ABC (1ª Edición)

MANUEL ALEJANDRO: «CUANDO DIERON EL NOBEL A DYLAN IBAN BORRACHOS»

El autor de algunas de las canciones más importante­s de la música en español es candidato a los Princesa de Asturias: «Son premios que no correspond­en a mi gremio, pero si se lo han dado él, yo estoy detrás el primero»

- ROSA BELMONTE

Manuel Alejandro es un señor nacido en Jerez en 1933 que habla de usted y de mí. Como escribidor de canciones. Sabe demasiado de nuestras vidas, aunque no nos haya visto nunca. El amor (y el desamor) es eso que cuenta Manuel Alejandro y cantan Raphael, Rocío Jurado, Julio Iglesias, Pepa Flores, José José, Jeanette, Lola Flores, Bernarda y Fernanda de Utrera, Natalia Lafourcade… El amor es eso que se rompe de tanto usarlo. Porque se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas (y sí, estoy mezclando, pero no agitando). Ríete de las canciones de amor a quemarropa de la novela de Nickolas Butter. Noñerías. Cuando hablas de este jerezano culto y modesto en su inmensidad puedes caer en eso tan paleto del ‘name dropping’, en dejar caer demasiados nombres. Supongo que es inevitable. Pero él está detrás. O delante. No habla casi nunca, pero cuando lo hace se explaya. Y ahora tenemos la suerte de poder conversar con él por su candidatur­a al Princesa de Asturias. Tiene a su mujer en la UCI por coronaviru­s. Él también estuvo en el hospital a mediados de enero, pero salió a los ocho o nueve días.

—Me han dicho que hasta dentro de unos tres meses no me puedo vacunar porque estoy inmune. De esto nadie sabe nada. Dicen una cosa y luego la contraria. ¿Tú de dónde eres?

—De Murcia.

—Buena tierra.

—Como Jerez.

—En Jerez, todos borrachos. Bueno, ya no. En mi época éramos más los borrachos.

—Decía García Márquez que «sus canciones son extraordin­arias piezas poéticas».

—También habría bebido García Márquez mucho ese día. Yo lo tengo muy claro. Yo no me llamo escribidor de canciones por gusto. Es que no sé como llamarme. Yo me llamo compositor, y como sé lo que es la música porque he estado en el conservato­rio muchos años estudiando composició­n, armonía y la madre que me parió, sé lo que es un compositor. Un compositor es Shostakóvi­ch y Béla Bartók. Y es Beethoven y Brahms y Schumann. El que hace una canción, que ya la hacen los pajaritos, no tiene que componer nada. Del tema que canta el pajarito, lo desarrolla, lo viste, lo lleva a tonos diferentes. Una canción es un suspiro, un grito si quieres, un lamento.

—Pues a Bob Dylan le han dado el Nobel de Literatura.

—Ese día sí que estaban en Suecia borrachos todos. Fíjate tú que cuando me dicen que opto a tal premio, digo que no correspond­e al gremio de músicos que escriben canciones ese tipo de galardón. Pero si ya le han dado a Dylan el Nobel, por supuesto yo estoy detrás. Ahí estoy yo el primero esperando en la cola.

—Para el Princesa de Asturias.

—Claro. También se lo dieron a Leonard Cohen. Mi amigo Caballero Bonald, hablando de ello, dijo: «Ah, ese premio que le dan a los extranjero­s». Como escribidor de canciones, desde luego he estado ahí al pie del cañón

—Usted ha sido pianista en un puticlub.

—Eso es el principio de mi vida, cuando reconocí que no me iba a dedicar a la música clásica. Tuve una fractura en el brazo derecho. La mano no me llega al cuello, no tengo juego. Así que tuve que dejar tres años de tocar el piano, de escribir. No podía mover ni una uña. Operándome, escayolánd­ome… Me dediqué a leer, a la cultura general. Me dije: «Yo no sirvo ya para esto». Cuando llegué al conservato­rio, en las clases de composició­n, estaba Antón García Abril, al que yo admiraba muchísimo. O Bernaola. Toda aquella gente tocaba ya sus sonatas y yo estaba con esos tres años perdidos. Empecé a mirar otros lugares. Intentar hacer algo. Me puse a escribir canciones. Y el primer lugar donde me coloqué fue en un sitio que no era un puticlub. Era de parejitas por la tarde. Y por la noche, de homosexual­es, que en aquellos años 50-60 estaban en el armario. Cuando empezaron los jaleos con los chaperos, que iban a buscarse el dinero, y las peleas aquello cambió. Llegaron las putas con los americanos de la base de Torrejón. El piano estaba en un paso de un salón a otro y a mí me pasaban las botellas por la cabeza.

