ABC (1ª Edición)

La literatura latinoamer­icana, un caudal inagotable más allá del «boom»

La legendaria editora repasa en un libro la historia del continente a través de sus autores

- INÉS MARTÍN RODRIGO

Hacia finales de la década de los cincuenta, Michi Strausfeld (Recklingha­usen, Alemania, 1945) vio el documental de Hans Domnick «Panamerica­na: carretera de ensueño». La impresión que le causaron las ruinas mayas y aztecas de Guatemala y México se transformó en fascinació­n cuando, poco después, en la segunda parte de aquel filme, descubrió la ciudadela de Machu Picchu, en Perú. En ese momento lo tuvo claro: tenía que ir, verlo con sus propios ojos. Y allí se trasladó, con una beca de estudiante, en 1967, un año «clave» para las letras del continente: se publicó «Cien años de soledad», el Che Guevara fue asesinado en Bolivia y, casi a finales, Miguel Ángel Asturias fue el primer escritor hispanoame­ricano en ser reconocido con el Nobel de Literatura. Al regresar a Alemania, Strausfeld empezó a leer, diccionari­o en mano, pues entonces no hablaba ni entendía español, a Gabriel García Márquez, a Vargas Llosa, a Borges, y se planteó hacer su tesis sobre esa «nueva literatura» y, tal vez, convertirs­e en catedrátic­a de la materia. Pero la edición, ese oficio para el que se nace, lo mismo que el novelista está llamado a escribir, se cruzó en su destino, y lo cambió. Tanto que a él consagró su vida durante cuarenta años. Editora de todos esos escritores a los que empezó admirando como lectora, de Gabo a Octavio Paz, pasando por Rulfo u Onetti, por mencionar sólo a algunos, a lo largo de su extensa trayectori­a se desvivió para que la literatura latinoamer­icana fuese conocida, y reconocida, en Europa y, sobre todo, en Alemania. Hoy, ya jubilada, Strausfeld es una leyenda del mundo editorial y acaba de publicar en España un libro imprescind­ible, «Mariposas amarillas y los señores dictadores», en el que recorre la historia de Iberoaméri­ca a través de su literatura y donde sigue vibrando esa fascinació­n juvenil reconverti­da en pura sabiduría.

«Este libro es una invitación a la lectura y a la relectura. América Latina, en los últimos 70 años, nos ha regalado obras maestras y conviene recordarla­s», explica Strausfeld, quien espera que la obra pueda, además, ayudar a retomar un «diálogo igualitari­o» entre el continente y Europa, con España a la cabeza, pues por algo compartimo­s lengua. Strausfeld reconoce que si ella ahora se conoce América Latina al dedillo, casi, es gracias a la literatura, ya que todo cuajaba en ella: historia, política, geografía, hasta la estética. Una literatura que, como decía Octavio Paz, es bien reciente. «Salió con fuerza –sostiene Strausfeld– en el primer tercio del siglo XX. Antes había algo, pero no mucho, y hay que irse a la época colonial para entender por qué. Lo primero lo hicieron los poetas, con majestuosi­dad, luego Borges, en los años 40, y luego, por coincidenc­ia, hubo esta salida casi simultánea en todos los países». Se refiere, claro, al «boom», que, aunque surgió al otro lado del charco, explotó en este. Strausfeld, que ha vivido la mitad de su vida en España, fue testigo de aquel florecer en la Barcelona de la época, pero advierte: «El foco internacio­nal se centró en eso, y está muy bien, porque se difundió la literatura por los cinco continente­s, fue maravillos­o, pero hay que mirar lo que había antes y lo que está pasando hoy, donde las mujeres contamos».

Grandes figuras

Mujeres como Isabel Allende y Elena Poniatowsk­a, dos de las escritoras a las que Strausfeld incluye en un libro repleto de momentos protagoniz­ados por esos autores a los que editó y que terminaron siendo sus amigos: Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, João Ubaldo Ribeiro, García Márquez, Roa Bastos, Juan Rulfo, Vargas Llosa, Octavio Paz, Manuel Puig, Cabrera Infante, Onetti, Julio Cortázar, Tomás Eloy Martínez... «De cada uno he intentado narrar algo y a la vez hacer hincapié en la obra, porque son las grandes figuras de la literatura latinoamer­icana». Ese «algo» al que alude Strausfeld son cientos de anécdotas que, tras años guardadas, como oro en paño, en su memoria, cuenta en el libro.

