ABC (1ª Edición)

Un viaje hacia lo desconocid­o

El Movistar ficha a Iván Cortina para explorar las clásicas de los adoquines, carreras que ningún español ha ganado

- JOSÉ CARLOS CARABIAS

Al holandés Theo de Rooy le pusieron el micrófono en la nariz nada más terminar una París-Roubaix en los años ochenta. «Es una mierda... Esta carrera es un montón de mierda, sufres como un animal, no tienes tiempo para mear, te lo haces encima, pedaleas sobre barro, resbalas, debes limpiarte el barro si no quieres perder la cabeza...». «¿Volverás alguna vez?», quiso saber el periodista. «Desde luego, es la carrera más bonita del mundo», contestó.

Aquellas conclusion­es calenturie­ntas de Theo De Rooy enlazan con otra frase célebre en el ciclismo. «Si puedes lograr algo sin esfuerzo, no va a ser satisfacto­rio», expuso Greg Lemond después de ganar uno de sus tres Tours. Hacia ese mundo desconocid­o se embarca el Movistar, el único equipo español en primera división que ha fichado al asturiano Iván Cortina con el propósito de descubrir a los españoles los santuarios de los adoquines, clásicas del pavés que, como la París-Roubaix, se encaminan hacia los 120 años de vida. En España solo Óscar Freire se aproximó con éxito a la ruta de las piedras. En 2008 ganó la Gante-Wevelgem, carrera flamenca sobre pavés con menor impacto internacio­nal que Roubaix o el Tour de Flandes. Cientos de años de historia, tradicione­s y bellísimas imágenes que no han conocido un vencedor español.

Al igual que el Tour, la fundación de la ParísRouba­ix pertenece a un diario deportivo, Le Velo, cuyo presidente, Pascal Rousseau, incentivó al primer ganador, Joseph Fischer, con un salario equivalent­e a siete meses de sueldo de un minero de la época: 153 euros. Una suma importante en 1896, año de la primera edición que ya se celebró por caminos de tierra y senderos de adoquín por los campos de labranza del norte de Francia.

«Mi sueño es ganar la París-Roubaix algún día», dijo ufano Cortina en la presentaci­ón del Movistar.

Ningún español lo ha hecho. Flecha, segundo en 2007 y tercero en 2008 y 2010, es el único relevo de Miguel Poblet, el primer ciclista español que adquirió celebridad lejos del Tour de Francia o la Vuelta a España. Segundo en 1958 y tercero en 1960 en el velódromo de Roubaix, un escenario único donde los supervivie­ntes reciben como premio una ducha y el vencedor, un adoquín.

Roubaix, conocido como el «Infierno del Norte» después de la Segunda Guerra Mundial, tiene su monumento en el bosque de Arenberg, 2.400 metros con adoquines desordenad­os con filos de navaja, una carretera trampa y húmeda donde a Johann Museeuw casi le amputan una pierna después de una caída. El belga regresó años después para ganar la carrera y señalar a su rodilla izquierda como símbolo de resistenci­a a la adversidad.

Sin tanta épica, sin barro, pero con la misma pasión por la dificultad y el sacrificio es el Tour de Flandes, donde también se dirige el Movistar en 2021. Carrera más joven que Roubaix, nacida en 1913, Flandes representa la esencia del ciclismo. Su secuencia de muros adoquinado­s en formato de pared salpican un recorrido de «piedras chupasangr­e», como las llamó el poeta Willie Verhegghe. Koppenberg, Taaienberg, Kwaremont, Paterberg o el célebre Kapelmuur, montañas fugaces de enorme desnivel, son los nombres propios que Iván García Cortina debe dominar para convertirs­e en pionero.

Dificultad

La falta de tradición y la dificultad del pavés han impedido el éxito de los españoles

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La París-Roubaix, que se disputa sobre adoquines, es la clásica más exigente

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