—¿Y qué se toca en un puticlub?

—Todo. Música clásica. Schumann, Chopin, Debussy, lo más conocido. Y las canciones de moda. Por ejemplo, ‘El último cuplé’ o ‘Volare’… También mucha canción americana. Los soldaditos de la base de Torrejón recuerdo que me las pedían.

—¿Qué debe a Manuel Gordillo y su academia?

—No sé cómo nos conocimos. Sí. Me conocieron porque yo gané un premio en el primer festival de Benidorm. [Raphael ganó el certamen de 1962 y Manuel Alejandro concursó con ‘Alguna vez’, que cantó José Guardiola]. Y las editoriale­s, que mandaban en ese cotarro, empezaron a buscarme, a perseguirm­e. Y un día llegaría alguien de Gordillo, no sé si el hijo o el padre, yo creo que fue el hijo, Paco, y ahí conocí a Raphael. Fue mi salida a la autopista. Salí con ese buen bólido que tan buen resultado ha dado. Al principio le tiraban a matar. Yo he leído a un compañero tuyo que escribió un día un artículo que decía que iba a ver a Raphael para reírse. Textualmen­te. Luego fue convencién­dose. Así somos aquí en España.

—Ha dicho que le gusta Julio Iglesias porque canta sin aspaviento­s, que quizá tenga que ver con el sentido del ridículo de los andaluces. ¿Dónde deja eso a Raphael?

—Si le he hecho más de cien canciones (¿ves que digo hecho, no compuesto?) es porque me gusta. Es un artistazo como la copa de un pino. Te coge una canción plana y te la pone picuda. No hay duda. Ahí está. Mira los rusos cómo siguen a Raphael. Es que no te lo puedes ni imaginar. Yo recibo saludos y mensajes de Rusia por Raphael. Por mis canciones que canta Raphael. Esa gente tan sensible con la ópera, lo sinfónico… Y, sin embargo, el ídolo de muchos es Raphael. No hay duda de que Julio canta de otra manera. Canta muy suave. Julio es algo aparte totalmente. Es un personaje diferente. Y ahí está también.

—¿Es verdad que observaba a Rocío Jurado para escribirle canciones?

—Las canciones que uno escribe, cuando llegan, es porque tú te has involucrad­o en la canción. Yo no te digo que sea siempre protagonis­ta, pero pienso o comprendo que alguien piense de esa manera. Mejor dicho, comprendo que alguien piense y actúe de esa manera. Lo veo posible. Y por supuesto, cuando veo a una persona como Rocío Jurado… Era de dar mucho de qué hablar. Una echada p’alante socialment­e. Raphael, igual. Y Julio en su estilo. Pero se puede no conocer al intérprete. O que no tenga un estilo determinad­o. Hay una canción genérica que puede gustar a todos. Por ejemplo, me pasó con Hernando Zúñiga, cantante nicaragüen­se al que

escribí ‘Procuro olvidarte’. Y yo no sabía si él tenía que olvidar o no. Pero a lo mejor yo sí tenía que olvidar algo.

—¿Estaba pensando en alguien en particular cuando escribió ‘Ese hombre’ y le llamó necio, estúpido engreído, egoísta, caprichoso, un payaso vanidoso, falso, enano, rencoroso…? —En ese momento estaba pensando en el entonces marido de Rocío Jurado, que era Pedro Carrasco, y como se defendía muy bien con los puños… Pues digo: ‘Esta le va a decir de todo’.

—‘El amor acaba’ es su mejor canción?

—Como letra segurament­e, fíjate. Lleva la tensión cuando la oigo de tarde en tarde.

—«Se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas». Menuda imagen.

—Una imagen muy poética, muy bonita, pero a la vez muy real. Yo soy un aficionado a la música clásica y a la gran literatura. Sobre todo, a la filosofía. Cuanto más secos, más profundos y más técnicos, más me gustan. Pocos se han leído en España a Dámaso Alonso. Él era músico también. Por ahí llegué a él y me interesó. Lo disfruté. O a Aranguren. Y no digamos a Julián Marías, a Ortega. Me gusta la filosofía porque lo que yo siempre estoy buscando es el porqué. ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué no vamos a ninguna parte? O si vamos a alguna parte...

—¿Vamos o no vamos?

—Creo que debemos ir. Lo que no está en los agujeros negros ni en el bosón de Higgs, lo que te pone la piel de gallina, lo que te da escalofrío… Eso no es del bosón ni de los agujeros negros, mira que me gusta seguir a los grandes físicos. Pero no, no puede ser. Es la esencia del ser humano. Tengo una duda, como la tenemos todos. Si la esencia sale de esas conjuncion­es de los líquidos sensuales o no. O viene a ella de fuera. Porque si nace de ahí es algo mecánico, material. No lo sé, no lo sé, no lo sé.

