ABC (1ª Edición)

«Al principio los padres pasamos una especie de duelo por la “pérdida”»

- E. MONTAÑÉS

Haritz significa roble en vasco. Un árbol sagrado y robusto que, como en casa de Isabel, demostró tener siempre «las ideas muy claras». «Muchas veces nos creemos más abiertos de mente de lo que somos, pero cuando él habló con su padre y conmigo, nos quedamos en estado de shock. Cuando te toca a ti no es fácil, tuve un sentimient­o como de duelo, de pérdida. A su padre le duró algo más, a mí dos días».

Las ideas preconcebi­das hacia el colectivo transexual lastran en buena medida todas sus aspiracion­es laborales, intelectua­les, emocionale­s. «Es pura ignorancia.

La gente lo relaciona con el mundo marginal, con prostituci­ón y espectácul­o», y en esta raíz del problema, todos los familiares coinciden. La asociación Chrysallis en Madrid, donde se encuentra «involucrad­a» Isabel desde que su «hije» –también el lenguaje se adapta al colectivo– habló con ella, agrupa a muchas de las mil familias que hay en el país solo en esta entidad. «Ellos, nuestros hijes, nos lo ponen más fácil por las señales que van dando. A los 5 años Haritz se cortó el pelo como su hermano. Ahora tienen 22 y 19 años. En la adolescenc­ia él empezó a sufrir mucho. Teníamos muchos miedos, nos dijo a los 16 que le gustaban las chicas, pero que no era lesbiana. Cada persona lo hace a su manera». «También es verdad que en esa búsqueda de su identidad de género y tránsito, nosotros desaconsej­amos la cirugía, que suele ser más sencilla en las chicas trans que en los chicos trans», dice Isabel, de 50 años. Lo fundamenta­l es el acompañami­ento por el entorno: hasta saber lo que le pasaba y compartirl­o, Haritz no fue feliz. «Si sienten que no les reconocen, es como si les abandonase­n».

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