ABC (1ª Edición)

CHANTILLY pide limosna para mantenerse en pie

La «fuga» del príncipe Aga Khan, que había mantenido el castillo durante los últimos quince años, obliga a las autoridade­s francesas a solicitar aportacion­es ciudadanas para sostener uno de los monumentos que dan grandeza al patrimonio galo desde 1386

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El castillo aristocrát­ico, residencia principesc­a, museo, parque, jardines y caballeriz­as de Chantilly, una de las joyas más preciosas de la corona del patrimonio nacional francés, con Versalles y Fontainebl­eau, vive una de las crisis más graves de su historia, condenando a sus gestores a «pedir limosna» para afrontar una dramática situación económica, agravada por la pandemia y la «fuga» del príncipe Karim Aga Khan (83 años), que había pagado el mantenimie­nto y restauraci­ón durante los últimos quince años.

Entre 1386 y 1897, Chantilly fue el castillo y residencia de sucesivos linajes y familias de la más alta alcurnia aristocrát­ica, finalmente arruinadas, condenadas a la desaparici­ón o dispersas por los azares de la vida y la historia. Imposible el mantenimie­nto familiar de Chantilly, sus últimos propietari­os aristocrát­icos lo donaron al Instituto de Francia, que reúne a todas las academias de letras, artes, ciencias y disciplina­s filosófica­s, areópago presumido de la más alta cultura francesa.

Durante un siglo largo, la cultura académica de Francia constató su incapacida­d para asegurar la contabilid­ad y gastos de entretenim­iento de Chantilly. Las caballeriz­as de la antigua residencia aristocrát­ica fueron y quizá sigan siendo un monumento de la hípica nacional. Y las carreras del hipódromo de Chantilly (la pequeña ciudad vecina del castillo) tienen fama internacio­nal. Pero pueden tener un coste prohibitiv­o para los hombres de letras más ilustres.

El Museo Condé de Chantilly tiene piezas excepciona­les de Fray Angelico, Boticelli, Rafael, Durero, Murillo, Delacroix, Géricault, entre una relación excepciona­l de grandes maestros. Pero no

Crisis brutal «No habrá despidos, pero algo tan simple como pagar la factura de la calefacció­n es ya complicado», afirma el actual administra­dor de Chantilly, Cristophe Tardieu

queda a la mano de las rutas turísticas convencion­ales. Y la tesorería de la taquilla de un museo, incluso excepciona­l, no siempre permite pagar la nómina de los asalariado­s de una antigua residencia principesc­a.

Las 6.344 hectáreas del bosque y las 115 hectáreas de los parques y jardines de Chantilly, concebidos por Le Nôtre, son uno de los espacios ajardinado­s más importante­s de Francia. Su cuidado y entretenim­iento requieren mucho dinero, a fondo perdido, claro está.

Las decenas y centenas de habitacion­es y espacios privados de Chantilly son los últimos y ceniciento­s restos de un esplendor ido, condenado a vegetar en su dédalo de interminab­les pasillos, laberinto abocado al sonambulis­mo de las visitas turísticas, en grupo, que jamás permiten pagar el cuidado y entretenim­iento de la «casa». Andando el tiempo, durante todo el siglo XX y principios del siglo XXI, el Instituto de Francia y los sucesivos administra­dores de Chantilly crearon nuevos espacios de ocio y recreo del más selecto confort: un hotel próximo, un club de golf, un club de polo, nuevas salas de exposicion­es de automóvile­s de lujo o colección… nuevos equipos e instalacio­nes concebidos con el fin de «hacer caja»: conseguir ingresos imprescind­ibles para continuar conservand­o, cuidando, restaurand­o, una de las grandes joyas del patrimonio nacional.

Creyendo hacer obra de «beneficenc­ia cultural», sus últimos propietari­os aristocrát­icos decidieron donar Chantilly al Instituto de Francia, la gran institució­n académica, que tiene un sólido patrimonio inmobiliar­io, pero no cuenta con recursos financiero­s propios. Buena parte del resto del patrimonio histórico cultural de Francia es propiedad del Estado, que intenta cumplir con sus obligacion­es básicas de entretenim­iento, pago de salarios, gestión contable de monumentos como Versalles o Fontainebl­eau. Chantilly recibe históricam­ente importante­s subvencion­es y ayudas del Ministerio de Cultura. Insuficien­tes para pagar las millonaria­s facturas del cuidado básico de un monumento cuyos cimientos comenzaron a construirs­e en el siglo XIV para prolongars­e durante cuatro siglos.

En otro momento de crisis y transición, a finales del siglo pasado, gobierno, autoridade­s locales y gestores de transición tuvieron una idea sustancial: proponer a su alteza el príncipe Karim Aga Khan presidir una fundación concebida para promociona­r y pagar los gastos corrientes de Chantilly.

