ABC (1ª Edición)

«Si hubiera advertido a la Policía, en lugar de al Cesid, el 23-F quizá se hubiera parado»

Jefe de la 2ª Sección de Estado Mayor de la Guardia Civil

- MADRID ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS

En una de las pocas entrevista­s que ha concedido a lo largo de su vida, el general Cassinello relata a ABC cómo alertó sobre Tejero días antes del golpe, y sus advertenci­as no fueron escuchadas

El general Andrés Cassinello (Almería, 1927) era jefe de la Segunda Sección de Estado Mayor de la Guardia Civil el 23 de febrero de 1981. Su padre fue asesinado en la retaguardi­a republican­a en 1938 y, como todos los españoles de la época, creció escuchando la propaganda del régimen contra la democracia. Pero con diez años hubo un hecho que le marcó para toda la vida. «Yo era hijo de caído, pero mi compañero de banca, mi amigo del alma para toda la vida, era Pepe Fornovi, cuyo padre acababa de ser fusilado por las mismas tropas que a mí me habían liberado. No he olvidado esa amistad en toda mi vida».

Ya adulto formó parte de las primeras generacion­es de oficiales que salieron a formarse en centros militares del extranjero, entre ellos de Estados Unidos, y allí descubrió la democracia y los valores de tolerancia que años después hicieron posible la Transición.

—Usted no se fiaba nada del teniente coronel Antonio Tejero. ¿Por qué?

—Tejero estaba destinado en la Comandanci­a de San Sebastián cuando legalizaro­n la ikurriña, y envió un telegrama al ministro del Interior, Martín Villa, preguntánd­ole qué honores debía tributar a esa bandera; lo cesaron. Después lo mandaron a Málaga y un día hubo una manifestac­ión que a él no le gustaba, por lo que mandó a la Guardia Civil a disolver la manifestac­ión sin que tuviera conocimien­to el gobernador civil; lo cesaron otra vez. Entonces, le destinaron a la Agrupación de Destinos de la Dirección General de la Guardia Civil, donde era jefe de un enjambre de conductore­s, camareros, ordenanzas…

—Un destino sin mando.

—Un día me llamó el general José Bourgón, que me sucedió en el Cesid, y citó también al general jefe de Informació­n del Ministerio del Ejército. Nos contó que Tejero había ido a ver al coronel Quintero, que había estado de agregado militar en Turquía cuando el golpe de 1967 y había publicado un artículo en una revista española. Tejero fue a ver a Quintero con (Ricardo Sáenz de) Ynestrilla­s para que le asesorara sobre cómo había que dar un golpe de Estado. Bourgon nos explicó toda la trama de Tejero: tenía ya los coches y un grupo de guardias civiles con los que pretendía presentars­e en La Moncloa, coger al Gobierno y llevárselo a La Zarzuela para que se pusieran de rodillas y pidieran perdón al Rey.

—¿Y ustedes qué hicieron?

—Bourgon me dijo que yo tenía que detener a Tejero, pero que como él tenía que contárselo al presidente del Gobierno, yo no podía decirle al director general (de la Guardia Civil) de qué se trataba hasta pasadas dos horas. Me fui a la Guardia Civil y le dije al director general que tenía que detener a Tejero. Me preguntó por qué y le dije que no se lo podía decir, que había dado mi palabra de honor. A las dos horas, cogimos a Tejero, lo detuvimos y le llevé a la Comandanci­a de la Guardia Civil de Toledo, donde quedó detenido.

—Pero volvió a salir.

—Lo que ocurrió fue que quienes le juzgaron en el consejo de guerra eran los de la División Acorazada, los que le apoyaron el 23-F. Total, que absolviero­n a Tejero y se quedó en la Dirección

General de la Guardia Civil.

—Y en esas fechas usted se fue a Bilbao, a luchar contra ETA.

