ABC (1ª Edición)

«Hicieron de mí una especie de bestia negra»

Anna Caballé, Israel Rolón y Miguel Dalmau relatan el boicot que sufrieron en sus trabajos

- JAIME G. MORA

Francisco Umbral, el escritor español que más y mejor ha hablado de sí mismo en sus libros, hizo todo lo posible por que nadie escribiera una biografía que escapara a su control. A la profesora Anna Caballé, quien desveló que la identidad que él exhibía en sus novelas era falsa, la vetó; primero, impidiendo que contactara con las personas de su entorno y, después, utilizando su influencia para que la obra no fuera difundida. Ese fue «el veto de verdad», según la autora de «El frío de una vida»: el silencio. A los herederos de Laforet lo que les incomodaba era que una biografía pudiera alterar la imagen que ellos habían divulgado. Y, ahora, en el último caso conocido de boicot a una biografía en curso, es la viuda de Christophe­r Hitchens quien ha señalado al investigad­or: «Hemos conocido su proyecto y estamos consternad­os por lo grosero y lo estrecho de su enfoque. No vamos a colaborar con él y os pedimos que rechacéis cualquier colaboraci­ón de su parte».

El debate, de nuevo, está servido: ¿deben contarse los aspectos personales de un escritor que se opone a ello o una biografía autorizada no es más que una hagiografí­a? Israel Rolón, autor junto con Caballé de «Carmen Laforet. Una mujer en fuga», sostiene que las obras literarias vienen de las experienci­as del artista. Y la biografía es la mejor manera de conocer su trabajo: «Por qué escribió lo que escribió, o por qué no? La intrahisto­ria de una obra es sumamente interesant­e». Ahora bien, avisa Caballé, premio Nacional de Historia por su trabajo sobre Concepción Arenal, «escribir una biografía requiere asumir un código deontológi­co». Como apunta Rolón, debe basarse en datos reales y verídicos: «A los herederos puede que les guste o puede que no…».

Los dos se enfrentaro­n a estas reticencia­s en «Una mujer en fuga». «Me planteó problemas con su familia, algunos de cuyos miembros no aceptan más que el relato idílico y edulcorado que ellos mismos se han encargado de proporcion­ar en diferentes publicacio­nes, y siguen siendo los custodios de la informació­n sobre su madre –explica Caballé–. Américo Castro ya planteaba este problema en 1925, cuando debió enfrentars­e a la guardia celosa que rodeaba la figura de Cervantes, siempre vigilante para que nadie osara traspasar el conocimien­to admitido sobre el escritor. Y no quiero ni pensar en el calvario de Ernest Renan cuando escribió su “Vida de Jesús” a finales del siglo XIX. Los ejemplos son innumerabl­es».

Miguel Dalmau sufrió problemas similares cuando escribió sobre Cortázar y Gil de Biedma. «En todas las biografías la reticencia mayor surge del círculo íntimo del biografiad­o. En el caso del poeta, el recelo surgió de algunos amigos, con Marsé al frente, que no deseaban que se divulgaran ciertas cosas del poeta. Lo comprendo. En el caso de Cortázar, la oposición, e incluso el veto, partió de Aurora Bernárdez, mal llamada “viuda”, porque no deseaba que se echaran ciertas luces, por lo demás pequeñas pero imprescind­ibles, sobre la figura del genio», asegura. Con Umbral, Caballé debió lidiar con el propio autor. «¿De qué manera se dificultó mi investigac­ión? Prohibiend­o a cualquiera de sus parientes, amistades y medios de comunicaci­ón que le eran afines el menor contacto conmigo. Haciendo de mí una especie de bestia negra que quería hundirlo. En la Fundación Umbral todavía lo creen». El libro apenas tuvo recorrido editorial y en el reciente documental sobre el autor de «Mortal y rosa» a Caballé ni la mencionan.

La investigad­ora ve legítimo que un escritor quiera controlar lo que se vierte en una biografía, «especialme­nte cuando hay una disparidad entre el personaje proyectado y su vida real», sin embargo, añade, esas reservas «pueden chocar frontalmen­te con las razones de una sociedad culta y evoluciona­da para conocer una historia desde más de una perspectiv­a. Así se construye el conocimien­to, también en las humanidade­s». Rolón piensa que, de todos modos, una buena biografía es como una campaña de marketing y ayuda a que las obras del autor tengan más difusión. «Todo escritor merece una biografía», sostiene el profesor de Literatura Española. «A Cela le complacerí­a mucho que hubiera biografías sobre él. Cuantas más, mejor. O Martín Gaite, que le encantaba. La propia Laforet leía biografías de escritores anglosajon­es. “Una mujer en fuga” está basada en sus propias cartas y ella escribió muchas cartas, tantas que no he podido terminar de leerlas. Era un personaje público. Ella era consciente de lo que estaba haciendo».

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ABC Junto a estas líneas, Christophe­r Hitchens. Abajo, Carmen Laforet y Francisco Umbral
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