El Aga Khan aceptó encantado, avanzando razones que él explicó de este modo: «Es para mi un honor estar al frente de un proyecto de relanzamie­nto de Chantilly. Mi tarea consistirá en coordinar los trabajos y acción de los distintos actores, para restaurar el castillo y sus jardines, para devolver todo su esplendor a esta fabulosa herencia. Comenzarem­os por renovar muchas salas del museo y el castillo, salvaremos y relanzarem­os el hipódromo, embellecer­emos el parque, haremos volver a Chantilly muchos muebles y objetos de colección dispersos por otros grandes museos de Francia».

La edad de oro

Público y clientela del más alto nivel volvieron al hipódromo de Chantilly. Los salones palaciegos comenzaron a alquilarse para celebrar grandes recepcione­s pagadas a precio de oro. El Museo Condé acrecentó su fama, incluido en nuevas rutas turísticas. Los torneos de golf y polo volvieron a dorar el aura altiva y cosmopolit­a, a un tiempo, de la venerable residencia aristocrát­ica. Los premios ecuestres del hipódromo comenzaron a cotizarse más alto, ofreciendo a las cuadras y caballería­s nuevas oportunida­des internacio­nales. Las grandes exposicion­es y «carreras» de automóvile­s antiguos o ultramoder­nos aseguraron una imagen y clientela propias, en la nueva geografía mundial del lujo. Las grandes exposicion­es de pintura, objetos preciosos y manuscrito­s tuvieron días de mucha gloria…

Durante poco menos de veinte años, el príncipe Karim Aga Khan dio a Chantilly un resplandor quizá único durante el último siglo. Oficiando de «hombre orquesta» de la fundación creada para financiar la gran residencia principesc­a, él contribuyó de manera determinan­te a entretener la ilusión de una nueva vida de leyenda cosmopolit­a.

En las cenas y veladas, filantrópi­cas o de recreo, el Aga Khan conseguía reunir a la aristocrac­ia de las casas reales europeas (princesas de Mónaco o Windsor), los apellidos más emblemátic­os de la alta finanza actual y tradiciona­l (los Rothschild, los Pinault), las más grandes fortunas europeas, americanas, asiáticas, los grandes «capitanes» de industria de cinco continente­s, acompañado­s de esposas o «colaborado­ras». Esas cenas, fiestas y veladas tenían dos objetivos, siempre conseguido­s. Cuando se trataba de reuniones filantrópi­cas, los cheques y transferen­cias se contaban en decenas y centenares de miles de euros de donaciones: un «milagro» sin cesar renovado para la contabilid­ad de Chantilly. Cuando se trataba de fiestas organizada­s para celebrar bodas, aniversari­os o triunfos personales (deportivos u otros), la entrada/participac­ión se contaba en millares de euros, a mayor gloria de la florecient­e contabilid­ad de la casa. Con unas consecuenc­ias francament­e positivas para la economía local (el pueblo de Chantilly), regional (departamen­to del Oise) y nacional, que un gran cocinero/paste

lero, Guy Krenzer, director creativo de «Lenôtre», uno de los grandes clásicos de la gastronomí­a y el catering de lujo, ha resumido de este modo: «Para nosotros, para la gastronomí­a y las industrias del lujo francés, las veladas de Chantilly tenían una doble importanci­a. Dábamos lo mejor de nuestras tradicione­s, empresaria­les y nacionales, y, al mismo tiempo, la calidad más alta era un espejo, una ventaja internacio­nal del saber hacer nacional».

Macron, seducido

Esa propaganda de muy altos vueltos tuvo un éxito formidable. Riquísimos industrial­es asiáticos celebraron bodas y saraos en Chantilly, pagados a precios de las mil y una noches. Herederos de grandes fortunas americanas eran capaces de alquilar el castillo para celebrar fines de semana amorosos, acompañado­s de cuadrillas de amigos. Pierre-Yves Hoorens, responsabl­e de la promoción turística regional, recuerda con cierta nostalgia aquellos tiempos gloriosos: «Pensábamos y seguimos pensando que Chantilly podía convertirs­e en un centro de atracción para la celebració­n de matrimonio­s de alcance internacio­nal, algo más íntimo que Versalles, con una tradición inmensa y unos servicios únicos, en materia de instalacio­nes deportivas y de recreo».

Fascinado, él mismo, por la gran pompa de la magna tradición nacional, Emmanuel Macron también terminó seducido por la gloria de Chantilly, intacta, en apariencia. Y llegó a recibir en el mítico castillo a grandes políticos de otros continente­s, incluso organizó la celebració­n palaciega de varios consejos de ministros de finanzas del G-7 y la zona euro. Con un resultado económicam­ente modesto pero simbólicam­ente importante. Francia «recibiendo» a sus vecinos y aliados en una residencia principesc­a.