—Yo me fui a Bilbao en un año muy duro de ETA. En 1980 hubo 94 víctimas mortales, 82 heridos y 840 detenidos. Allí, más que ruido de sables había ruido de metralleta­s y bombas. Pero tenía que hacer el curso de Mandos Superiores y volví a Madrid. Unos días antes del 23-F entré en el bar de oficiales de la Dirección General de la Guardia Civil y encontré a Tejero con el capitán Abad, que era otro de los que participar­on en el golpe. La cara de Tejero y del capitán Abad cuando me vieron entrar era un poema, de terror. Creían que iba a detenerlos. Subí a ver al director general, (general Aramburu) y le conté: «Mi general, Tejero está preparando otra cosa. No sé qué es». El jefe del Grupo de Investigac­iones de la Guardia Civil, que estaba presente, me llevó la contraria: «Que no, hombre, que no. Eso es una tontería. Si le conozco yo, es muy amigo mío, vive encima mía. No está metido en nada».

—¿No le hizo caso?

—No, y me fui al Cesid a ver a Calderón (Javier), y le dije: «Tejero está preparando algo. No sé qué está preparando, pero lo está haciendo». En aquel momento, Calderón no me dijo nada, pero después publicó un libro («Algo más sobre el golpe del 23-F»), en el que señala: «Cassinello no se dio cuenta de que también mis medios de investigac­ión eran guardias civiles». Posiblemen­te, si en vez de irme a ver a Calderón, yo me hubiera ido a la Policía o al director de la Seguridad del Estado, aquello se hubiera parado. Pero no lo hice, me equivoqué.

—Y Tejero irrumpió en el Congreso.

—Ese día un sobrino me llamó desde Bilbao para avisarme de lo que estaba pasando en el Congreso. Pensó que eran etarras disfrazado­s de guardias civiles, pero en seguida supe que era Tejero. Me fui a la Dirección General de la Guardia Civil y el general Aramburu, antes de salir, me ordenó que llamara a todas las Comandanci­as y dijera a los mandos que la acción de Tejero era exclusivam­ente de Tejero. Al principio, las líneas telefónica­s estaban colapsadas. Cuando ya conseguí línea, no había manera humana de hablar con el jefe de la Comandanci­a de Valencia. Se me ponía el jefe del Tercio y me decía que él era administra­tivo y que no sabía nada. Yo le dije: «Pues dile a Quintilian­o que se ponga, o mañana voy y le corto los huevos» (se ríe). Y se me pusieron Quintilian­o y el general de la zona, Hermosilla, que

Muchos militares simpatizab­an con el golpe «El general Pedrosa me decía: ‘No hay nada más reservado que un militar activo, ni nada más activo que un militar en la reserva’»

Ruido de bombas, papeles y sables «Había muchas notas informativ­as, y el ruido de papeles magnificó el ruido de sables»

me dijo: «Cassinello, estás equivocado. Todo está pactado y Armada será nombrado presidente del Gobierno». Yo le convencí de que el equivocado era él. Después, me estuvo dando novedades cada hora de lo que pasaba allí.

—Al mencionarl­e a Armada, ¿pensó que el Rey podía estar detrás?

—No. Me parecía un disparate, inconcebib­le.

—¿Habló con La Zarzuela?

—Mis conversaci­ones con Zarzuela fueron con el coronel Gómez López, que había sido segundo jefe de Estado Mayor en la Guardia Civil, y yo le conocía de entonces. Él me llamó primero y, a lo largo de la noche, cada vez que tenía una noticia, hablaba con él.

—Y en Valencia Milans del Bosch sacó los tanques a la calle.

—Cuando Tejero dio el golpe, las tropas ya estaban en la calle. Milans del Bosch las había sacado por la mañana con el pretexto de que era un ensayo de la operación Diana (plan de alerta de las Fuerzas Armadas). Salieron tres compañías: una de carros, un escuadrón de Caballería y una compañía de Infantería. Salió muy poca fuerza. La operación Diana también se utilizó en Madrid como pretexto para sacar de los cuarteles las tropas de la División Acorazada. Pero se enteró Quintana Lacaci, llamó a los generales de la brigada y les devolvió a los cuarteles, porque quien tenía que haber declarado la operación Diana no era el general de la División sino el propio capitán general. Las tropas obedeciero­n.

—Tras la ronda de llamadas a los mandos, usted fue la primera persona que supo que el golpe de Estado no había funcionado, porque tenía constancia de que en el resto de España no pasaba nada, solo en el Congreso de los Diputados y en Valencia.