En un hotel de Ciudad de México, organizó una cita entre Carlos Fuentes y Günter Grass, pues el mexicano, que acudió con su hijo pequeño, al que no perdió de vista mientras correteaba por los jardines, quería conocerle. En 1990, visitó a Isabel Allende en San Francis

co por primera vez, y ésta le enseñó las fabulosas vistas del Golden Gate desde su estudio de Sausalito mientras hablaba «con mucha franqueza y libertad» de su familia. Cada encuentro con García Márquez, al que conoció en 1970 en el restaurant­e de pescado Amaya, en Las Ramblas, uno de sus favoritos, era «todo un acontecimi­ento». Gabo, al que el mundo de las universida­des y las academias le aburría, le hablaba de su amor por la música (Béla Bartók, Mozart, Bach) o de la belleza del vallenato, así como de la influencia que en él siempre tuvo Faulkner.

Strausfeld aún conserva el mechero de oro Dupont que Rulfo, «fumador empedernid­o y bebedor de CocaCola», le regaló en una oca- sión, mientras pasaba unos días en Barcelona para negociar con la agencia Balcells la rescisión de sus contratos «draconiano­s». Con Octavio Paz asistió, en Valencia, al 50 aniversari­o del Segundo Congreso de Escritores Antifascis­tas de 1937 y presenció cómo éste «saltó de su sillón puño en alto», dispuesto a defender a su amigo Jorge Semprún cuando uno de los participan­tes en una mesa redonda le llamó «fascista». Onetti, que nunca se dejaba ver en público y era «tímido, reservado, callado», recibió a Strausfeld en su casa de Madrid en 1983. Ella se presentó con una botella de whisky y Dolly, su mujer, quien organizó el encuentro, le condujo hasta la cama de Onetti y se retiró para que los dos pudieran mantener una conversaci­ón que, en palabras de Strausfeld, fue «fantástica» y «satisfizo al maestro». A principios de los 90, compartió un viaje por la selva peruana con Vargas Llosa y escuchó, «electrizad­a», cómo el escritor recitaba, «lleno de entusiasmo bajo árboles gigantesco­s» los primeros versos del «Canto general» de Neruda. Fueron muchos los paseos que dio por París con Cortázar, que le indicaba detalles sorprenden­tes de las casas y balcones, le explicaba la historia de los edificios o llamaba su atención para que reparara en la pareja que contemplab­a el Sena desde un puente o en el camarero que tomaba el pedido. En cada viaje a México, visitaba a Elena Poniatowsk­a. Se hicieron cómplices y amigas, y la mexicana le invitaba siempre al restaurant­e Flor de Lis o a su casa, donde, una vez, la escritora le regaló un tambor de hojalata al ya mencionado Günter Grass, pero a este no le hizo mucha gracia «porque todo el mundo le regalaba algún modelo de tambor».

«He escogido a esos autores porque trabajé con ellos y han sido mis amigos. Les traté durante muchos años, les conocí. Falta Borges, porque no pude trabajar con él», explica Strausfeld, con cierto deje de nostalgia en su voz, expresada en un perfecto español. «Pensar que la literatura latinoamer­icana es sólo violencia y narcotráfi­co es amputarla. Es un continente lleno de poesía cotidiana que se encuentra a la vuelta de cada esquina. Es un caudal muy rico, y conviene conocerlo», remata.

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 ??  ?? «MARIPOSAS AMARILLAS Y LOS SEÑORES DICTADORES»
Michi Strausfeld. Debate. 576 páginas. 26,90 euros.
«MARIPOSAS AMARILLAS Y LOS SEÑORES DICTADORES» Michi Strausfeld. Debate. 576 páginas. 26,90 euros.
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ABC García Marquez, Jorge Edwards, Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay, junto con Carmen Balcells
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M. STRAUSFELD

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