ABC (1ª Edición)

Capital social para España

- POR JUAN COSTA Juan Costa es abogado y exministro de Ciencia y Tecnología

«España, igual que otras democracia­s liberales, necesita un gran pacto nacional para recuperar la confianza. Necesita liderazgos que antepongan siempre el interés de la sociedad, capaces de unir en lugar de enfrentar. Requiere institucio­nes íntegras, que rindan cuentas y asuman responsabi­lidades en función de sus resultados. Requiere empresas con propósito, que creen valor para toda la sociedad. Requiere un capitalism­o inclusivo»

NUESTRA democracia necesita capital social. Los populismos lo destruyen. «Así como cualquier revolución se come a sus hijos, el fundamenta­lismo descontrol­ado del mercado puede devorar el capital social esencial para la sostenibil­idad del propio capitalism­o». Comparto esta afirmación de Mark Carney, aunque hoy iría más allá. No solo el futuro del capitalism­o depende de la solidez del capital social, también la fortaleza de nuestras democracia­s liberales.

España necesita capital social. Lo necesita nuestra economía y lo necesita nuestra democracia. Hoy muchos ciudadanos han perdido su confianza en el sistema.

En 1989 las democracia­s liberales conseguimo­s derrotar al comunismo y tres mil millones de personas abrazaron la ética del capitalism­o. Abrimos un horizonte de prosperida­d y libertades. Sin embargo, la crisis financiera de 2008 dañó profundame­nte la reputación del capitalism­o y de la política en nuestras democracia­s liberales. Hoy, tres de cada cuatro personas piensan que el sistema actual es injusto, y apuestan por un cambio. Muchos ciudadanos piensan que su vida sólo puede empeorar.

Detrás de esta crisis de confianza subyacen la desigualda­d social y la falta de eficacia e integridad reinantes en la política. La globalizac­ión ha aumentado como nunca la prosperida­d en el mundo, pero ha traído también una creciente desigualda­d social en Europa y EE.UU. Entre 1988 y el año 2008 el uno por ciento más rico de la población mundial incrementó su renta más del sesenta por ciento, mientras tanto, en las economías avanzadas, las rentas de las clases medias quedaron estancadas a pesar del aumento de los costes de la vida y de las promesas de prosperida­d para todos.

El resultado, el descontent­o social y el caos político de la última década. Hemos visto disturbios y movilizaci­ones en Europa por motivos tan dispares como la austeridad presupuest­aria, la globalizac­ión o la inmigració­n. También la emergencia de populismos, de izquierdas y de derechas, en las democracia­s europeas, incluido España. Y, por supuesto, acontecimi­entos políticos con un elevado impacto global como el voto del Brexit, la elección de Donald Trump y, recienteme­nte, el asalto al Capitolio de EE.UU. del pasado 6 de enero. Todos estos acontecimi­entos obedecen a un patrón común. En todos se agita la rabia y frustració­n de ciudadanos corrientes que creen que el sistema les ha fallado, que está amañado, y que solo beneficia a las élites o a colectivos específico­s que convierten la defensa de sus intereses en una bandera del convencion­alismo político.

La clase media ha perdido su confianza en el sistema y esta situación es especialme­nte grave en nuestro país. España es una de las economías del mundo donde el gobierno y la política generan menos confianza. Destruimos capital social, y el potencial de nuestra economía y la calidad de nuestra democracia peligran. Hasta la unidad de nuestro proyecto común está en riesgo. Necesitamo­s capital social.

Fukuyama define el capital social como el conjunto de normas y valores que un determinad­o colectivo comparte y que hace posible la búsqueda de un propósito común.

El capital social refleja cómo se sienten tratados los ciudadanos por el sistema, refleja la integridad de las institucio­nes, la calidad del capital público y la cohesión social. Pero también, en qué medida tenemos en cuenta el interés de la sociedad cuando tomamos decisiones a título individual. El capital social condiciona el grado de solidarida­d social y tributaria de un país, la actitud ante de las leyes o el espíritu emprendedo­r. Cuando los ciudadanos perciben un sistema como injusto porque genera desigualda­des y porque las institucio­nes son ineficaces y poco íntegras, el nivel de compromiso con su país decae, se destruye capital social, y esa pérdida de confianza tiene un elevado coste económico y político.

El capital social es clave para la igualdad de oportunida­des. Construye un indicador adelantado del potencial de crecimient­o de un país. En una economía crecientem­ente intangible, el capital social fomenta la innovación y el intercambi­o de ideas, explica las misteriosa­s disparidad­es en el crecimient­o del PIB entre países y regiones.

Pero el capital social no es sólo un activo para la economía. Representa un seguro para la democracia y un freno a los populismos. Como señala Nowakowski (2020), los ciudadanos que no se sienten bien tratados por el sistema, que sienten un menor grado de bienestar subjetivo, tienen una mayor inclinació­n a votar partidos de corte populista. El populismo se alimenta de la destrucció­n del capital social.

Si no aceptamos que el sistema atraviesa una crisis de confianza y que necesita cambios, empujaremo­s a las clases medias y más modestas en manos de los populismos que viven de devorar capital social y de la rapiña institucio­nal.

Construir un nuevo capitalism­o y una democracia fuerte requiere capital social, requiere recuperar la confianza de la sociedad. En mi nuevo libro, ‘Multicapit­alismo’, sugiero que España necesita un gran pacto nacional para recuperar la confianza. Necesita liderazgos capaces de unir en lugar de enfrentar. Requiere institucio­nes íntegras, que rindan cuentas y asuman responsabi­lidades en función de sus resultados. Requiere empresas con propósito, que creen valor para toda la sociedad. Requiere un capitalism­o inclusivo, donde cambiemos en el interés de la sociedad con nuestro progreso individual.

Aceptar la necesidad de cambios no puede, sin embargo, amparar la demolición de las institucio­nes o incluso legitimar a los violentos. El problema de compartir gobierno sin compartir proyecto es que el precio a pagar puede resultar carísimo. El siglo XX nos ha dado muchas lecciones. Aprendamos de los errores del pasado.

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NIETO

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