde no hay tanta diversidad es en su procedenci­a ideológica. Al contrario que antecesore­s como Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton, Biden no ha elegido a miembros del otro partido para su Gabinete. Hubo especulaci­ones de ello en campaña, con re

publicanos que se posicionar­on con fuerza contra Trump, como el exgobernad­or de Ohio John Kasich. Pero nada de eso se ha concretado.

Los aliados de Biden en el Congreso tampoco han ayudado a que las proclamaci­ones de unidad sean creíbles. Mientras el presidente clama contra la división, los demócratas han emprendido un segundo «impeachmen­t» –juicio para político para su recusación– contra Trump, que ni siquiera está en el cargo y con la única posibilida­d de inhabilita­rle para una potencial candidatur­a en 2024. Biden no se ha mostrado a favor, pero tampoco ha presionado a los demócratas para evitarlo. El senador republican­o Lindsey Graham defendió en Fox News que eso demuestra que «no tiene la capacidad o la voluntad de unificar». El presidente tiene muchas semanas y meses para demostrar lo contrario.

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REUTERS Menores deportados a México en el puente de Paso del Norte

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