Varane recoge el reto de Zidane
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Zidane se enfadó con la prensa y el equipo reaccionó. Su descarga de carácter fue estimulante y de alguna forma se transmitió a los jugadores. Hubo destellos en Vinicius, constancia en Asensio, y galones en los capitanes sin Ramos. Además algo entre lo futbolístico y lo simbólico, casi supersticioso: Zidane miró al banquillo, vio canteranos, y lejos de girar la cara lo movió con más ganas. La sangre joven siempre ayudó al Madrid.
Desde el principio se vio que el golpe en la mesa de la sala de prensa tendría efectos. Sus jugadores salieron resintonizados y el Huesca (colista, no hay que olvidarlo) tampoco le discutió el mando del partido.
El Madrid tuvo la pelota y empezó a entonarse por la banda de Vinicius. Una jugada suya regaló al Madrid una alegría repentina. El efecto de Vinicius sobre el humor general ha sido sistemáticamente menospreciado. Vinicius sonrió y el Madrid cascabeleó desde su banda a la de Asensio, fino en controles y movimientos.
Vinicius intentó una cuchara, un sombrero, un eslalon, un caño, un quiebro, y eso dio sentido al Madrid, lo imantó por su zona. El Huesca, por entonces, solo defendía. Mandaba algún balón largo al solitario Rafa Mir, como quien manda un paquete con viandas al pariente que emigró a Alemania.
El dominio del Madrid se había hecho más deliberado, pero fue inevitable que llegara una sensación progresiva de impotencia. Algo previo. La sensación de llegar a los rendimientos decrecientes. El Madrid había revivido en las bandas, pero volvía a encontrar su límite ofensivo. Pocas ocasiones y distancias insalvables: Kroos dirige y gana perspectiva en algún lugar entre el interior y la zona del lateral zurdo. Desde allí dirige y envía, pero queda muy lejos de Benzema. Desde donde empieza Kroos hasta Benzema hay un gran espacio vacío. ¿No falta un escalón ahí? La mejor ocasión de la primera parte, de Benzema, llegó cuando Modric lo ocupó.
Los oscenses pegan primero
El Madrid fue rondando la impotencia ofensiva y antes del descanso también se partió en uno de los contados contragolpes del Huesca. Fue un presagio porque no volvió del todo, fue como si se hubiera quedado enganchado en la puerta del vestuario. Mikel Rico tiró al palo en el 46, y Javi García aprovechó otro pase por la derecha para marcar un golazo. Odriozola no estaba con él porque se había ido a hacer de central sin que nadie se hubiera puesto en su lugar. Un problema crónico, la ayuda a ese lateral.
El Madrid se tambaleó tras el gol y tuvo que agradecer al larguero que Rafa Mir no marcara otro gol, pero empató antes de que le pudiera llegar la depresión o la ansiedad. Benzema, el hombre que lo hacía casi todo, ya lo hace todo sin Ramos, y lanzó una falta al larguero; el rechace lo remató Varane elevándose sobre todos, sobre la tarde y sobre el partido.
En un cuarto de hora habíamos visto fuego a discreción, y el duelo estaba donde antes solo que muchas palpitaciones por encima. Volvía a atacar el Madrid. Tuvo una ocasión Asensio, uno de los pocos aciertos de Zidane en los últimos meses. Pero la debilidad seguía ahí, perenne, estructural. La brillante zurda de Javi Galán buscó a Rafa Mir y el titánico testarazo lo tuvo que detener Courtois.
Zidane sacó a Marcelo y estacionó a Mendy en la derecha. La izquierda seguiría siendo «la loca de la casa», pero al menos habría un lado firme.
El Madrid tenía más ocasiones. Benzema falló una casi absurda en la que bajo palos sustituyó la búsqueda razonable del gol por el fusilamiento al portero en el plexo solar.
Lo novedoso fue que Zidane no esperó más. Teniendo menos donde elegir, movió el banquillo con más presteza de la habitual. Salieron Marvin y Mariano y recompuso tácticamente otro Madrid a medida de la situación. Bravo, rápido, cogido con pasión y alfileres. A balón parado, Varane ganó el partido tras otra aparición decisiva de Casemiro. Goles de centrales, poderío por alto… Elementos que significaron algo en la última Liga. También las ganas de los jóvenes, que han de ayudar a que los veteranos puedan serlo. Así fue siempre.