EL ÁNGULO OSCURO
¿Por qué los medios se niegan a identificar la matriz de la violencia que incendia las calles?
RESULTA, en verdad, enternecedor el empeño de los medios de cretinización de masas por caracterizar a los jovencitos que en estos días se dedican a vandalizar las ciudades como una patulea amorfa de ‘radicales’ desnortados y sin adscripción ideológica, fumetas que, entre porro y porro, se dedican a quemar unos contenedores o asaltar tiendas. Algún lacayo sistémico ha llegado incluso a afirmar que ‘muchos ni siquiera saben quién es Pablo Hasel’.
Pero estos jóvenes no son amorfos y fumetas, sino activistas que pretenden instaurar una dinámica de violencia revolucionaria. Que es, exactamente, la forma ‘legítima’ de asalto al poder que el rapero Hasel ha vindicado en muy diversas entrevistas. En las que también revela, por cierto, que el Gobierno le había permitido viajar sin ningún tipo de impedimentos durante los últimos meses a diversos países, con el evidente propósito de favorecer su ‘exilio’. Pero Hasel consideraba que el ‘exilio’ de otro rapero de su cuerda no había logrado ‘movilizar’ a la juventud revolucionaria; a la que en cambio él esperaba enardecer con su ingreso en prisión.
¿Por qué los medios de cretinización de masas se niegan a identificar la matriz de la violencia que en estos días incendia las calles? Por una razón muy sencilla. La violencia revolucionaria es para la izquierda lo mismo que los misterios parusíacos para un católico consciente: el corazón de su fe, que sin embargo conviene someter a la disciplina del arcano, para no provocar escándalo entre los ‘paganos’. Han sido numerosas las sobremesas regadas de alcohol en que diversos amigos izquierdistas me han terminado reconociendo la ‘legitimidad’ de la violencia revolucionaria como método de conquista al poder, o siquiera como medio para suscitar las condiciones de miedo social y sumisión colectiva que propician dicha conquista. Y los que no me lo han reconocido abiertamente a la tercera o cuarta copa al menos han confesado que los frutos (las nueces) de la violencia revolucionaria son siempre fecundos, por lo que conviene sacudir el árbol siempre que se pueda.
La violencia revolucionaria, de hecho, es la seña de identidad de la izquierda, más allá de que sólo unos pocos energúmenos como Hasel lo proclamen sin ambages, incapaces de mantener la disciplina del arcano. Que, en cambio, los medios de cretinización de masas mantienen a machamartillo, como obedientes lacayos, ocultando su etiología a las masas que se enchufan a su suministro de mamonadas. Por supuesto, a los promotores de la violencia revolucionaria puede sumarse luego esa juventud descentrada y ahíta de derechos a la que se refería Jardiel Poncela, que no sabe a qué achacar su mal sabor de boca y ‘se revuelve contra esto y aquello, sedienta de venganza’. Pero esta es la comparsería de tontos útiles que siempre necesita la violencia revolucionaria, como cualquier izquierdista de colmillo retorcido sabe (aunque también lo someta a la disciplina del arcano, para que las masas cretinizadas no se sientan ofendiditas).