25 años de «Crash», la película más turbadora de Cronenberg
El cineasta estrenó en el Festival de Cannes de 1996 un «thriller» cargado de erotismo, calificado de obsceno, que arrasó entre la crítica. Ahora se reestrena en España para conmemorar el cuarto de siglo de una obra radical símbolo de otra época
En el año 1996 se estrenaron aquí grandes películas, y por poner algunos ejemplos citaremos «Seven», de David Fincher; «Heat», de Michael Mann, o «Casino», de Scorsese, pero ninguna tan polémica, turbia y arisca como «Crash», de David Cronenberg, ni tampoco más insondable y preocupante, lo cual, quizá, la hace merecedora de un reestreno en este año polémico, turbio, arisco y muy preocupante. Antes de enfrentarse ahora con ella en las salas de estreno, su director sale unos minutos en la pantalla para presentarla, y habla de cuando se estrenó en el Festival de Cannes, en 1996, donde causó un revuelo enorme y tanto rechazo como adoración en la crítica presente. Cronenberg bromea con algunos de los calificativos que recibió la película: pornográfica, sucia, enfermiza y obscena. Y cuenta también la anécdota durante una rueda de Prensa, con J.G. Ballard (el autor de la novela), que respondió a la pregunta de cuál era el mejor modo de verla con la siguiente frase: «En un coche y a 160 km. por hora». Apunta Cronenberg que aquella respuesta, inviable entonces, hoy sería completamente posible: «Yo estoy ahora en un Tesla, y voy a coger velocidad para ver la proyección».
En efecto, hoy se puede ver una película en un coche a toda velocidad, pero probablemente no como la suya: una obra del estilo de «Crash» sería por completo inviable sacarla adelante en la actualidad, pues se toparía con todo tipo de problemas, censuras, inquisiciones y campañas de acoso y derribo. El mundo actual es demasiado «libre» como para aceptar una historia tan extrema.
Veneno corrosivo
Digamos que estos veinticinco años no le han quitado a «Crash» ni una gota de su corrosivo veneno en la punta de su flecha, y que, por el contrario, sí le ha puesto algo de sentido a su insano argumento para la baqueteada cabeza del ser humano de hoy, donde algunas de las cuestiones en las que se abisma, como el revoltijo de sexo, placer, dolor, delirio y chifladura es con lo que se aliña cualquier ensalada y relación. El argumento de la película es un encadenado de choques sexuales y colisiones de automóviles entre unos cuantos personajes de los que no sabemos gran cosa salvo que su vida se resume en alimentar una obsesión enfermiza, la cual, por cierto, le cuesta detectar como admisible a un cerebro digamos «normal».
No se le aprecia sentido a los hechos que nos muestra Cronenberg, al menos en la epidermis del argumento, por lo que hay que buscarlos o sentirlos como material metafórico de un mundo atroz y desesperanzado que siempre nos quedará por delante. Es decir, que tal vez ni siquiera sea ahora, cuarto de siglo después de su estreno y medio de que Ballard publicara la novela, el momento de embadurnarse con la loción (¿lección?) que propone.
Un fortuito accidente de coche sitúa al protagonista, James Spader, y a su extraña y febril esposa (una Deborah Kara Unger, con voz de programa muy, muy nocturno de radio), en un universo de chatarra, cicatrices, lujuria y búsqueda de unos estímulos tan chocantes como los coches que llevan. Todo lo calenturiento de la trama está servido en un extraordinario plato de frialdad, pura chapa metálica sin calidez ni sentimiento. Los actores, los primeros, y Spader y Kara Unger tienen (entiéndase la expresión) el culo frío; Elías Koteas es lo único candente y excitado de la historia, un majara en estado puro, un brutal desecho de tienta. Claro que hay «mensaje» en esta provocación de Cronenberg, pero hay que bajar a buscarlo al estercolero.
El mundo actual es demasiado «libre» como para aceptar una historia tan extrema
Cronenberg bromea con los calificativos que recibió la película: pornográfica, sucia, enfermiza...