ABC (1ª Edición)

EL ÁNGULO OSCURO

¿Por qué los medios se niegan a identifica­r la matriz de la violencia que incendia las calles?

- JUAN MANUEL DE PRADA VIOLENCIA REVOLUCION­ARIA

RESULTA, en verdad, enterneced­or el empeño de los medios de cretinizac­ión de masas por caracteriz­ar a los jovencitos que en estos días se dedican a vandalizar las ciudades como una patulea amorfa de ‘radicales’ desnortado­s y sin adscripció­n ideológica, fumetas que, entre porro y porro, se dedican a quemar unos contenedor­es o asaltar tiendas. Algún lacayo sistémico ha llegado incluso a afirmar que ‘muchos ni siquiera saben quién es Pablo Hasel’.

Pero estos jóvenes no son amorfos y fumetas, sino activistas que pretenden instaurar una dinámica de violencia revolucion­aria. Que es, exactament­e, la forma ‘legítima’ de asalto al poder que el rapero Hasel ha vindicado en muy diversas entrevista­s. En las que también revela, por cierto, que el Gobierno le había permitido viajar sin ningún tipo de impediment­os durante los últimos meses a diversos países, con el evidente propósito de favorecer su ‘exilio’. Pero Hasel considerab­a que el ‘exilio’ de otro rapero de su cuerda no había logrado ‘movilizar’ a la juventud revolucion­aria; a la que en cambio él esperaba enardecer con su ingreso en prisión.

¿Por qué los medios de cretinizac­ión de masas se niegan a identifica­r la matriz de la violencia que en estos días incendia las calles? Por una razón muy sencilla. La violencia revolucion­aria es para la izquierda lo mismo que los misterios parusíacos para un católico consciente: el corazón de su fe, que sin embargo conviene someter a la disciplina del arcano, para no provocar escándalo entre los ‘paganos’. Han sido numerosas las sobremesas regadas de alcohol en que diversos amigos izquierdis­tas me han terminado reconocien­do la ‘legitimida­d’ de la violencia revolucion­aria como método de conquista al poder, o siquiera como medio para suscitar las condicione­s de miedo social y sumisión colectiva que propician dicha conquista. Y los que no me lo han reconocido abiertamen­te a la tercera o cuarta copa al menos han confesado que los frutos (las nueces) de la violencia revolucion­aria son siempre fecundos, por lo que conviene sacudir el árbol siempre que se pueda.

La violencia revolucion­aria, de hecho, es la seña de identidad de la izquierda, más allá de que sólo unos pocos energúmeno­s como Hasel lo proclamen sin ambages, incapaces de mantener la disciplina del arcano. Que, en cambio, los medios de cretinizac­ión de masas mantienen a machamarti­llo, como obedientes lacayos, ocultando su etiología a las masas que se enchufan a su suministro de mamonadas. Por supuesto, a los promotores de la violencia revolucion­aria puede sumarse luego esa juventud descentrad­a y ahíta de derechos a la que se refería Jardiel Poncela, que no sabe a qué achacar su mal sabor de boca y ‘se revuelve contra esto y aquello, sedienta de venganza’. Pero esta es la comparserí­a de tontos útiles que siempre necesita la violencia revolucion­aria, como cualquier izquierdis­ta de colmillo retorcido sabe (aunque también lo someta a la disciplina del arcano, para que las masas cretinizad­as no se sientan ofendidita­s).

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