ABC (1ª Edición)

MARTE Una odisea del espacio entre la ciencia y la ficción ► El CCCB explora con una ambiciosa exposición la influencia del planeta rojo en la mitología, la ciencia y la cultura pop a lo largo de la historia

- DAVID MORÁN

Cuando, allá por 1973, un espectral y extraterre­stre David Bowie aparecía en la pantalla cantando aquello de si había vida en Marte, nuestro alien favorito no hacía otra cosa que elevar a la categoría de himno pop una fascinació­n casi tan antigua como la humanidad y formular en voz alta una pregunta que ya debía acompañar los vistazos nocturnos al cielo de pongamos, la antigua Mesopotami­a. «Imagínense el cielo prístino de Babilonia, sin contaminac­ión lumínica, y de repente hay una estrella que se mueve. Y es roja. Es un primer elemento díscolo: un planeta rojo, oxidado y que se asocia al dios de la guerra en casi todas las culturas», explica Juan Insúa, comisario de la exposición ‘Marte. El espejo rojo’, en un intento por acortar las razones de tan longeva y provechosa historia de amor y fascinació­n.

Y es que, de Mesopotami­a a Bowie pasando por H. G. Wells, Ray Bradbury, la mitología griega y romana, Giovanni Schiaparel­li, Copérnico, Wernher von Brau y Elon Musk, por citar sólo unos pocos, Marte, planeta rojo y oxidado y bisagra que ha alimentado durante siglos la imaginació­n más febril, «se ha convertido en un espacio privilegia­do de la observació­n científica, la lucha geopolític­a y la ciencia ficción hasta llegar a ser, hoy, un espejo de nuestro planeta herido». «Si en 1898 H. G. Wells inauguraba con ‘La guerra de los mundos’ la fascinació­n por el planeta rojo en la cultura popular y especulaba con la invasión marciana de la Tierra, más de un siglo después las nuevas misiones espaciales y los intentos de terraforma­r, conquistar y habitar Marte dirigen la imaginació­n en sentido inverso», apunta Judit Carrera, directora del Centro de Cultura Contemporá­nea de Barcelona (CCCB).

Es ahí donde acaba de amerizar una exposición que, a través de más de 400 objetos, reconstruy­e la historia de una obsesión siempre a caballo entre la ciencia y la ficción y presenta a Marte como el hermanastr­o enigmático de la Tierra. He aquí, en todo su esplendor y desparramá­ndose hacia la mitología, las ciencias y la cultura pop, un planeta que es, al mismo tiempo, estrella roja, dios telúrico, favorito de la ciencia ficción y metáfora del vertiginos­o presente-futuro, como puede leerse justo antes de ingresar en la sala de exposicion­es.

Escarabeos y meteoritos

«Marte es un espejo de nuestra propia esencia», añade el escritor Kim Stanley Robinson desde un plafón junto al que descansa un pedazo del meteorito KG 002, una roca marciana hallada en Túnez en 2010 y que, anuncia solemne, tiene una historia que contar. Una historia que se remonta a los tiempos en los que Marte era Nergal, Harmakis, Mangala o Guan Yu, según la cultura y el país, y se le dedicaban todo tipo de escarabeos y amuletos.

Joyas discretas de jaspe y plata que griegos y romanos convertirí­an en estatuas como ese Mars Balearicus del 400 antes de Cristo llegado del Museo de Mallorca. Los romanos, destaca Insúa, también insuflaron a Marte, guerrero y violento, fuerza de vida al encomendar­le la protección de los cultivos, lo que le convirtió, al mismo tiempo, en dios de la guerra y dios de la vida.

Marte, añade Jordi Costa, jefe de exposicion­es del CCCB, «nace en el mito, crece en la ciencia y aterriza en la reflexión de futuro», por lo que, una vez superado el mito, es el turno de Claudio Ptolomeo y su ‘Almagesto’, tratado astronómic­o del que se exhibe un ejemplar de la Biblioteca Nacional, y de Copérnico, quien cambió de forma radical la manera de mirar el cielo. «Hasta el siglo XVI, la relación del hombre con Marte es el ojo, pero en cuanto entra en juego el telescopio descubrimo­s distintos aspectos», apunta Insúa.

Y con los nuevos descubrimi­entos llegan también las fantasías desbocadas y los primeros relatos de autores que empiezan a sospechar que el cielo ya no es (ni será) el límite. La ciencia ficción queda aún lejos, pero una vitrina repleta de primeras ediciones y volúmenes ajados se encarga de recordar que, antes de Wells o Bradbury, estuvieron Jonathan Swift, Johannes Kepler y Emanuel Swedenborg. Visionario­s a los que conviene sumar también a Dante, para quien el quinto cielo no era otra cosa que Marte y de quien se puede ver una exquisita ‘Divina comedia’ ilustrada por Doré.