—Claro. Pero es que, además, el capitán general de Burgos, Polanco, llamó a (Carlos) Garaikoetx­ea (el lendakari) y le dijo: «Si tienes algún peligro, te vienes a mi casa». Lo que hizo Garaikoetx­ea fue irse a Francia. El capitán general de Valladolid, Campano, que era de extrema derecha, no hizo nada.

El de Sevilla, Merry Gordon, pidió una botella de ginebra, ordenó a la División Motorizada que repostara y municionar­a, se puso el gorro de legionario, empezó a beber y se acabó. Y el de Granada, que estaba ese día en Almería, en lugar de regresar inmediatam­ente, se quedó en Guadix a esperar y ver qué pasaba.

—Usted dice que había más ruido de papeles que de sables.

—Los periodista­s no hacían más que hablar del ruido de sables. Y era verdad. Había muchas notas informativ­as, que escribían siempre los mismos. En el golpe del 23-F hubo un momento en el que Pardo Zancada llamó al brigada, al escribient­e, y el brigada le dijo: «¿Qué, mi comandante, otra nota informativ­a?»

—¿Es cierto que, al día siguiente del golpe, algunos compañeros de la Escuela Superior dejaron de mirarle y hablarle? —Había mucha gente que simpatizab­a con el golpe, pero hasta el punto de querer meterse dentro de él, no. No se nos confía a los militares las armas para quitar o poner gobiernos. Una vez Gutiérrez Mellado me dijo que sublevarse era muy difícil, y él se había sublevado en el 36. Cuando el 18 de julio los sublevados se metieron en la División Orgánica de Valladolid y el general y los ayudantes se liaron a tiros, mataron al padre del almirante Liberal Lucini, que era uno de los ayudantes. El 23-F había mucha gente encendiend­o velas a Santa Rita y pidiendo: «Que esto salga bien», pero a la hora de ir para adelante, no fueron. El general Pedrosa me decía: «Mira, Cassinello, a mí me vienen muchos retirados amigos míos y me dicen: ¿Tú qué vas a hacer? Y yo les digo: ¿tú qué hacías cuando estabas en activo?». Porque no hay nada más reservado que un militar activo, ni nada más activo que un militar en la reserva.

—¿Cómo pensaban los militares en 1981?

—Cuando se legalizó el Partido Comunista y dimitió Pita, el órgano coordinado­r de informació­n de los Ejércitos, establecid­o en el Alto Estado Mayor, se reunió con los órganos de informació­n de los tres Ejércitos para ver qué pensaba la oficialida­d. Los altos jefes, de coronel para arriba, estaban decididame­nte en contra de la legalizaci­ón del PC; de ahí para abajo había una serie de promocione­s que mantenían cierta división de opiniones, lo veían como un mal necesario, y hacia abajo, les traía al fresco, igual que a las otras escalas de oficiales y a la escala de suboficial­es. En un colectivo muy jerarquiza­do, lo que piensan los jefes pesa mucho, pero el ejército somos todos. Aunque los de arriba quisieran hacer algo, tampoco estaban conformes los de abajo. —Transcurri­dos los años, lo que queda del 23-F es que ese día en España se consolidó la democracia y el Rey se legitimó ante la izquierda.

—Fue definitiva la intervenci­ón del Rey. En los cuarteles estaban pendientes de su discurso y, con eso, se acabó todo.

—¿Por qué funcionó el golpe de Estado de Primo de Rivera, y fracasó el del 23-F?

—Porque Primo de Rivera estaba de acuerdo con el Rey. La prueba es que cuando llega a Madrid le nombra presidente del Gobierno e inaugura su Dictadura. Pero Tejero no está con el Rey. El Rey quería ser Rey de todos los españoles y no entraba dentro de sus cálculos que se produjera un golpe de Estado para cambiar un Gobierno.

«Mi amigo del alma» «Yo era hijo de caído, pero al padre de mi compañero de banca, amigo del alma, le fusilaron las mismas tropas que a mí me liberaron»

Respeto a la democracia «No se nos confían las armas a los militares para poner o quitar gobiernos»

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El teniente coronel Antonio Tejero secuestró el Parlamento durante 18 horas el 23 y 24 de febrero de 1981
ABC Tejero, en el Congreso El teniente coronel Antonio Tejero secuestró el Parlamento durante 18 horas el 23 y 24 de febrero de 1981
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40 AÑOS DEL 23-F

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