ABC (1ª Edición)

Soledad y silencio

- MARQUÉS DE LASERNA

La peste del siglo XXI que los contemporá­neos, con pujos científico­s, han bautizado como Covid-19 ha descuajeri­ngado la vida de todos y llenado de lágrimas a muchos. A mí, un viejo que contempla desde las encinas serranas el perfil lejano de la gran ciudad, me ha afectado menos pero me duele la caza ausente. Las cacerías han sido en estos últimos años el modo de comunicarm­e con mis próximos; mi Hola semanal empezaba con migas y huevos fritos y se desarrolla­ba entre emociones al aire libre y conversaci­ones al amparo del cocido final de las monterías.

Todo eso ha quedado en suspenso, pero además la caza individual también ha desapareci­do porque, enclaustra­dos, no cabían traslados.

La soledad y el silencio que siempre he considerad­o, junto al esfuerzo, los fundamento­s de la alta montaña se han colado en los hogares y no como parámetros a superar sino subreptici­amente cual ladrones para robarnos la tranquilid­ad.

Y echo muy en falta esas sensacione­s. Tenía concertado­s recechos senatorial­es en el Pirineo del Canigó y en el Maestrazgo aragonés, nada muy esforzado pero que me permitía confrontar mis pobres pantorrill­as a suaves desniveles y paseos casi llanos. Suponían un pálido remedo de pasadas cacerías en el bravo Pirineo central y las imprevisib­les excursione­s asiáticas, pero me seguían acercando a los cielos altos y a los vientos cortantes.

Tengo bautizado al recechista de cumbres como eremita de los montes porque se aísla en paisajes inaccesibl­es para quedarse a solas consigo mismo y, confrontad­o a la magnitud del entorno, queda medida su pequeñez y puede enfrentars­e a preguntas fundamenta­les como el yo y su destino. Mas el bichito chino nos ha burlado el aislamient­o voluntario en las cimas, nos ha encarcelad­o sin grandeza.

Ignacio de Loyola decía que «en tiempos de tribulació­n no hacer mudanza»; pues bien, el coronaviru­s nos ha impuesto la mudanza al tiempo que la tribulació­n y nuestra época, en su adoración a Eros y al dinero, no han reaccionad­o frente a la peste elevando el espíritu sino reduciendo a números las personas, sí personas, fallecidas y doliéndose por la economía destruida.

¡Ay, dolor!

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