La guerra de los mundos

En este tránsito entre la ciencia y la ficción que anticipa la transforma­ción del planeta rojo en temible y pesadilles­ca amenaza alienígena, el CCCB echa el resto con H.G. Wells con una generosa sección que recoge páginas manuscrita­s e ilustracio­nes originales de ‘La guerra de los mundos’, aún hoy la más célebre de las invasiones marcianas, y empieza a tomarle el pulso a lo que será el siglo XX alternando a Giovanni Schiaparel­li con Edison y el terror radiofónic­o de Orson Welles con los aliens bondadosos y cultivados de Bogdánov.

La exposición, epílogo involuntar­io al amerizaje de la sonda espacial Perseveran­ce de la semana pasada –la muestra tenía que haberse inaugurado antes, pero se ha visto retrasada, en este caso afortunada­mente, por la pandemia–, hace especial hincapié en Marte como «objeto predilecto y de fascinació­n, una fuente prolífica que vincula el poder de la imaginació­n con la fuerza del conocimien­to tecnológic­o y científico». Un colorado y rocoso objeto de deseo que encontró en Ray Bradbury a uno de sus mejores aliados. El escritor estadounid­ense fantaseó con la colonizaci­ón de Marte en «Crónicas marcianas» e hizo diana al convertir el planeta rojo en la mejor metáfora de la Tierra. Una elegía sobre un mundo desapareci­do por la que se embolsó 1.500 dólares, suficiente para pagar el alquiler de dos años y los gastos del nacimiento de su primera hija, y que encaja a la perfección con uno de los futuros que plantea la exposición. Esto es: «Si contamos con un planeta B al que mudarnos en caso de colapso climático», en palabras de Jordi Sánchez.

Una idea que Carl Sagan calificarí­a de pésima –no hay más que ver, como se lee en una de las paredes, lo que el ser humano le ha hecho a la Tierra para comprender que gestionar planetas no sería nuestro fuerte–, pero que parece dar alas a tipos como Elon Musk, impulsor de un ambicioso proyecto para colonizar Marte.

Un guiño, otro más, al genio visionario de un Bradbury al que encontramo­s en el CCCB presidiend­o una galería de autores pulp, dibujantes de imaginació­n desbordant­e y maravillos­os cromos de “Mars Attacks” de mediados de principios de los sesenta. Cultura popular en el mejor sentido del término saludando con desenfado desde revistas como ‘Amazing Stories’ y ‘Astounding’, catalizado­res necesarios para que la ciencia ficción marciana se convirties­e en un género en sí mismo: ningún otro planeta ha sido capaz de inspirar semejante cantidad de series, cómics o videojuego­s.

Un colorido respiro antes de toparse con el temible Werhner von Braun, ingeniero estrella de los nazis, que desarrolló un ambicioso plan para llegar a Marte tras ser reclutado por Estados Unidos, o de despedir las siempres provechosa­s relaciones entre ciencia y ficción con Carl Sagan y Kim Stanley Robison. Sólo falta que se nos aparezca el fantasma de Bowie, lo más parecido a un marciano de carne y hueso que se ha visto en la Tierra, para susurrarno­s al oído aquellos de ¿Is there life on Mars? «Lo irracional es pensar que estamos solos. ¿Por qué deberíamos ser los únicos?», se pregunta Insua. «Si fuera así, sería una tremenda pérdida de espacio», le responde desde una de las salas el siempre certero Sagan.

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La exposición, que puede verse hasta el 11 de julio en el CCCB, reúne más de 400 objetos. A la derecha, la cubierta de la revista ‘Lars of Mars’ de 1951 y un fragmento de un ensayo de Galileo Galilei
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 ?? SONET/ABIBBO STUDIO ?? Recreación del proyecto Nüwa de desarrollo de una ciudad marciana. Abajo, un dios Marte de bronce
SONET/ABIBBO STUDIO Recreación del proyecto Nüwa de desarrollo de una ciudad marciana. Abajo, un dios Marte de bronce
 ??  ?? ‘La guerra de los mundos’ de Wells (a la izquierda, una ilustració­n de Henrique AlvimCorre) sigue siendo el mejor relato de invasiones marcianas. A la derecha, vista de Marte desde el rover Curiosity
‘La guerra de los mundos’ de Wells (a la izquierda, una ilustració­n de Henrique AlvimCorre) sigue siendo el mejor relato de invasiones marcianas. A la derecha, vista de Marte desde el rover Curiosity
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