El cordón sanitario contra el PSC relanza la campaña de Illa
► El independentismo muestra su cariz más sectario y sacude el cierre de la campaña
La Assemblea Nacional Catalana (ANC) sufrió hace pocos meses una escisión por parte de quienes consideraban que la entidad –por sí sola situada ya en el independentismo más radical, en comparación con Òmnium, por ejemplo– no era lo bastante contundente en sus planteamientos, acusándola de abonar la tesis del diálogo. La escisión, que luego mutaría en Catalans per la Independència, se convertiría en uno de los múltiples grupúsculos que pueblan el cada vez más estrafalario submundo ‘indepe’ en su versión unilateralista e irredenta, una realidad paralela muy activa en las redes sociales y que ha acabado arrastrando al grueso del campo secesionista. Es este grupo, casi desconocido, minúsculo, el que ha conseguido sacudir la recta final de la campaña electoral catalana, poniendo a todos los partidos secesionistas en sintonía al comprometerse por escrito a no pactar con el PSC ningún acuerdo de gobierno tras los comicios «sea cual sea la correlación de fuerzas» que surja de las urnas.
La política catalana en su versión más sectaria asomaba de golpe con una nueva tanda de vetos, exclusiones y cordones sanitarios. De paso, volvía a poner la campaña de Salvador Illa en el centro del debate precisamente cuando comenzaba a faltarle el oxígeno y la repetición de una nueva mayoría independentista se contaba ya como inevitable. La polémica por la negativa del candidato del PSC a someterse a un test de antígenos antes del debate en TV3 pasaba a segundo plano, y su promesa de que no piensa pactar con el independentismo se veía reforzada por la propia autoexclusión de los secesionistas. Como si le dejasen la pelota botando para rematar a portería, Illa apuntaba ayer en la Cope que el pacto firmado es algo así como «la foto de Colón del independentismo», una muestra de «perpetuación de la confrontación, el odio, la división y la decadencia en Cataluña».
El pacto escrito se daba a conocer el pasado miércoles, el mismo día que el último de los partidos que lo firmaba estampaba su firma en él, en este caso ERC. Previamente lo había hecho la CUP, Junts, Primàries y el PDECat, formación esta última que ha querido presentarse como una versión renovada de la vieja CiU pactista y a la que un pequeño grupo de exaltados ha metido de golpe en el saco del independentismo más excluyente.
Las consencuencias del pacto firmado no tienen más recorrido que las de otras escenificaciones llevadas a cabo, y da la medida también del grado de impostura de unos partidos que proclaman la exclusión de otra formación, pero con la que no tienen reparo en pactar si conviene: es el caso de ERC y su acuerdo de estabilidad con el PSOE en el Congreso, o la propia Junts, que gobierna la Diputación de Barcelona de la mano del PSC.
No es la primera vez que las formaciones nacionalistas lanzan este tipo de compromisos, aunque el objetivo tradicional de los vetos en Cataluña había sido hasta ahora el PP. En 2003 PSC, ERC e ICV (los verdes) suscribieron el denominado Pacto del Tinell en el que, además de alumbrar el primer tripartito, se comprometían a no pactar con los populares ni en la Generalitat ni en el Parlamento catalán, y apostaban por «impedir» la presencia del PP en el Gobierno del Estado. En ese momento, los populares denunciaron el acuerdo como un «cordón sanitario» para excluir de la vida política a una de las principales formaciones del país.
En 2006, el entonces candidato de CiU a la Generalitat, Artur Mas, en aquel momento en la oposición, se sumó a esta práctica al comprometerse –por escrito y ante notario– a no pactar con los populares en ningún caso. Su promesa, firmada delante de las cámaras en la sede del partido, pretendía recobrar la credibilidad de los convergentes ante los electores más nacionalistas tras años de sintonía con el PP –véase el Pacto de Majestic que permitió la investidura de José María Aznar con los votos de CiU–. No obstante, Mas no tuvo que poner a prueba su promesa porque PSC, ERC y los verdes reeditaron su tripartito y gobernaron juntos la Generalitat. Al cabo de pocos años (en 2011), con Mas ya en la presidencia, CiU olvidó lo firmado y echó mano del PP catalán para aprobar sus primeros Presupuestos. La entente duró poco y al año siguiente Mas empujaba a Cataluña por la pendiente abajo del ‘procés’.
Borrell cierra la campaña
«En un momento trascendental como el actual hay que seguir avanzando en el camino a la independencia y buscar la credibilidad de nuestros políticos ante el pueblo. Con esta finalidad, Catalanes por la Independencia pedimos firmar este compromiso de las distintas formaciones que se presentan a las elecciones al Parlament. ‘Sea cual sea la correlación de fuerzas surgida de las urnas, en ningún caso se pactará la formación de gobierno con el PSC’». Con esta fórmula impulsada por el soberanismo más radicalizado y firmada por todos los partidos independentistas se trata de cortar de raíz cualquier posibilidad de que el eje ideológico sustituya al nacional, conformando por ejemplo un tripartito de izquierdas en una fórmula que de todos modos sus hipotéticos integrantes rechazan. Desde el entorno de Podemos se censuró un intento de «ulsterización» de la política catalana, mientras que en el PSC se denunció que «quienes enterraban al PSC hace pocos años ahora forman una especie de frente nacional para intentar detenerlo», en palabras del diputado socialista Ferran Pedret.
Con el independentismo poniendo cruces, el PSC aprieta el acelerador en la recta final de la campaña, intensificando precisamente la labor de zapa en el flanco de votantes que se fugó a Ciudadanos. Así, la campaña de Illa anunció ayer que en su mitin de clausura, además del presidente Pedro Sánchez, estará el alto representante de la Unión Europea en Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, uno de los personajes más odiados por el independentismo.