—¿Por qué una carta de amor suele ser ridícula, salvo para quien la escribe y quien la recibe, y una canción de amor, no?

—Nunca lo había pensado. El ser humano no piensa cuando habla en esa carta de amor, sólo siente. Al escribir una canción tienes que sentir, pero tienes que pensar también.

—¿Prefiere ‘Se nos rompió el amor’ por Rocío Jurado o por Fernanda y Bernarda de Utrera?

—Por Rocío Jurado. A mí me gusta el flamenco. Pero mis canciones en flamenco no me llenan, no me completan. Pero sí me gusta el cante jondo. Yo lo recuerdo de chico en el barrio de Santiago. Aquellas noches con los gitanos, los que cantaban de verdad. El cante jondo es gitano, digan lo que digan. Y no han estudiado ni solfeo. En aquella época vivían en corralones. Unos patios con diez, doce habitacion­es. Y allí vivían 14 o 18 familias donde uno cantaba, el otro bailaba. Cuando distribuye­ron a los gitanos en las barriadas jerezanas ya no se oían. Eso lo ha notado el flamenco al cabo de unos 50 años. El Camarón estaba en San Fernando en el barrio justo oyendo a los buenos desde que amanecía. Como yo lo oía desde mi cama cuando los gitanos pasaban por la calle, sin guitarra y sin nada. Lo único que ha acompañado bien a un gitano que cantaba una seguiriya o un martinete era el vaso de vino.

—En el documental ‘La fuerza de los mares’, de Álvaro Zancajo, Jeanette suelta: «Este señor en la cama tiene que ser maravillos­o».

—Yo decía: «Verás tú cuando mi mujer se entere la que se va a armar». Me hace mucha gracia eso.

—Usted cantó y grabó. Es una frustració­n no haber seguido ese camino.

—Al contrario. Yo empecé a cantar y oí que tenía una voz que no decía nada, que no era por ahí. Ahora estoy contando mis canciones. Es lo que hago cuando vienen los cantantes a casa a oír las canciones por primera vez.

—¿Cuál es su canción favorita?

—Eso es como las hijas. Todas son preciosas, bellas y adorables. No puedo decirlo, no puedo decirlo.

—¿Y alguna no suya que le hubiera gustado escribir?

—Todas las buenas. Hay muchas. No sé, ‘Bésame mucho’. O ‘Que seas feliz’.

Es una canción preciosa. [Las dos, de la mexicana Consuelo Velázquez].

—¿Conoce a C. Tangana?

—¿A quién?

—Un cantante de mucho éxito.

—No, oí ‘Soy rebelde’ por Yotuel. Hay muchas canciones mías en Miami y Colombia rapeadas.

—Le voy a leer una letra de C. Tangana. «No puedo más que pensar en tu culo al pasar rebotando».

—Ja, ja, ja. Fenómeno. Qué barbaridad. Eso ni Antonio Machado lo hubiera escrito. Me hace gracia cuando oigo alguna canción en la radio. Todas las letras hablaban de la cama y la almohada.

—Y las suyas. ‘Lo siento mi amor’ es de cama.

—No, es de echar de la cama.

«Mi amigo Caballero Bonald decía que se lo daban a los extranjero­s. Lo tiene Leonard Cohen, y yo como escribidor he estado al pie del cañón»

«No hay duda de que canta de otra manera. Canta muy suave. Julio es algo aparte, un personaje diferente»

«Me hace gracia cuando oigo alguna canción en la radio. Todas las letras hablan de la cama y de la almohada»

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Manuel Alejandro (Jerez, 1933) dice estar enganchado a las lecturas sobre filosofía. Cita a Aranguren, Ortega, Marías y Dámaso Alonso
SOFÍA WITTERT Adicto a la filosofía Manuel Alejandro (Jerez, 1933) dice estar enganchado a las lecturas sobre filosofía. Cita a Aranguren, Ortega, Marías y Dámaso Alonso
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Manuel Alejandro desvela que pensó en la relación con Pedro Carrasco cuando compuso ‘Ese hombre’
«Rocío era una echada p’alante socialment­e» Manuel Alejandro desvela que pensó en la relación con Pedro Carrasco cuando compuso ‘Ese hombre’
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Define el inicio de la colaboraci­ón con Raphael como una «salida a la autopista». «Salí con ese buen bólido que tan buen resultado ha dado»
«Raphael te coge una canción plana y te la pone picuda» Define el inicio de la colaboraci­ón con Raphael como una «salida a la autopista». «Salí con ese buen bólido que tan buen resultado ha dado»

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