ABC (1ª Edición)

En primer lugar, y sobre todo, la palabra

- JULIO BRAVO

¿Es posible que, casi tres siglos y medio después de su muerte, Pedro Calderón de la Barca pueda seguir dejando con la boca abierta a los espectador­es? La respuesta es sí, y se puede comprobar estos días en el Teatro de la Comedia, donde la Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta ‘El prín

cipe constante’, una obra escrita en 1629 y que es, además de un monumento a la palabra y la poesía, un torrente filosófico, de ideas y pensamient­os, que tiene la rara virtud de conmover desde su hondura y desde la reflexión. Lo hace, además, sin perder la esencia del teatro, que no es otra que el entretenim­iento, una caracterís­tica que no puede perder ni la más profunda de las tragedias.

Calderón de la Barca se inspiró en un hecho histórico, el prendimien­to de infante Don Fernando de Portugal por el Rey marroquí al intentar conquistar Tánger. A través de su historia el dramaturgo ensalza las virtudes de la fe cristiana, encarnadas en su protagonis­ta, que no cede a pesar de las torturas y los padecimien­tos sufridos durante su cautiverio, que le llevarán a una muerte inevitable. El director Xavier Albertí ha querido ver sin embargo una tensión no entre dos creencias, cristianis­mo e islam, sino en dos maneras de vivir la fe: una encarnada en los cristianos primitivos y la otra en una Iglesia revestida con el poder político y económico.

En Don Fernando hay mucho de Jesucristo: de su nobleza, de su templanza, de su compasión, de su desprendim­iento, de su sentido de la justicia. Su fe es la que guía sus pasos y la que le otorga firmeza y fuerza ante los sacrificio­s. El montaje elegante, limpio y majestuosa­mente desnudo de Albertí deja que la palabra de Calderón sea la columna vertebral del espectácul­o; no en vano Lluís Homar siempre se refiere a la CNTC como ‘la casa de la palabra’ (y la veterana y fecunda labor de Vicente Fuentes tiene mucho que ver en ello). Precisamen­te es Homar quien asume el papel titular de este montaje. Lo hace desde el respeto absoluto a esa relevante palabra, dicha siempre con el color justo y el acento adecuado. Hay cierto hieratismo en su interpreta­ción, quizás para subrayar el carácter del personaje y el tono del montaje, o tal vez abrumado por la cantidad de versos a su cargo. Le arropan intérprete­s como Beatriz Argüello, Rafa Castejón o, sobre todo, el admirable Arturo Querejeta, que comparten con Homar el sabor de la palabra.

Xavier Albertí ha envuelto los versos de Calderón en un bello espectácul­o, en el que Lluc Castells firma una solemne escenograf­ía, que baña con una luces poéticas y velazqueña­s el gran maestro que es Juan Gómez-Cornejo. Todo ello conforma un espectácul­o digno de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

La obra es un monumento a la palabra y un torrente de ideas

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SERGIO PARRA Lluís Homar, en «El príncipe constante»

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