ABC (1ª Edición)

RENDICIÓN DE CUENTAS

¿Qué es y qué no es un proceso de «impeachmen­t»?

- PEDRO RODRÍGUEZ

Con una solemne procesión de miembros de la Cámara de Representa­ntes, de un lado a otro del asaltado Capitolio, la segunda acusación de «impeachmen­t» contra el ahora expresiden­te de EE.UU. fue entregada formalment­e ayer al Senado. Los miembros de la Cámara Alta –bajo la presidenci­a esta vez del senador demócrata más veterano, Patrick Leahy– se encargarán de decidir a partir del 8 de febrero la culpabilid­ad o inocencia de Trump de la acusación de incitar a la insurrecci­ón.

A pesar de toda la atención generada, estos excepciona­les juicios políticos son uno de los instrument­os constituci­onales peor entendidos dentro y fuera de EE.UU. Lo cual contrasta con el esmero que Franklin, Hamilton y sus colegas pusieron en esta herramient­a de buen gobierno. Un procedimie­nto, que según explica el profesor Cass Sunstein, se encuentra en el «centro del esfuerzo intrincado y majestuoso de los fundadores para equilibrar los definitori­os compromiso­s republican­os de libertad, igualdad y autogobier­no con la creencia en un fuerte y energético gobierno nacional».

Por eso el «impeachmen­t» en EE.UU. debe entenderse como parte de todo ese elaborado equilibrio en el que se incluyen los mandatos presidenci­ales de cuatro años, el control electoral, la separación de poderes y un sistema de derechos individual­es. Aunque para simplifica­r quizá sería mejor definir lo que no es un «impeachmen­t»: no es una forma de revertir el resultado de unas elecciones; no es una moción de censura; no es lo que quiera una mayoría de la Cámara Baja; y tampoco sería stricto sensu el castigo a un delito.

Básicament­e, el «impeachmen­t» es un remedio contra el tipo de abuso del poder que solamente un presidente puede cometer. En el caso del inacabado juicio político contra Richard Nixon, se llegó a barajar una acusación por delito fiscal. Pero sabemos que para evadir impuestos no hace falta ser presidente (ni tampoco rey). En el caso de Trump, para conseguir un veredicto de culpabilid­ad, la clave está en la improbable suma de 17 senadores republican­os dispuestos a restaurar el equilibrio perdido en Washington.

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