El infinito básquet balcánico
Doncic y Jokic, aspirantes a MVP de la NBA, lideran una nueva promoción excepcional de jugadores de ese rincón europeo
En una realidad tan líquida como la actual, hasta los países pueden desaparecer. Eso mismo le sucedió a Yugoslavia, que durante la década de los noventa sufrió el último gran conflicto bélico que Europa ha visto. El deporte, una manifestación de la sociedad como otra cualquiera, tuvo su protagonismo en los inicios de la guerra. Como narra el periodista Simon Kuper en su genial libro «Fútbol contra el enemigo», la primera «batalla» de los Balcanes se dio en la previa de un partido entre el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado el 13 de mayo de 1990, que acabó con más de 70 heridos. Otro de los hechos más anclados en la memoria de los aficionados fue cuando el serbio Vlade Divac, tras ganar el Mundial de baloncesto de 1990, se deshizo de una bandera de Croacia (aparentemente sin mala fe), acentuando la división interna del equipo y creando un muro impenetrable con su amigo Drazen Petrovic (croata), con el que nunca volvería a hablarse. Los seis países que surgieron de esa división han sido siempre una fuente inagotable de jugadores de baloncesto, pero es hoy en día cuando el baloncesto balcánico muestra mejor salud, con jugadores que aspiran a dominar la NBA en las próximas década. Y, sobre todo, son dos nombres los que tienen la culpa.
Le llaman «el Joker», como el villano de Batman, pero de malvado no tiene ni una pizca. Si Reggie Miller quitaba el complejo de flaco, Nikola Jokic anula el de fondón. En el verano de 2015 declinó una oferta del Barcelona para probar suerte en la NBA. En el avión en el que cruza el Atlántico, como cuentan las crónicas, el gigantón serbio se toma su última Coca-Cola. «Antes bebía más de tres litros al día», confesó el pívot cuando empezaba a despuntar en Estados Unidos. Hoy, pese a su posición (2,13 metros, 113 kilos), es el tercer jugador que más asistencias promedia de la NBA, 9,6 nada menos, además de 25 puntos y 12 rebotes por partido.
«Va camino de ser uno de los mejores jugadores de la historia». Eso mismo dijo Rick Carlisle, entrenador de los Dallas Mavericks, sobre Luka Doncic. Convertir las anomalías en algo regular, un superpoder sin parangón. El esloveno es algo anómalo en sí, no solo por que con 21 años esté sobrepasando, casi sin esfuerzo aparente, marcas de dioses de la talla de Michael
Jordan, Shaquille O’Neal o Oscar «Big O» Robertson. Es el orgullo de un país, Eslovenia, de poco más de dos millones de habitantes y que en la última década ha dado una generación de deportistas integrada por campeones como Primoz Roglic, Tadej Pogacar o la selección de baloncesto, campeona de Europa en 2017.
El nuevo baloncesto
Es cierto que el baloncesto ha cambiado. Ahora el juego es más rápido y con más posesiones por partido, lo que habilita a los jugadores a batir registros de hace décadas con más facilidad. Pero por sentidos, vista, oído e incluso olfato si se quiere, Doncic y Jokic son dos de los jugadores más especiales y fascinantes que han pasado por la NBA en mucho tiempo. Un baloncesto de contacto, visión e inteligencia, del que gusta a los puristas. Pese a que no ha empezado «bien» la temporada, Doncic promedia cada noche más de 26 puntos, más de 9 rebotes y más de 9 asistencias.
Jokic y Doncic cuentan con un buen puñado de antiguos compatriotas que revigorizan el baloncesto de su tierra, como Jusuf Nurkic, Goran Dragic, los dos Bogdanovic, Nikola Vucevic o Boban Marjanovic. Curiosamente, durante la burbuja de Orlando, algunos de ellos se reunieron en un restaurante pese a que se estaban disputando la clasificación para los playoffs. Un país extinto (Yugoslavia), un baloncesto inalterable.