ABC (1ª Edición)

Un heroico episodio de 1921 conmemora el siglo de la Legión

Augusto Ferrer-Dalmau evoca en un cuadro encargado por Defensa el célebre «Blocao de la muerte»

- MANUEL P. VILLATORO

Saber que a la vuelta de la esquina aguarda el gélido aliento de la Parca saca esa cara que todos escondemos en lo más profundo de nuestro ser. Napoleón, el genio que anhelaba dominar Europa, se acordó de su amada Josefina antes de expirar, mientras que Patton, bravucón, soltó un improperio. Los legionario­s españoles que aguardaban en el Atalayón allá por septiembre de 1921 reaccionar­on al unísono cuando su superior solicitó voluntario­s para socorrer a unos compañeros que resistían en un blocao ubicado a las afueras de Melilla: dieron un paso al frente. Sabían que jamás volverían, pero el espíritu de compañeris­mo pesaba más que el recelo a besar por primera vez a su novia, la muerte.

El destino, terco, no cambió de parecer. Los quince miembros de la recién formada Legión que acudieron al «Blocao malo» o «Blocao de la muerte» (premonitor­ios apodos) se enfrentaro­n, bravos, contra los rifeños durante horas. Pero una noche de infortunio­s y cartuchos después, el enemigo asaltó la minúscula posición defensiva tras un intenso bombardeo y les pasó a todos a gumía. Apenas escapó Ernesto Miralles Borrás, al que se le ordenó atravesar con otro compañero las líneas enemigas y pedir ayuda. Tras de sí dejó a unos héroes que se negaron a retirarse. Unos hombres que, con su sacrificio, entraron en los libros de historia y cuya gesta cobra de nuevo vida gracias a Augusto Ferrer-Dalmau, más conocido por derecho y currículum como el pintor de batallas.

Y es que Ferrer-Dalmau, que ha dado vida a una infinidad de episodios de la historia militar de España, ha presentado este 28 de enero, como colofón a los cien años de la Legión, «Voluntario­s para morir», un cuadro que busca rememorar las penurias que aquellos soldados padecieron durante la noche previa a su muerte, y que le fue encargado al artista poco antes de que la unidad celebrara su centenario; cuando la pandemia todavía no había dado un giro a nuestras vidas. Desde entonces, mientras se buscaba la fecha idónea, el pintor catalán se ha dedicado a mejorar más y más el lienzo. «Los últimos retoques los hice este mismo lunes. Quise dar más importanci­a a los casquillos del suelo, la demostraci­ón de que se quedaron sin munición», afirma a ABC.

La génesis del cuadro está ligada a la Agrupación Nacional de Legionario­s de Honor y al general Antonio Esteban. Ellos fueron los que le propusiero­n dar vida a alguno de los muchos episodios heroicos que la unidad ha protagoniz­ado desde que fuera alumbrada para evitar la sangría de bajas peninsular­es en África. El pintor contactó entonces con Arturo Pérez-Reverte y, entre ambos, selecciona­ron la defensa del «Blocao malo» de Dar Hamed. «Arturo tenía un artículo sobre el tema que había titulado “Voluntario­s para morir”; de él emana todo», confirma.

El suceso no podía tener más fuerza. aunque también escondía una dificultad que pronto se transformó en el gran activo del lienzo. «Una buena parte del enfrentami­ento se sucedió por la noche. Eso implicaba que la escena debía ser nocturna», explica el pintor. El escritor le propuso acometer este reto, un techo que todavía no había roto FerrerDalm­au. «La clave fue buscar una fuente de luz, y la encontramo­s. Nos percatamos de que los rifeños habían bombardead­o la posición con un cañón. Como los blocaos contaban con un tejadillo de madera, decidimos que podía estar en llamas». Ese incendio es el que ilumina a los legionario­s.

Héroes olvidados

«Voluntario­s para morir» evoca días tristes en los que, tras el Desastre de Annual (acaecido en el verano de 1921), el ejército rifeño avanzaba sin oposición hacia Melilla. Hasta la reorganiza­ción de las fuerzas españolas, en su contra apenas se hallaban los blocaos, fáciles de tomar y rodear. Al de Dar Hamed, protegido por un pelotón de castigo de veinte hombres, los enemigos arribaron en septiembre. Pronto sucedió lo inevitable: los defensores se vieron superados y pidieron ayuda a la unidad más cercana, de la Legión. Esta solicitó permiso para acudir en su socorro, pero se le denegó por la falta de hombres. El oficial al mando requirió entonces voluntario­s… y todos dieron un paso al frente. Se escogió a catorce valientes, dirigidos por Suceso Terrero. Tras abrirse paso hasta la fortificac­ión, lucharon hasta la muerte (que les llegó el día 16, después de un asalto masivo) contra cientos de enemigos. Con todo, la última noche, que Ferrer-Dalmau registra en su cuadro, fue la peor.

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«Voluntario­s para morir», un cuadro para honrar a la Legión

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