Marte de ruido y música
Perseverance, esta máquina de nombre metafísico, nos trae ahora la música de Marte
«EL silencio eterno de los espacios infinitos me aterra», escribía Pascal, matemático y teólogo pasmoso, mediado el siglo XVII. Pero hoy ese silencio es música: la hemos escuchado. Y, en esta música, el estupor nos golpea con aún más desasosiego. Hay veces, no es lo común, en que suceden cosas extraordinarias. Como un ascua olvidada, que agrieta la ceniza de los días. Hay veces en las que eso que irrumpe es tan demasiado extraordinario que ni sabemos verlo. Y en tal ceguera pesa el imperio inerte de nuestras monotonías.
Esta vez, ha sido un ruido. Tan sólo. Imprevisto. Latidos hondos en la frontera del silencio, como un timbal destensado, raspaduras difusas, quizá granos de arena que arañan sobre arena. Apenas nada, si no subimos a su máximo volumen nuestros altavoces. Pero esos arañazos furtivos suceden a 399 millones de kilómetros de la cerrada biblioteca en donde los escucho. Y esa lija rugosa, esos latidos hondos y tan destensados como el aliento de un moribundo son, en nuestro oído humano, el sonido de Marte. O su música. Que, desde lo en rigor inimaginable, llega intacta a la pantalla de mi ordenador. 34 segundos de prodigio: https://www.youtube.com/watch?v=ZSofmFSR484
Y, en ese choque instantáneo, que estrella la nadería repetida de nuestras vidas contra el duro cristal de un infinito para el cual no tenemos nombre, la demasiada luz nos deja ciegos. Un absoluto demasiado intenso perfora nuestra penumbra; tanto que ni siquiera logramos de verdad ver, ni imaginar. Aunque sepamos. En la fractura donde irrumpe la matemática de lo impensable, nuestros frenéticos afanes, nuestro trajín cotidiano, nuestra mezquina cuota de ambición y frustraciones, queda en nada, menos que nada: cosa de risa. Pero seguimos hablando de nuestro mundo pigmeo. «La infinitud de esos espacios me aterra», monologaba Pascal. Cuatro siglos después, ¿quién de nosotros no confesaría lo mismo? «¿Qué somos en la naturaleza? Una nada respecto del infinito, un todo respecto de la nada, un punto medio entre nada y todo, infinitamente alejado de comprender los extremos; el fin de las cosas y sus principios nos quedan infinitamente ocultos en su secreto impenetrable».
No es la primera vez. La sonda Voyager grabó, hace ya tres décadas, el ruido de eso a lo que llamamos ‘viento solar’ sobre Júpiter (https://www.youtube.com/watch?v=FvJH6eBF04U&feature=youtu.be ). Y a partir de esos sonidos dispuso, en 1988, el compositor Francisco Guerrero una algebraica partitura para doce saxofones, RHEA, inquietante como todas las suyas (https://www.youtube.com/watch?v=iP6MdQTLQRw&feature=youtu.be ). Perseverance, esta máquina de nombre metafísico ( «ser es perseverar», enseñaba Spinoza), nos trae ahora la música de Marte. Y la certeza de que, en su frontera extrema, magia, número, poesía y belleza son lo mismo.