ABC (1ª Edición)

Ciudadanos, sus fundadores y el embrujo del PSC

¿Qué habría sido de Ciudadanos si Albert Rivera hubiera seguido las indicacion­es de los promotores del manifiesto fundaciona­l de 2005?

- POR JUAN FERNÁNDEZ-MIRANDA Y VÍCTOR RUIZ DE ALMIRÓN

«Hemos recuperado el apoyo de los fundadores del partido. Los valientes que hace quince años dieron su apoyo a Ciudadanos han renovado el apoyo por escrito y esto no se había producido en 15 años». Son palabras de Inés Arrimadas a raíz de la firma de un manifiesto de buena parte de los fundadores del partido en apoyo a su candidato en las elecciones del 14-F, Carlos Carrizosa. Desde la dirección, la carta se exhibe como la constataci­ón de que, bajo la batuta de Arrimadas, Cs se ha reconcilia­do con sus esencias. O dicho de otro modo: los fundadores apoyan la estrategia de Arrimadas, algo que, como ella mismo dice, nunca sucedió con Albert Rivera.

En Cs, los fundadores son como una especie de gurús. Son como González para el PSOE o Aznar para el PP, pero sin haber asumido responsabi­lidad alguna en el partido. ¿Quiénes son esos fundadores y cómo se han comportado en esos tres lustros? ¿Hasta qué punto tienen autoridad para marcar el camino a la dirección? Hay dos hechos ciertos y una pregunta: siempre irrumpen cuando Cs tiene que posicionar­se ideológica­mente, tratando de influir desde la barrera; y siempre —o casi siempre— que aparecen planea el fantasma del PSC. Y la pregunta: ¿en qué se habría convertido Ciudadanos si Albert Rivera se hubiera plegado a los deseos de los fundadores?

Momentos convulsos

Un análisis retrospect­ivo de la historia de Ciudadanos –de Ciutadans– arroja luz sobre el papel de los fundadores. La relación de muchos de ellos con Rivera sufrió siempre de momentos convulsos, y siempre con un trasfondo: la negativa de la mayoría de ellos a implicarse en el proyecto en puestos de responsabi­lidad.

En el entorno del expresiden­te de Ciudadanos, siempre han mirado con recelo a aquellos referentes intelectua­les: consideran que no estaban comprometi­dos con un proyecto político autónomo, sino que siempre interpreta­ron que su objetivo era condiciona­r la posición de los socialista­s hasta terminar integrándo­lo en el PSC. Ese intento de absorción también llegó por parte del PP catalán en tiempos de Josep Piqué.

En junio de 2006 se celebró el congreso fundaciona­l de Ciudadanos, un año después de que ese primer manifiesto de los intelectua­les hubiera visto la luz. Es conocida la historia de que Albert Rivera fue elegido presidente siendo un desconocid­o por incomparec­encia de alternativ­as más sólidas o conocidas: se le eligió por la sencilla y alfabética razón de llamarse Albert.

Durante ese congreso fundaciona­l, ninguno de los impulsores quiso ponerse al frente. Había muy pocas posibilida­des de éxito. ¿Qué persona reconocida querría ponerse al frente de un proyecto con más opciones de fracaso que otra cosa? Cuentan incluso que Teresa Giménez Barbat rompió a llorar cuando se le ofreció. A ella, por cierto, se le consideró la descubrido­ra de Rivera dentro del partido, cuando el futuro presidente coordinaba un pequeño grupo de jóvenes de la plataforma en Granollers.

El futuro de Cs era toda una incógnita, hasta el punto de que una semanas antes de las elecciones autonómica­s catalanas del 1 de noviembre de 2006, varios de esos intelectua­les propusiero­n en una reunión a los dirigentes de Cs no presentars­e a las elecciones catalanas y apoyar al PSC condicioná­ndolo con algunas pocas propuestas relativas al bilingüism­o y plasmando que no se volvería a pactar con ERC.

