ABC (1ª Edición)

«LA PUÑETERA VERDAD»

Una lástima que los mejores no quieran ir a la política o estén fuera

- LUIS VENTOSO

ESPAÑA destaca hoy por la mediocrida­d de su clase política. Salvo excepcione­s, como Arrimadas, que se licenció en Derecho y ADE y trabajó más de siete años en compañías privadas, el currículo de nuestros dirigentes es ramplón y alérgico a la empresa. El prototipo es un ‘apparatchi­k’ de magra experienci­a, que se gradúa con expediente gris, se afilia muy joven y enseguida convierte la política en su condumio. El ascenso en el escalafón partidario no es difícil, porque abundan los mediocres (hoy, por desgracia, los mejores escapan de la política). Primero te haces concejal, luego diputado autonómico o nacional, y con un poco de chiripa hasta acabas de consejero, o de ministro. Cuando fracases, el partido te colocará en la cámara-spa (el Senado), o en un parlamento autonómico, a darle al botón y cobrar. Ningún consejo de administra­ción privado ficharía a una persona del nivel de Irene Montero –por no entrar ya en su estridente chabacaner­ía–, pero es ministra de España.

Sánchez estudió Económicas, se afilió al PSOE y trabajó de manera efímera como asesor de dirigentes socialista­s en Europa. Luego, concejal, y en 2009, diputado (era suplente y corrió la lista). De ahí, a La Moncloa. Solo ha cotizado como profesor en una universida­d menor y como tertuliano. Casado y Abascal han hecho todas sus carreras en política, en la órbita del PP. Antes de llegar a primer ministro, Boris Johnson era un periodista de fuste, que ganaba mucho dinero con sus columnas y libros, y fue también un buen alcalde de Londres. Merkel, doctora en Física, trabajó desde 1978 a 1990 como investigad­ora de nivel. Macron, de gran formación, conoció el mundo de las finanzas desempeñán­dose en la banca Rothschild. Draghi posee un currículo público y privado impresiona­nte. Conte es un jurista de prestigio, educado en Yale, Duquesque y Cambridge. Aquí tenemos como vicepresid­ente a un sofista sin tarea conocida, que no ha trabajado un minuto en una empresa y que desde el propio Gobierno cuestiona con chulería perdonavid­as la democracia española, la Constituci­ón y la unidad nacional.

Felipe González y el presidente de Iberdrola dialogaron ayer en el foro de Vocento sobre los fondos europeos. Fue escuchar a dos adultos, comparados con la chiquiller­ía que soportamos: el sectarismo pueril de Adriana Lastra, las provocacio­nes tardoaloes­centes de Irene Montero y su pareja y promotor, que directamen­te no trabajan; las ínfulas huecas de Sánchez, la grisura de Pere Aragonès, las bravatas de arrabal de Rufián... Hemos expulsado sin necesidad a una generación de veteranos que todavía podían rendir buenos servicios –Biden tiene 78 años, y Xi, 67– y la gente de valía de la empresa se niega a consagrar una parte de su vida al servicio público. Nuestra política queda así como pasto para alpinistas de aparato, a lo Iceta; funcionari­os burócratas sin creativida­d, como los de los gabinetes de Rajoy; y vividores del escaño. Parafrasea­ndo la desabrida frase de ayer de Pablo Iglesias, esta es... «la puñetera verdad». Una pena.

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