ABC (1ª Edición)

Entre recetas de la vida

La alta cocina siempre estuvo presente en su vida

- MANUEL SÁNCHEZ DE DIEGO FDEZ. DE LA RIVA

HA fallecido Nena Fernández de la Riva. Antes de llegar los ‘chefs’, famosos por los programas de televisión, ella era una referencia en las recetas que aparecían en revistas de moda y del corazón. Durante dos años se formó en los cursos de cocina de José Sarrau, el cocinero de Recoletos, director de la Academia de Gastrónomo­s de Madrid, El Cordón Bleu. Después, su saber hacer se plasmó en miles de recetas de cocina. Hoy diríamos que llegó a ser una ‘influencer’. Seguro que en algún cajón o guardado en un libro de cocina se encuentra alguna de sus recetas publicadas en ‘Telva’, ‘Semana’….

De sus habilidade­s en la alta cocina da fe su amiga María Jesús Gil de Antuñano con la que colaboró en anuncios de televisión, recetas, clases y publicacio­nes. Su amiga recalca que Nena siempre estaba en la sombra, sin dar la cara, pues era una persona humilde, pero con un gran don en la cocina. No había plato que se le resistiese. Era magnífica con las sacrusquin­as, sándwiches o canapés de las meriendas y, en los platos más de fondo como la merluza rellena o los riñones al jerez. Excelente a la hora de la presentaci­ón y muy organizada en la cocina: cuando ella estaba, sobraban personas. Con la alta cocina en su vida, tuvo que ‘tirar del carro’ casi 30 años desde que falleció su marido, Ángel Valcárcel Izquierdo. Después vendría el éxito de sus hijos: Clemente, César y Marta, como vendrá el de sus nietos: Íñigo, Pablo, María y Marta. Unos buenos ingredient­es para el pastel de esta vida.

Aunque era la mayor de sus hermanos, fue la última en abandonarn­os, por eso fue una tía-madre para muchos de sus sobrinos. En el más Allá le esperan Cruz, José María y María Amparo y, sus padres, el Go y la Pocha. Gente buena; ni muy pobre, ni muy rica, pero sí temerosa de Dios, como ella. Siempre le recordarem­os en su jardín, junto al mar de Arousa, desde el que contempláb­amos el Combate Naval o veíamos las puestas de sol. Siempre amable y cariñosa, dispuesta a reír y a ofrecer cualquier cosa para llevarse a la boca. Sus meriendas eran un recital en la mesa, de ello son testigos sus muchas amigas ¡Y no digamos nada si había partida de cartas por medio!

Son muchos quienes le recuerdan. Incluso algunos aún oímos su voz, con un ‘claro que sí’ o ‘toma algo’. A todos atendía porque su casa era posada de amistad. Sabía callar, cuando había que callar y hablar cuando era necesario. Detrás de su fragilidad había una gran mujer, con carácter de guante de seda y puño de hierro y, una gran humildad, de la que no hacía gala.

Querida tía Nena, descansa en paz, ¡te recordarem­os y rezaremos por ti!

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