Manifiesto original

Antes de la constituci­ón del partido, el manifiesto original había dado lugar a la Asociación «Ciutadans de Catalunya». Una vez el partido empezó a rodar, el criterio mayoritari­o era que el tiempo de esa plataforma había terminado. Pero tres de los 15 impulsores originales –Giménez Barbat, Albert Boadella y Arcadi Espada– apostaron por su continuida­d e inauguraro­n una nueva etapa. En la dirección eso se interpretó como un intento de desestabil­izar a la dirección del partido, en la que en sus orígenes sólo participab­a Francesc de Carreras.

Es ahí donde el grupo de Rivera interpreta que empiezan a producirse las primeras crisis internas, que provocó el segundo Congreso de Ciudadanos en 2007. En el que Rivera tuvo enfrente a un rival para hacerse con la presidenci­a, Luis Bouza-Brey. Albert Boadella, Arcadi Espada, Xavier Pericay y Teresa Giménez Barbat dieron apoyo a la lista alternativ­a. La indisimula­da intención de aquella candidatur­a en esos momentos era acelerar los contactos con Fernando Savater y Rosa Díez del movimiento Basta Ya para proceder a la convergenc­ia en un partido nacional. Así lo explicaba Giménez Barbat entonces: «Hasta ahora, la actual dirección ha hecho alguna tentativa de acercamien­to a Basta Ya, pero no ha habido suficiente entendimie­nto y no ha cuajado. Rivera es una persona que puede tener muchas cualidades, pero ahora nos hace falta una persona con más experienci­a, sinceramen­te».

Consolidac­ión del proyecto

En aquel momento, Rivera, que contaba a su lado con De Carreras, apostaba por la consolidac­ión del proyecto autónomo de Ciudadanos en Cataluña. Un cónclave en el que se rechazó el informe de gestión de la dirección. 166 votos en contra, 163 a favor y 70 abstencion­es. Un cónclave en el que el propio secretario general, Antonio Robles (que fue elegido por llamarse Antonio), que era uno de los tres diputados autonómico­s, tomó la palabra para criticar el rumbo de la dirección. Y sin embargo Rivera se impuso con contundenc­ia en la elección del líder. Un cónclave en el que se aprobó la famosa «enmienda Carreras» al ideario y en el que se explicaba que «nuestras raíces nacen del vacío de representa­ción que existía en el espacio electoral de centro-izquierda no nacionalis­ta». La votación de esa enmienda tiene poco que ver con un partido homogéneo: 238 votos a favor, 156 en contra y 34 abstencion­es.

El éxito de la entrada en el Parlament no fue acompañado de un buen resultado en las municipale­s de 2007. Y cada vez que llegaban elecciones los planteamie­ntos en busca de una absorción por parte de UPyD, que había debutado con un escaño en el Congreso de los Diputados en 2008, fueron una constante. Ninguna fructificó, y con ello se produjeron los cambios de partido. Teresa Giménez Barbat fue candidata de UPyD a las elecciones europeas y Antonio Robles, fue candidato de UPyD a las elecciones catalanas de 2010.

«Aunque sí es cierto que en momentos puntuales algunos de los impulsores del manifiesto que dio origen a Cs apoyaron a Rivera, la tónica general que se ha ido repitiendo a lo largo de la historia ha sido la críticas y el intento de disolver a Cs. En 2006 en el PSC y posteriorm­ente en UPyD», reflexiona un histórico dirigente cercano a Rivera.

La historia de los fundadores de Cs es mucho más larga y llega hasta el manifiesto de hace dos semanas. En los últimos tiempos de Rivera, también marcaron distancia, por ejemplo, en la crisis con Manuel Valls o la dimisión de Toni Roldán. Pero cuando Arrimadas asegura que el apoyo de los fundadores no se ha producido en quince años tiene toda la razón: en su afán por mandar sin estar en primera línea nunca encontraro­n una dirección dócil, sino todo lo contrario. Hasta hoy, cuando la presidenta ha ofrecido una coalición de Gobierno... con el PSC.

Una relación tortuosa

La relación de Rivera con los fundadores fue tortuosa: nunca aceptó tutelajes, ni en los éxitos ni en los fracasos

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GUILLERMO NAVARRO Francesc de Carreras fue el único fundador que se incorporó a la dirección del partido

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