ABC (1ª Edición)

«¡Uf, vi demasiados cadáveres para contarlos!»

Un empleado de un hospital de Wuhan narra los meses más duros del coronaviru­s, cuando no había furgonetas funerarias para llevar a todos los fallecidos a los crematorio­s

- PABLO M. DÍEZ

Un año después del estallido en Wuhan, y con la epidemia controlada pese a los últimos brotes, el riesgo del coronaviru­s para China no es sanitario, sino político. Tanto en vidas como en daño económico, la pandemia es una catástrofe mundial tan grave que Pekín está intentando descargars­e cualquier responsabi­lidad sobre sus inicios. Mientras la propaganda trata de reescribir el relato apuntando a otros países como posible origen y sugiere que el virus entró en China a través de alimentos congelados importados del extranjero, la censura filtra toda informació­n sensible.

La más delicada es el número de 89.000 contagiado­s y 4.635 fallecidos, que despierta dudas por la opacidad habitual del régimen y su ocultación inicial. Además, los médicos han reconocido que muchos pacientes perecieron durante las primeras semanas sin que se les hicieran pruebas. En abril, un día después de insistir en la fiabilidad de los datos, las autoridade­s revisaron al alza un 50% el número de fallecidos en Wuhan. Desde entonces no se han movido pese a que los estudios de anticuerpo­s apuntan a que en esta ciudad hubo entre tres y diez veces más de los 50.000 infectados oficialmen­te reconocido­s.

Para los periodista­s extranjero­s, considerad­os poco menos que espías, venir a Wuhan a informar es enfrentars­e a una auténtica «Gran Muralla». Mientras las autoridade­s advierten a las familias de las víctimas para que no hablen, la Policía impide tomar fotos incluso del hotel donde hacen la cuarentena los expertos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud. Todo con tal de «matar la historia» para que no haya imágenes ni filtracion­es que agrieten el relato oficial sobre el virus.

Avalancha de enfermos

Pero siempre hay alguien dispuesto a hablar. Como un empleado del Hospital Jinyintan, donde fueron atendidos los primeros casos en diciembre de 2019 y luego buena parte de la avalancha de enfermos que desató la epidemia en Wuhan a finales de enero de 2020. «Este fue uno de los centros médicos que más pacientes recibió y estuvimos trabajando tres meses sin descanso», explica el trabajador de identidad anónima, por seguridad. En ese tiempo asegura haber visto de todo… y nada bueno. «Había tantos muertos para llevar a los crematorio­s que las furgonetas de las funerarias no eran suficiente­s e hizo falta recurrir a minibuses, donde se apilaban los cuerpos en bolsas amarillas», recuerda. ¿Cuántos fallecidos hubo?, preguntamo­s a bocajarro. «¡Uf, vi demasiados cadáveres para contarlos! No lo recuerdo», exclama echando la cabeza hacia atrás como si se hubiera asomado al mismo infierno. No se atreve a dar una cifra.

A pesar de tan traumática experienci­a, no sintió miedo porque se protegió a conciencia para cumplir su cometido y, además, las medidas de seguridad para evitar los contagios fueron mejorando a medida que se estabiliza­ba la epidemia y había recursos. Desde hace meses, el personal del hospital se somete a pruebas cada semana y, además, ya ha recibido la primera dosis de la vacuna y está a la espera de la segunda.

«Nos dijeron que ese día no nos ducháramos y no tuve ninguna reacción adversa importante, salvo un fuerte dolor en el brazo que me impidió moverlo un rato», reconoce. Aunque el Jinyintan está en obras, el motivo para vacunar a su personal es que tiene ingresados a una veintena de pacientes de coronaviru­s. «Todos son casos importados, entre ellos trabajador­es chinos que han vuelto de Pakistán, y se dividen entre los ya confirmado­s, que están en un ala, y los asintomáti­cos o sospechoso­s, en la otra», cuenta con detalle.

Minibuses llenos de cuerpos

Lo más duro de su relato son esos minibuses cargados de cuerpos que llevaban a incinerar sin que hubiera ningún familiar para despedirlo­s, ya que todo el mundo estaba confinado en Wuhan y las cenizas no fueron entregadas hasta poco antes del Festival de Qingming, el Día de los Difuntos en China, que se celebra cada 4 de abril. Su testimonio encaja con las imágenes grabadas en otro hospital por Fang Bin, un empresario de Wuhan que documentó la epidemia y fue detenido por difundir sus vídeos. Al igual que el bloguero Chen Qiushi, quien informaba sobre el coronaviru­s, lleva «desapareci­do» desde febrero. Junto a ellos, la videoblogu­era Zhang Zhan fue condenada en diciembre a cuatro años de cárcel por grabar también en hospitales y crematorio­s.

En Wuhan, el número de fallecidos por el coronaviru­s es un tema tan sensible que los guardias de los cementerio­s impiden la entrada a los extranjero­s al sospechar que son periodista­s. «¡Eh, un “laowai”!», dice uno, usando el término coloquial para re

ferirse a los extranjero­s, al vernos atravesar la puerta del cementerio de Biandansha­n, uno de los mayores de la ciudad. «Los extranjero­s no pueden entrar porque han venido muchos a hacer entrevista­s», explica sobre los numerosos correspons­ales que hay en la ciudad para cubrir el aniversari­o.

Al mostrarle las flores que voy a llevarle a la tumba de un amigo que falleció el año pasado, permite el paso, pero apunta el nombre y me acompaña en todo momento para que no me quede solo en el cementerio. Nos dirigimos al Jardín de la Grulla Alzada, la zona donde reposan las cenizas de los fallecidos el año pasado en Wuhan. Con reluciente­s lápidas de mármol negro distribuid­as en gradas entre un largo pabellón de columbario­s y una carretera, se calcula que hay unas mil fechadas en los meses más duros de la epidemia: enero, febrero y marzo. Aprovechan­do un descuido del guardia, podemos hacer un par de fotos de las tumbas que contienen las cenizas. Una imagen que es de las más repetidas en todo el mundo, pero que el régimen chino no quiere que usted vea para no cuestionar sus cifras y así «matar» toda historia que no sea la oficial.

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P. M. D. Enfermeros de las «clínicas de la fiebre», como en el Hospital Central
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En el cementerio de Biandansha­n, uno de los mayores de Wuhan, el Jardín de la Grulla Alzada concentra las lápidas de los fallecidos en 2020

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