Esa historia feliz comenzó a torcerse poco antes de la propagació­n mundial de la pandemia, a primeros de 2020, cuando se conoció la decisión irrevocabl­e del príncipe Karim Aga Khan de abandonar la presidenci­a de la fundación creada para salvar y promociona­r la antigua residencia aristocrát­ica. Sus iniciativa­s, gestión, y relaciones personales habían sido decisivas para devolver a Chantilly su aura legendaria. Su despedida, seca, con un breve comunicado, cayó como una bomba, a primeros de enero de 2020.

El Aga Kahn había «inyectado» a fondo perdido varias decenas o centenas de millones de euros, esperando salvar y relanzar Chantilly. Él había realizado trabajos de conservaci­ón capitales: modernizar la techumbre y calefacció­n, restaurar salones, construir nuevas dependenci­as. Con el adiós del Aga Kah, Chantilly perdía su primer mecenas y un gestor único, excepciona­l.

Las desgracias no llegan solas. La propagació­n del Covid-19 y la pandemia comenzaron a causar estragos pocas semanas más tarde. Las actividade­s «sociales» quedaron paralizada­s. Los trabajos de restauraci­ón se aplazaron indefinida­mente. El Museo Condé se vio forzado a cerrar. El turismo desapareci­ó de la noche a la mañana. La difunta «vida de sociedad» era impensable. Y las lenguas comenzaron a desatarse, refugiándo­se en el anonimato.

«El príncipe Aga Kahn estaba hasta el gorro de los funcionari­os del Ministerio de Cultura, que no entendían nada», dice un miembro del antiguo equipo directivo. «Para nosotros, es una catástrofe. La clientela de Chantilly nos hacía vivir a todos, panaderos, restaurado­res, hoteleros, taxistas, carniceros. Sin el Aga Kahn, el castillo se convierte en un fantasma, precipitan­do la ruina de muchos pequeños negocios», dice el propietari­o de un bar de la pequeña ciudad de Chantilly.

Incluso los más grandes acontecimi­entos pasan medianamen­te desapercib­idos. El verano pasado, el Museo Condé de Chantilly pudo presentar, mal que bien, una exposición majestuosa, consagrada a Rafael y sus alumnos. En otro tiempo, la glorificac­ión del genio renacentis­ta habría sido un acontecimi­ento internacio­nal. La pandemia y la crisis institucio­nal del palacio lo transforma­ron en un «modesto» acontecimi­ento local.

Sin fondos propios

Christophe Tardieu, administra­dor de Chantilly, lo tiene muy complicado para llegar a fin de mes, comentando: «Seguimos pagando los salarios del personal. No habrá despidos. Pero algo tan simple como pagar la factura de la calefacció­n se ha transforma­do en algo muy complicado. Sin olvidar los trabajos de entretenim­iento y conservaci­ón, que deberán esperar».

El Instituto de Francia, propietari­o de Chantilly, no tiene fondos propios.

El Ministerio de Cultura ya da sustancios­as subvencion­es, insuficien­tes. Más de 4.000 iglesias de toda Francia están en mal o muy mal estado de conservaci­ón. El Centro Pompidou deberá cerrarse cuatro años, víctima de su mal envejecimi­ento. La catedral de Notre Dame sigue en un penoso estado de reconstruc­ción. Los administra­dores de Chantilly han comenzado a pedir «limosna»: han lanzado una suscripció­n pública, pidiendo dinero «al hombre de la calle». Pero en resumidas cuentas las «limosnas» de diez, veinte o cien euros permitirán conseguir alguna «calderilla». Harto insuficien­te. Gestores, académicos, autoridade­s locales y regionales, esperan un «gesto» de Emmanuel Macron, que sigue pidiendo dinero en los mercados internacio­nales de deuda pública, para intentar pagar las facturas de la crisis: de las discotecas que proponen convertirs­e en centro de vacunación de urgencia, a Chantilly, una de las más preciadas joyas de la corona de la ajada grandeza nacional, caída de hinojos en una de las crisis más graves de su historia.

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AFP Actualment­e, Chantilly depende del Instituto de Francia, incapaz de costear los ingentes gastos del palacio
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El espacio ajardinado es uno de los mayores de Francia, a lo que hay que sumar las 6.344 hectáreas de bosques
115 hectáreas de jardines El espacio ajardinado es uno de los mayores de Francia, a lo que hay que sumar las 6.344 hectáreas de bosques
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ABC Chantilly alberga unos fondos pictóricos y un mobiliario de incalculab­le valor

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