EL REINO DESUNIDO
Ganar el Brexit para crear
Crece la amenaza separatista y los nacionalistas escoceses amenazan por primera vez con convocar una consulta ilegal a la catalana
Parte del encanto británico radica en su lealtad a sus tradiciones y fábulas. En la segunda mitad del siglo XVII, el rey Carlos II, hijo del monarca decapitado por Cromwell, ordenó que siempre hubiese cuervos en la Torre de Londres. Nació así la leyenda que reza que el día en que la aves se vayan caerán la fortaleza y el propio reino. Este mes de enero ha desaparecido Merlina, la inteligente reina de los cuervos de la Torre. Su cuidador cree que ha muerto.
El trono de Isabel II no peligra. Todavía quedan siete cuervos en la fortaleza a orillas del Támesis. Pero la baja de Merlina podría servir de metáfora sobre las tensiones en los hilvanes del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. La resaca del Brexit y la errática gestión de la pandemia por parte de Boris Johnson han disparado el sentimiento independentista. Los nacionalistas del SNP, que gobiernan Escocia desde 2007, exigen un nuevo referéndum, lo que llaman el «indyref2». Incluso amenazan a Londres por primera vez con una consulta ilegal a la catalana. A diferencia de lo sucedido en la votación de 2014, las encuestas aseguran que esta vez derrotarían por cuatro puntos al unionismo. Pero además el sentimiento separatista está creciendo en Irlanda del Norte, e incluso en Gales, donde siempre había sido anecdótico. Ganar el Brexit... ¿para perder la Unión? Esa es la cuestión que flota como un nubarrón sobre Westminster.
David William Donald Cameron, de buena cuna, se convirtió en el segundo premier más joven del Reino Unido, tras dormir en Downing Street con solo 43 años. Patricio salido de las cuadras de Eton y Oxford, albergaba una enorme confianza en sí mismo y en su capacidad de persuasión, que acabó convirtiéndolo en ludópata de las urnas. Se jugó dos veces su país a cara o cruz. En 2014 ganó por diez puntos el durísimo referéndum de Escocia (55,3%-44,7%). Pero en 2016 perdió contra pronóstico la consulta del Brexit, y de paso liquidó su carrera.
¿Por qué aceptó Cameron un referéndum de independencia? En 1998, en lo que hoy muchos unionistas ven como un grave error, el laborista Tony Blair decidió impulsar unas leyes «de devolución» que recuperaban el Parlamento escocés de Holyrood (en Edimburgo) y las asambleas de Gales e Irlanda. Tres de las cuatro naciones que conforman el Reino Unido volvían a contar con sus gobiernos locales, algo siempre rechazado por los mandatarios tories Thatcher y Major.
Al principio, el laborismo dominó las bancadas de Holyrood, ganando con holgura las elecciones escocesas de 1999 y 2003. Pero en 2007 logra imponerse el Partido Nacionalista Escocés, el SNP, aunque por muy poco. El carismático independentista Alex Salmond se convierte en primer ministro de Escocia. El nacionalismo pone en marcha entonces un mecanismo que en España conocemos bien: utilizar el poder como arma de propaganda de su credo. Funciona. Salmond se presenta a las elecciones de 2011 llevando en su programa un referéndum de independencia y arrasa, con una espectacular mayo
ría absoluta. La Ley de Unión de 1770 entre Inglaterra y Escocia estipula que modificarla –abrir la vía para una separación– es potestad exclusiva del Gobierno británico y del Parlamento de Westminster. Cameron, convencido de que podía hacer historia acallando de una vez por todas la queja victimista escocesa, ofrece en 2012 a Escocia un referéndum «justo, legal y decisivo». Activa la «orden de la sección 30», la cláusula legal que da autoridad a Holyrood para llevarlo a cabo, y gana la consulta en 2014. Aunque los unionistas tuvieron que poner toda la carne en el asador, incluso la más egregia.
Los 68 años de Isabel II en el trono han constituido un éxito por dos cualidades: su reserva y su estricto respeto a los deberes del cargo, entre los que destaca una absoluta neutralidad política. En la campaña del referéndum escocés hubo un momento en que los sondeos comenzaron a torcerse para el unionismo. Algunos diputados tories, los tabloides conservadores y el bocazas Nigel Farage comenzaron a presionar a la Reina para que se pronunciase a favor de la Unión. Finalmente, Isabel II lo hizo. Pero a su manera. De vacaciones en su residencia escocesa de Balmoral, la Reina, de 88 años entonces, aprovechó la salida de una misa
en el templo campestre de Crathie Church para acercarse al público. Con espontaneidad bien premeditada, comentó a uno de los feligreses: «Tenéis una votación muy importante el jueves. Espero que todo el mundo piense muy cuidadosamente». Esa frase, a solo cuatro días de la votación, lo dejaba todo claro. La cabeza del Reino pedía rechazar la independencia. Tras la consulta, Cameron, que tendía a indiscreto, fue sorprendido por un micrófono mientras charlaba en Nueva York con Michael Bloomberg y le comentaba jocoso: «La Reina ronroneó de placer cuando la llamé para decirle que el “no” había ganado».
El argumento que más influyó en la victoria del unionismo fue la divisa, el temor de los escoceses a perder la libra. La campaña del «Better Together», en la que el expremier laborista Gordon Brown desempeñó un rol crucial, ofreció nuevas transferencias a Escocia y esgrimió entre sus eslóganes que continuar en el Reino Unido era la garantía para permanecer en la UE.
