ABC (1ª Edición)

El urinario de Duchamp

- POR IGNACIO RUIZ QUINTANO

Voló la Supercopa, voló la Copa y voló Lucas Vázquez en Mendizorro­za ante la mirada del Pitu Abelardo, atónito no sabemos si por lo que veía, subidas y bajadas de Lucas Vázquez (un menudo de Cafú subiendo y Thuram bajando) o por lo que oía: Valdano, César Vallejo del toque y la pausa, cantando a la hiperactiv­idad de Lucas Vázquez.

–Podría hoy dilatarse en este frío, / podría toser; le vi bostezar, duplicándo­se en mi oído / su aciago movimiento muscular.

El palo mayor del barco a la deriva de Zidane es Lucas Vázquez, veinte partidos consecutiv­os de titular al aire de su vuelo. Esposa: ¡Apártalos, amado, / que voy de vuelo! Esposo: Vuélvete, paloma, / que el ciervo vulnerado / por el otero asoma, / al aire de tu vuelo, y fresco toma.

Si no fuera por estos ratos líricos, ¿quién se sentaría a ver cómo un equipo de estrellas de Bettoni pasa por encima a otro equipo de menestrale­s del Pitu Abelardo, cuya calva ha dejado de brillar?

El asturiano de veras revolucion­ario no es Abelardo, un hombre de la lucha de clases, sino Marcelino García Toral, que ganó la Supercopa pasando por encima al Madrid de Zidane y al Barcelona de Koeman con un Athletic que parecía (¡fútbol-pasión!) un equipo de Klopp, con el mérito que eso tiene en España… y con Raúl García. ¿Por qué el señor Lim prescindió de este entrenador en el Valencia, que no dice una palabra más alta que otra, que tiene cara de conservar su primer sueldo y a quien puedes encontrar comiendo un arroz con bugre en «La Reguerina»?

El roto que García Toral hizo en el Madrid de Zidane con la Supercopa lo agrandó el Alcoyano con la Copa, y las brujas de Macbeth volvieron a cantar bajo la niebla, entre la cual apareció el fantasma de Raúl, que hizo que el equipo reaccionar­a goleando en Vitoria, meca de los naipes de don Heraclio Fournier, que era de Burgos (de dónde, si no, con semejante nombre).

–El equipo que después de perder en casa visita a otro que viene de ganar fuera, si no se alza con el triunfo sumará al menos uno de los puntos en litigio –dice la Ley Delibes, obra de Miguel Delibes, tan futbolero como cazador.

(Un amigo que lo conoció cuenta que Delibes, que vivía largas temporadas en Sedano, se daba los domingos un paseo hasta Moradillo, «a oír misa y a admirar una de las portadas románicas más espectacul­ares que se conozcan». La docena de habitantes de la aldea le tenían oído que la entrada en la iglesia de San Esteban era «de más valor que la de Compostela: ¡Que no vengan los turistas a estropearl­a!»). Al hilo de la Ley Delibes podemos formular una Ley Zidane que quedaría más o menos así: «El Madrid que después de perder una competició­n (¡o dos!) que tiene a tiro vuelve a otra competició­n que tiene cuesta arriba, si no golea, poco le faltará». Zidane cuenta con un grupo de jugadores que, más que un equipo, parece una mutua, y cada vez que caen en la molicie basta con aventar un nombre mítico, Mourinho un día, Raúl otro día, para que todos los interesado­s se pongan a correr como si estuvieran entrenados por Marcelino García Toral. Somos un pueblo de arreón, y Zidane nos ha pillado muy bien el carácter, aunque se nos acaban los espantajos para asustar a los futbolista­s, y nadie sabe si llegarán a tiempo de echarle el guante a la Liga, donde todas las empatías son para el Atlético, que va de pobre, y ya se sabe cómo en España nos pueden los pobres, que no hay más que ver el Gobierno de la Nación o la Federación de Fútbol, donde no gustarán mucho los coqueteos del Madrid con la Superliga.

A Zidane no sólo se le mira el juego (Antic cayó por el juego, yendo primero), sino el plan quinquenal: el equipo envejece y los jóvenes acumulan trienios de cesión en cesión. En su auxilio podría venir la Ley Biden, tan revolucion­aria para la política de cesiones como lo fue la Ley Bosman para la política de fichajes. Se trata de una orden ejecutiva del popularmen­te conocido Sleepy Joe «para prevenir y combatir la discrimina­ción por motivos de identidad de género», dentro de un plan de «techos de cristal rotos». La orden declara: «Los niños deben poder aprender sin preocupars­e de si se les negará el acceso al baño, al vestuario. . . Todas las personas deben recibir el mismo trato ante la ley, sin importar su identidad de género». Ello significa, en resumidas cuentas, que cualquier hombre que diga que se siente mujer podrá jugar en un equipo femenino de cualquier deporte y compartir vestuario y baños con las mujeres. Se acabó el «un plátano y a la ducha» de Javier Clemente. El urinario de Duchamp ha muerto. ¡Viva «La Fuente» de Duchamp!

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Marcelino García Toral
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