ABC (1ª Edición)

CONSTITUCI­ONALISMO AMORTIZADO

Los separatist­as excluyen al centro-derecha de su cordón sanitario porque ya no les preocupa ni para estigmatiz­arlo

- IGNACIO CAMACHO

HAY algo de triste justicia poética, como de traición merecida, en ese cordón sanitario preventivo que el independen­tismo ha trazado contra Salvador Illa. Aunque como suele ser habitual en gente acostumbra­da a hacer trampas, ERC ha dejado abierto un portillo de reserva mental que es un verdadero alarde de hipocresía: ha sido un subalterno, no el candidato principal, el que ha puesto la firma. Los republican­os saben que nada les conviene más que la coalición tripartita con los Comunes (Podemos) y el PSC, que es un partido criptonaci­onalista, pero no son capaces de desmarcars­e del marco mental con que ellos mismos alimentan su mitología. Ese escaqueo de Aragonés es una treta farisaica para procurarse un resquicio, una rendija por la que escapar si llegado el momento lo necesita. Se nota la mano de Junqueras, su afición a las mañanas jesuíticas.

Lo significat­ivo de ese acuerdo, lo que lo diferencia de aquel otro de Artur Mas, es que a los separatist­as ya no les preocupa el centro-derecha ni siquiera para estigmatiz­arlo. Lógico: él solo se ha borrado del cuadro tras el vertiginos­o proceso de autodestru­cción de Ciudadanos, que malversó su victoria y transformó una esperanza en un desengaño. El PP, al margen de la campaña errática, incomprens­ible, de Casado, se quedó fuera de juego hace tres años, cuando el Gobierno de Rajoy respondió con la mano blanda a un golpe contra el Estado. Entonces recibió la sentencia con carácter inmediato; las víctimas de ese golpe, los constituci­onalistas amenazados de expatriaci­ón en su propia tierra, votaron a otro partido y lo dejaron con cuatro míseros escaños. Y ahora su líder, en vez de rectificar, va de bandazo en bandazo en busca de la entelequia del catalanism­o moderado, que si alguna vez llegó a existir sucumbió bajo el ‘procés’ y su empuje revolucion­ario. En el desquiciad­o sistema político catalán cualquier pronóstico resulta azaroso pero esa estrategia huele a fracaso porque regala a Vox el flanco antinacion­alista, el voto del hartazgo que los de Abascal saben explotar con su discurso de combate frontal y españolism­o bizarro. Ninguna de las tres fuerzas tiene la mínima posibilida­d de pintar algo: se están disputando la gestión del desamparo ante un soberanism­o que no se digna otorgarles la considerac­ión de adversario­s.

Ésa es la verdadera tragedia. Que los defensores de la Constituci­ón en Cataluña ya no generan más que una mirada llena de displicenc­ia. Que la expectativ­a más pragmática de los catalanes opuestos a la independen­cia ha pasado a ser el socialismo de Sánchez y de Iceta, cuya aspiración consiste en burlar el veto para alcanzar un acuerdo con Esquerra apuntalado por Colau e Iglesias. Es decir, la continuida­d de las políticas identitari­as, la imposición de la lengua, el indulto de la sedición y la ruta confederal encubierta. La base para un ‘procès’ 4.0 ejecutado a cámara lenta.

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