La lupa de la historia
No solo de actualidad vive el lector. La reconstrucción e interpretación de la historia como manual y guía para los tiempos presentes interesa, y mucho. Lo confirma JULIÁN
VIÑAS a través de un breve mensaje, referido al número del pasado viernes –«Les felicito por el ejemplar de hoy; aparte de su contenido periodístico, es un fascículo de historia», escribe– y lo subraya GONZALO GARCÍA
SÁNCHEZ, antiguo y recordado redactor de ABC que firmaba como Garcival «en aquella antañona y bulliciosa Redacción de la calle de Serrano, para mí de tantos recuerdos, malos y buenos», recuerda. Después de alertarnos sobre «las faltas de estilo, los errores de bulto o las innumerables erratas» que detecta en nuestras páginas, se refiere Garcival a la información del pasado lunes, «estupenda, sobre el problema de la supervivencia de las tabernas centenarias de Madrid», que le llevó a reparar en el pie que acompaña la foto de «un pretendido “banquete del Pen Club español en Lhardy, presidido por Azorín (1922)” (sic)». «Y me pregunto yo: ¿dónde está Azorín? Pues no veo al homenajeado por ninguna parte. Me figuro que la imagen podría datarse más bien en los últimos años 40 o primeros 50. En la escena puedo recocer a varios componentes de la Generación del 27 (Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Gerardo
Diego y Jorge Guillén: este último ¿destinatario de tal homenaje?). También a Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Carlos Bousoño, Fernández Almagro –en tiempos respetado crítico literario de ABC–, José María Valverde y algunos otros, más jóvenes, que no alcanzo a identificar con mayor seguridad. Pero, insisto, ¿está escondido Azorín?, ¿no estará en casa, escribiendo para ABC uno de sus memorables artículos? Cuchufletas aparte, querido director, no me dirá que deberíais recurrir al asesoramiento de, por ejemplo, una cultísima señora como lo es la ministra de Educación, señora Celaá, en esta lucha permanente para la corrección redaccional de las pruebas. Por mi parte, confío en que, con la ayuda de Dios, logremos entre todos salir de este “templo de palabras confusas” al que se refería Charles Baudelaire».