LACERANTE INHIBICIÓN
Imperdonable que Sánchez pase de todo en esta emergencia sanitaria
FIN de semana en Madrid. Bajo a la frutería. Verbena Covid. En un estrecho espacio frente al mostrador se agolpan seis clientes y tres dependientes. Allí no se cumple distancia social alguna y uno de los que despachan lleva la mascarilla bajo la napia; su comodidad prima sobre la seguridad. Voy al súper. La zona de recogida de la caja se bifurca y los clientes tenemos que embolsar nuestras compras pegados. Por si éramos pocos, se acercan dos empleados y a unos centímetros de nosotros se ponen de cháchara con la cajera. Allí no se cumple nada. Mediodía del domingo, buscamos la mesa más alejada de una terraza. Da igual. En la mesa más cercana hay una familia de siete –prohibido– en alegre francachela. La elegante abuela del clan se levanta, sin mascarilla y tintorro en ristre, para fumarse un cigarrete. Nos echa su humo (prohibido y macarra). Allí tampoco se cumple nada. A la misma hora, en Colón se manifiestan dos mil hooligans negacionistas, la mayoría sin mascarilla y apretados como sardinas. La marcha ha sido autorizada por la Delegación del Gobierno. El mismo Gobierno que en mayo, con una incidencia mucho menor, organizaba sensacionales despliegues policiales para evitar lo que PSOE y Podemos llamaban «manifestaciones de pijos». Es decir: impedir a toda costa, invocando la salud, que saliesen a la calle unos trescientos vecinos del barrio de Salamanca críticos con Sánchez (todos con mascarilla, por cierto).
La UE advierte de que todo país por encima de 500 casos por cien mil habitantes se encuentra en riesgo extremo y debe adoptar medidas drásticas. En España varias comunidades triplican ese listón. Las UCI están saturadas. Vuelven los hospitales de campaña, mientras prueba su utilidad el Zendal de Madrid, despellejado sectariamente por nuestra izquierda y cuestionado por un Gobierno que no hace nada. Mueren más de 400 españoles cada día. Pero parte de la población sigue tomándose el virus a la ligera, porque padecemos una lacerante falta de liderazgo. Sánchez, que en la primera ola nos daba a todas horas grandes brasas televisivas, ahora apenas menta la epidemia (está muy ocupado con el clima, el género y acosar a los jueces). Los datos de España son de emergencia nacional. Cualquier estadista normal estaría dirigiéndose solemnemente a la población para exigir prudencia extrema y adoptaría medidas de choque. Aquí, cero. El flemático ministro de Sanidad, un paquete en sus resultados, deja el cargo a la fuga, sin haber reconocido siquiera la cifra real de muertos (30.000 más). El Gobierno ha tenido la irresponsabilidad temeraria de primar sus elucubraciones electorales sobre la salud de los españoles. Se ha negado a adoptar medidas estatales, como adelantar los toques de queda, solo para mantener los comicios catalanes. España sufre una incidencia de 960 casos por cien mil. Italia, que empezó tan mal como nosotros, de 315; Alemania, 263; Francia, 405. Somos el enfermo de Europa mientras un presidente inoperante se pavonea ajeno al dolor. Sigan, sigan votándoles...