Augurios de Major y Blair
En política siempre conviene escuchar a los zorros plateados. Aunque casi nunca se hace. En la campaña del Brexit, los europeístas John Major y Tony Blair, un exprimer ministro conservador y otro laborista, ofrecieron una solemne comparecencia en la Universidad del Ulster, en Belfast. Su mensaje fue claro y conciso: «El Brexit podría romper el Reino Unido. Si gana en Escocia el “remain” y en el conjunto del Reino Unido lo hace el “leave”, un segundo referéndum en Escocia será políticamente irresistible». Las palabras de Blair de aquel día resuenan hoy proféticas: «La dura verdad es que la propia unidad del Reino Unido estará en la papeleta cuando se vote sobre la UE».
Europa era una herida endémica en el Partido Conservador, su particular psicodrama interno (se llevó por delante a Thatcher, Major y Cameron), y una controversia puramente inglesa. Con 56,6 millones de habitantes, Inglaterra es la fuerza motriz y dominadora del Reino Unido, frente a una Escocia con solo 5,4 millones, Gales con 3,1 e Irlanda del Norte con 1,8. El Brexit ganó en Inglaterra –aunque no en Londres– y en Gales. Pero el europeísmo se impuso de calle en Escocia (62%-38%) e Irlanda del Norte (55,8%-44,2%). El problema anticipado por Major y Blair ya estaba ahí, y por supuesto ha estallado. El SNP acudió al referéndum de 2014 prometiendo por boca de su líder Salmond que la consulta zanjaba el debate «para una generación». Pero su sucesora, Nicola Sturgeon, una abogada de 50 años, que a pesar de su porte institucional vive el independentismo como una religión, no tardó ni horas en reclamar un segundo referéndum.
El SNP, fundado en 1934, se había caracterizado hasta ahora por un respeto escrupuloso a los cauces constitucionales. Tanto Salmond como Sturgeon siempre se desmarcaron de la vía unilateral de los catalanes. Hace exactamente un año, Sturgeon lo explicaba así: «He descartado un referéndum ilegal. Si alguien quiere eso de mí, no lo va a obtener. Cataluña es la prueba de que si el proceso no tiene legalidad y legitimidad no puede conducir a la independencia». Esas palabras saltaron por los aires el sábado pasado, cuando el SNP presentó una «hoja de ruta de once puntos» para la independencia, con una novedad clave. El presidente del partiUnión». do, Michael Russell, anunció que «habrá un plebiscito para poner fin a tres siglos de unión con Inglaterra, incluso si el Gobierno británico lo rechaza».
La postura de Londres es clara: «El debate de la independencia escocesa fue zanjado decisivamente en 2014, cuando votó por permanecer en la Johnson ha manifestado que no habrá otro referéndum «al menos en 40 años». Pero el SNP amenaza con una vía de hechos consumados, celebrando su consulta y luego desafiando al Gobierno en los tribunales. Sus esperanzas las cifran en las elecciones escocesas de mayo, donde las encuestas vaticinan que el SNP obtendrá una sensacional mayoría absoluta de 70 escaños en Holyrood, siete más que ahora. «Westminster no podrá entonces ignorar la voz del pueblo», salmodian los nacionalistas escoceses, como en un eco de sus pares catalanes. «Cuanto más desprecien los conservadores los deseos de la gente escocesa, más crecerá el independentismo», advierte Sturgeon, quien paradójicamente aboga por la unión con los europeos del otro lado del Canal, pero se desvive por romper una fructífera alianza de tres siglos con sus vecinos de isla, los ingleses.
A la resaca del Brexit se une la pésima gestión del Covid por parte de Johnson, que infravaloró su primera dentellada. El 61% de los escoceses creen que Sturgeon, una política muy articulada, lo ha hecho bien ante la epidemia, cifra que cae al 22% con Boris, una figura divisiva allí, que aún así viajó a Escocia este jueves para iniciar lo que sus asesores llaman «una ofensiva de encanto». El virus beneficia al SNP. Camufla su flojísimo balance en economía, con un déficit seis puntos más alto que la media del Reino Unido, y en educación, con malos datos Pisa y menor acceso de los humildes a la universidad que en Inglaterra, a pesar de que las matrículas son gratis en Escocia.
Secesionismo en máximos
El londinense Johnson es instintivamente antiautonomista. En noviembre del año pasado se desveló este comentario en una charla con sus diputados del Norte de Inglaterra: «La devolución ha resultado un desastre en Escocia». Tampoco soporta a Sturgeon, a la que llegó a llamar «esa maldita Wee Jimmy Krankie», comparándola con la protagonista de una chusca comedieta televisiva escocesa de los ochenta (realmente la premier es físicamente clavada).
La prensa de Londres ya publica titulares de «Nuestro Reino Desunido». El año pasado, la independencia de Escocia se mantuvo como opción ganadora en las encuestas durante cuatro meses consecutivos y está en máximos. Según un sondeo de «The Sunday Times», también progresa en Irlanda del Norte, donde el unionismo solo vence por cinco puntos. Incluso en Gales hay un inaudito 23% de apoyo a la independencia. El sentimiento «británico» se diluye, al haber ganado fuerza los poderes de las tres naciones. ¿Qué es hoy ser británico? ¿La BBC? ¿James Bond, los Beatles y Harry Potter? ¿La Reina? Cada vez menos saben qué contestar. Un 46% de los ingleses responden que les da igual que se independicen los escoceses y el 17% quiere directamente que se vayan.
Con cuervos o no en la Torre de Londres, mal pronóstico para el Reino.